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Tribuna:La visita de Suárez a Italia
Tribuna
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A la búsqueda de un signo

No sé si la recepción ofrecida el 1 de septiembre pasado al presidente del Gobierno italiano, Glulio Andreotti, por su homólogo español, Adolfo Suárez, será a la larga de signo positivo o negativo. Los signos de las estrellas eran inescrutables en la residencia del embajador español en Roma, en la apacible colina del Janículo, en cuyas terrazas se! había dado cita ese día toda la clase política de la República italiana.Toda quiere decir todos los niveles de representación del Estado: desde el Tribunal de Garantías Constitucionales, árbitro supremo, a los líderes de los partidos, motores de opinión; desde el Gobierno que ejecuta, hasta los parlamentarios que legislan; del empresariado público y privado a los más intransigentes y recelosos sindicalistas; desde la prensa de -partido o no, subvencionada o no por el Estado, hasta los altos mandos del Ejército y la Policía. Todos uniformados en traje oscuro y sin esposas, es decir, sin abigarrados perifollos de ocasión ni animado jolgorio, han brindado por la «nueva España» en marcha.

Si esto significa salir de un aislamiento político de cuarenta anos, si representa un «éxito diplomático», la visita de Suárez ha tenido un poder de contagio comunicativo y ha desbrozado un canal diplomático que será dificil hacer enmudecer y volver a obturar. Es más, esta recepción dejará huella en la historia de las relaciones de España e Italia, dos países que tradicionalmente se aman, pero no se estiman.

Nueva diplomacia

Justo es que la diplomacia, que tantos discursos y brindis casi diarios tiene que pronunciar, recurra a la retórica, al tópico, el énfasis, a la «amplificación», incluso a la peroración y al encomio. Por debajo de todos estos recursos de persuasión, viejos como la Magna Grecia, se advertía en la terraza de la embajada española que una semiótica nueva estaba surgiendo o se abre paso a tientas, pero persistente como un germen de incógnita y ancestral raíz en las relaciones hispanoitalianas a Quien ha creído y luchado durante años por esa comunicación recíproca lo advertía con particular sensibilidad.

Cada uno buscaba allí su signo. es decir, su identidad, no necesariamente su horóscopo. No existen horóscopos para las colectividades. Existen planes a medio o largo plazo, horizontes limitados, acuerdos, alianzas y tratados.

Los signos comunes a la retórica diplomática eran por fuerza las palabras «castigadas» de amistad, hermandad de pueblos, democracia, Mediterráneo, comprensión y paz Justo es que luego, en la conversación, cada uno se interese por lo que trata de representar o la credencial que le han dado.

El líder del Partido Comunista italiano, Enrico Berlinguer, con el vaso del brindis en la, mano, hablaba con Suárez de sus respectivos «pueblos». Los políticos, si son verdaderos demócratas, suelen hablar de sus «pueblos» Berlinguer es hombre de pocas palabras; como un pastor sardo, no concede entrevistas. «Si se habla demasiado -dice-, las palabras pierden sentido y prestigio. » Con Berlinguer se podía bromear aquella noche: «Ya habla por él Pajetta y a veces demasiado»; «mejor brindar por la amistad hispano-sarda. » Berlínguer quisiera hacer un viaje de turista por España, porque cuando estuvo solo visitó El Pardo. «No, el Prado, será.» «Sí, sí, el museo.»

El líder del Partido Republicano, Ugo la Malfa -acaso la primera vez en su vida que pisa una institución española-, acepta una entrevista para EL PAIS. ¿Para hablar de qué? «De Europa..., de España.... de Calderón de la Barca»... La deferencia y el maduro escepticismo de este pa dre de la República italiana no quitan convicción y benevolencia a sus palabras. El líder neofascista Giorgio Almirante, acom pañado de la plana mayor de su partido, subraya que representa al único partido de la oposición, pero que en la cuestión de España coincide plenamente con el Gobierno Andreotti.

Todos, todos a la búsqueda de su identidad respecto a España. Buscaba también su si-no el presidente Suárez. Acaso represente todavía a una España más epidérmica que profunda, en un dificil proceso en que las instituciones de la democracia no han podido ser comprobadas, experimentadas, corregidas. Al director del diario La Repubblica, Eugenio Scalfari, le ha dicho en exclusiva que se considera I«moderado» y a la vez «progresista». «La democracia es un hecho sustantivo que exige transformaciones profundas en las costumbres y en las estructuras económicas y sociales», dice. Y, defendiéndose retóricamente de la retórica, afirma: «El pueblo español, que es el verdadero protagonista de cuanto está ocurriendo, es un gran pueblo, maduro, equilibrado, sereno.» «Permítame decirlo sin sombra de soberbia, ni de retórica», insiste Suárez.

ltalia apoyará a España

Del viaje de Suárez a Italia ya se sabía la sustancia del signo: en el próximo Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de la Comunidad, el 19-20 de este mes, Italia apoyará la petición española de ingreso. Como ocurrió en el caso de Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca, Italia propondrá que se cree un sistema de consultas permanentes entre la presidencia de turno y los nuevos aspirantes a la Comunidad. La visión estadística que de la Europa agrícola da Italia es clara y concisa: la Comunidad gasta el 62 % de sus recursos en sostener cuatro productos nórdicos (cereales, quesos, carne vacuna y azúcar) y sólo el 7,5 % en productos mediterráneos. Del 80 al 90 % de las importaciones italianas de agrios han disminuido de un 7,7 % en 1969-70. a un 4,9 en 1974-75.

Justo es, pues, que bajo los signos pitagóricos de los números se entable una lucha de intereses que tendrá plazos largos y no será «indolora». Reequilibrar a la Europa unida hacia el Sur significa para Italia contar sobre todo con el consenso político español en la futura Europa de los ciudadanos, hacia la que irreversiblemente se camina. Sobre una idea de «Europa, garantía de todos frente a todos», contra la Europa de las viejas divisiones y guerras, insistía precisamente ayer, comentando el caso Kappler en un artículo en Il Giorno, el presidente de la Democracia Cristia na, Aldo Moro, la única ausencia importante, por vacaciones, en la recepción presidencial. La puntual y espontánea uniformidad con que toda la República italiana ha acudido a la recepción ofrecida por Suárez puededarse también bajo elsignodel «conformismo». El reciente «pacto de seis» sobre que precariamente se rige la democracia italiana ha excluido intencionadamente la política exterior: es como si la política exterior la gestionara aislada y exclusivamente el premier Andreotti. Moro vuelve a reflexionar sobre la distinción de los papeles de mayoría y oposición que están desapareciendo en el sistema italiano paralela y proporcionalmente al proceso de compromiso entre los dos grandes partidos de masa, comunistas y católicos. Si, por la derecha, Almirante reivindica la exclusiva del papel de oposición, por la izquierda extrema Il Manifesto, órgano frágil de los comunistas disidentes, reconoce que en torno a Suárez se ha coagulado «poco calor y entusiasmo» (al margen de la cortesía y de los reconocimientos de rito): « En sustancia, también Italia, como Francia, trata de tomarse tiempo» y de modificar antes a su favor la situación en la Comunidad ...; antes de que se desencadene una guerra de competencia entre los pobres del Mediterráneo.

Bajo esle signo, pues, de ambigüedad y ambivalencia, vuelve a cobrar vigencia el lenguaje de la diplomacia como arte de la negociación más que de la recepción, de la dosificación de los mutuos intereses que de la retórica patriótica o patriotera.

A la búsqueda de un nuevo signo de la «nueva España», la conciencia nacional hispano-italiana abandonó la noche del primero de septiembre pasado el «maniqueísmo» con que por tanto tiempo se han visto y tratado. Esto, más que a la crónica, pertenece a los anales.

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