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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El celibato sacerdotal

El artículo de Angel Harguindey sobre el celibato sacerdotal, bien compuesto, carece de conocimiento de la cuestión en su dramatismo humano y profundidad teológica.No se lee en todo él cuál es la posición del fundador de la Iglesias cristianas sobre la cuestión ni cuales han sido las ventajas e inconvenientes prácticos del matrimonio de los sacerdotes en las Iglesias que lo admiten.

Las citas del Castilla del Pino y Miret Magdalena están bien traídas, pero son muy incompletas como argumentación.

Quien lea el Evangelio sin notas al pie verá que Cristo unía la idea de servicio total al Reino de Dios con el celibato sin desconocer los problemas de orden psicobiológicos, ya que dice, usando una expresión fuerte, que los que quieran consagrarse al Reino de Dios se hagan eunucos por amor al mismo. Esto es un argumento serio dentro de la lógica interna del cristianismo no válido, claro está, para quienes no comparten la fe.

Las experiencias del clero casado en otras Iglesias como la oriental y la de Inglaterra (léanse las divertidas novelas británicas sobre el tema) nos muestran que la burocratización y la ambición eclesiásticas se refuerzan con la creación de deberes de sostenimiento de una familia normal. En la Iglesia oriental el predominio de los monjes es notable precisamente porque son célibes, reservándose para los sacerdotes casados un trato discriminatorio.

Dicho todo lo anterior, y no tanto como un problema de opción libre como de auténtica predicación del Reino de Dios, si se ve con claridad que el sacerdote casado está más cerca del común de los mortales y llega mejor al hombre medio, entonces sería precisamente el amor del Reino lo que indicaría la conveniencia o necesidad de un sacerdocio de casados; ahora bien, habría que modificar parte de las condiciones sociales para que los deberes familiares no interceptaran los deberes religiosos. En este orden de cosas, la ordenación de cristianos mayores de edad, sin hijos que sostener, sería la respuesta práctica; pero más importante todavía es que fuese el matrimonio, es decir, marido y mujer, los que aceptasen el ministerio del marido, ya que por machismo no se piensa nunca en que la ayuda y consentimiento del cónyuge es la base del ministerio de un sacerdote casado.

En todo caso, siempre habrá que respetar la opción del que se consagra al Reino de Dios en el celibato, que no tiene por qué encubrir anormalidades o desviaciones sexuales, especialmente hoy en día en que unas y otras van asomando a la superficie de esta sociedad permisiva.

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