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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La "clase política" y los "políticos"

En una pasada colaboración (EL PAIS, 11 de agosto) afirmaba que es posible y conveniente diferenciar la «clase política» de los «politicos», en su sentido más profundo. Hoy intentaré apuntar algunos elementos que nos sirvan para sostener esa diferenciación.Bien se advierte que en ambos supuestos estamos operando en relación con la política. La clase política y los políticos se explican, funcionan y se constituyen en función de una determinada relación con el quehacer político. En esta acción política (acción es la política; como también es pensar e imaginar, al igual que proyectar y decidir) la «clase» y los «políticos» desempeñan, o deben de desempeñar misiones específicas.

Es evidente que cuando hablamos de «clase política» no estamos utilizando el concepto de clase en su acepción específica, como si se tratara de una clase social más, o de una forma de estratificación social de género semejante al de la clase social. Incluso cuando la clase política degenera en estamento, o grupo hegemónico de naturaleza burocrática no estamos en presencia de una auténtica clase social. De una o de otra forma, hay que centrarla noción de clase en relación con la forma de producción económica y el papel que en la misma se desempeña, aun cuando ello no suponga una sumisión e identidad total con los perfiles estrictamente económicos.

Senador

Manuel Falces.Publicaciones de la Universidad de Granada. Granada, 1977.

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El político, de una o de otra forma, está polarizado en función de unos planteamientos intelectuales. Es misión del intelectual (concepto mucho más amplio que el del universitario) la elaboración de un pensamiento teórico, doctrinal, según el cual pueda programarse una acción política. La debilidad del planteamiento teórico, el estancamiento de ese proceso de elaboración doctrinal lleva consigo el deterioro del movimiento político. Los marxistas (entre nosotros Claudín, al examinar la crisis del movimiento comunista mundial) han insistido en el valor fundamental de la elaboración teórica y en las nefastas consecuencias que su parálisis ha tenido para el marxismo, especialmente el soviético.

La «acción política-» tiene unos protagonistas, unos «autores» (así los califica A. Hauriou) que operan más colectiva que individualmente. La tensión de la actividad política: es conflicto y cooperación; solidaridad y combate; libertad y poder, etcétera, hace de la política una forma de actividad «sui generis». En cierto sentido, en la política resulta indispensable al adversario, el antagonista. Política y pluralismo antagónico, discrepante en zonas no meramente secundarias, son realidades que se cubren recíprocamente.

En estos últimos tiempos, asistimos a un espectáculo que resulta al menos ambiguo y ambivalente. Y como quiero concretar, en cuanto sea posible, mi pensamiento, me remitiré a supuestos muy precisos de la actual hora política española.

No hace muchos días hemos visto de qué modo se intentaba desautorizar a un profesor universitario español (concretamente a don Enrique Tierno), negándole su aptitud política en función de un exceso tono profesoral, de unos planteamientos en demasía académicos. En este caso, se puede dar a entender que el político rechaza al intelectual. ¿Cuál puede ser la razón? No creo que sea suficiente el estilo del orador, la mayor o menor garra de sus expresiones, etcétera, para llegar a una conclusión tan tajante. Lo importante tiene que ser la relación entre lo que este «intelectual- político » dice, proclama y proyecta, con la naturaleza de la acción política. Y en la acción política es esencial al mismo tiempo la exacta captación de los problemas y la adecuada invención de las bases en que deberá sustentarse la decisión. A mi entender, el sujeto en el que se, da esa capacidad intelectual es por formación y aptitud un correcto político, ¿será también un sujeto con especial vocación para formar parte de la «clase política»? Posiblemente no, especialmente cuando esta «clase política» tiene que actuar en una fase de subdesarrollo político como el que yo describía en mi pasado artículo.

Hay intelectuales y también hombres políticos que expresamente niegan al intelectual comprometido (con mayor razón al diletante, al contemplativo, más o menos aséptico y falsamente neutral) su condición de político, y con mayor apoyo argumental la de miembro de la clase política. ,Noguera Puchol (en su reciente libro Un país valenciano autónómico en una España democrática) dice (nota 24, página 84): «Ha de terminar, por tanto, la hora del intelectual comprometido o de la personalidad democrática. La política es una profesión común en cualquier país, pero que en España sólo pudo ser ejercida por franquistas en los últimos cuarenta años.» Indudablemente, lo que afirma el autor se refiere al miembro de la «clase política» y no estrictamente al político del que me estoy ocupando. Para mí ese intelectual comprometido hace política y es un político. Buena prueba es la misma actitud y disposición confesional del profesor Aranguren. Aranguren viene desde hace mucho tiempo, especialmente en colaboraciones en EL PAIS, realizando una severa crítica de nuestros políticos y marcando su alergia a la militancia política. Mas, al unísono Aranguren reconoce la naturaleza política de su acción y de su pensar. Sin ir más lejos, en su trabajo del 10 de agosto (el «Zentrum» católico) termina diciéndonos lo que sigue: «Los míos son escritos por un hombre voluntariamente marginado de la "política", porque estoy en otra cosa. Que, naturalmente, es también, sin comillas, política.» Bien puede decirse que es la descripción aproximada del político como género diferente del miembro -de la «clase política». De acuerdo al juicio de Noguera Puchol el político debe ser un profesional, y en la España de Franco sólo pudieron hacer política y ser políticos los franquistas. Yo creo que en estas aseveraciones, junto a la buena dosis de verdad que contienen, se dan ciertas zonas menos transparentes. Pienso, de entrada, que en la época del franquismo no existió auténtica actividad política y, por lo mismo, me atrevo a sospechar que no hubo políticos. Para mi entender, es algo más que anécdota la frase atribuida a Franco, en la cual éste expone, a manera de consejo, que procediendo de él equivalía a consigna y mandato, la conveniencia de que sus ministros marginen la política y le imiten a él, para quien la política es actividad, al mismo tiempo, sospechosa y estéril. Ciertamente, creo que esa actitud de Franco se plasmaba en la realidad. Franco vio la acción política como una acción de mando castrense en la cual el gobierno de los hombres se transforma en administración de cosas y de hombres. Franco concibió la política como una gran intendencia de personas y de cosas. De aquí entiendo yo que arranca la diferencia colosal entre la forma de interpretar la política un De Gaulle y un Franco.

No existía política en la época franquista por razones más amplias y complejas que las que puede dar el monopolio ejercido por los franquistas. Lo esencial es que en aquella experiencia política faltaban ingredientes esenciales del «hacer político», como son la disidencia, la discrepancia, el antagonismo, amén del credo ideológico y el sentido del espacio y del tiempo histórico. En la política, como en el vuelo, resulta indispensable la existencia de la gravedad y de la resistencia que opone el aire. Sin una oposición, sin una discrepancia, sin una pluralidad de concepciones y de proyectos, desaparece lo que caracteriza a la política: decisión en la pluralidad contendiente y por la sublimación o supefación de la misma a través de la deliberación, o también de la lucha política.

En un artículo de Aranguren (EL PAIS, 29 de julio) se trata de acercar a los ínarginados'y a los que voluntariamente se marginan también, pero en este caso es con referencia a la política partidista. Aranguren viene a decir que en ambos es común una disidencia respecto al orden establecido, y una esperanza en cuanto a.su modificación. Una especie de combinación entre la acracia y la utopía. ¿Hasta qué punto esa acción, que supone marchar sobre el « filo de la navaja » no implica lo que debe de caracterizar precisamente al político? ¿No es tárea de la política transformar el orden existente creando otro más humano, etcétera? Transformar y no meramente explicar, decía Marx. Y yo añado: criticar para transformar, y no para quedarse en la crítica de la crítica.

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