El espectro del nazismo
UNA CIERTA emoción sacude a algunos sectores de la opinión pública europea, que creen que nos hallamos ante los primeros síntomas de una situación en que el fascismo y el nazismo volverían a gozar de una oportunidad para reaparecer en la carrera hacia el poder. Varios incidentes prestan tensión a este temor: la manifestación violenta en que participaron unos centenares de partidarios del Frente Nacional de Gran Bretaña, en Lewisham; la huída de una prisión romana del antiguo coronel de las SS Kappler, autor de las ejecuciones de las Fosas Ardeatinas, y su refugio seguro en casa de su esposa, en suelo alemán, donde ha recibido el homenaje de unos centenares de personas; y, por último, la presentación en la RFA de una película, «Hitler, una carrera», que parece incitar a los nostálgicos del dictador nazi sin ofrecer a catarsis de una evaluación moral del hombre y de su período.En España, donde el fascismo no es todavía sólo un recuerdo, nos inclinaríamos a pensar que los temores de Europa, ante síntomas tan episódicos, reflejan solamente una neurosis, si no hubiese habido voces normalmente responsables y equilibradas que llamasen la atención sobre el peligro. Así, el ex canciller alemán Willy Brandt ha mostrado su preocupación, en una carta al canciller Schmidt, por el hecho de que en Alemania se presta poca atención al peligro neonazi. La preocupación sube de punto cuando se comprueba que un asunto como el de Kappler se interfiere en el desarrollo de las relaciones entre Italia y la República Federal, con la suspensión del encuentro Andreotti-Schmidt plevisto para el 19 de agosto en Verona.
¿Cómo evaluar estas amenazas?
No están de más algunos datos estadísticos, y algunas apreciaciones comparativas entre los movimientos que apelan a la violencia. Los manifestantes de Lewisham sólo eran quinientos, y se enfrentaron con una contramanifestación de trotskistas de mayor número; la violencia surgió cuando la policía fue rebasada por unos y por otros. El incidente de Kappler, por repugnante que fuera su crimen, debe de verse en el contexto de la humanidad de lajusticia, la cual, por cierto, había decidido, en noviembre pasado, su puesta en libertad, viéndose suspendida la decisión por la presión partidista, la memoria vindicativa y el oportunismo político. En Alemania occidental, donde millares de antiguos criminales de guerra nazi llevan una vida apacible, sin haber sido molestados jamás por la justicia, la violencia política viene siendo protagonizada primordialmente por los movimientos de extrema izquierda; el Partido Nacional Democrático, neonazi, que en los años 60 obtenía una media electoral del 4% de los votos, ha desaparecido prácticamente del mapa político.
La situación es muy diferente en Italia. La génesis de la violencia política italiana obedece, fundamentalmente, al esquema del síndrome fascista. La italiana ha sido la sociedad democrática sobre la que más violencia de ultraderecha se ha ejercido en los últimos decenios. El infierno de las «trame nere», de la matanza de Brescia, del tren de Milán, formaban parte de una estrategia de la tensión, de la que eran cómplices elementos del Estado, tanto civiles como, sobre todo, militares y policías. El efecto final de aquellos intentos no ha sido la caída del sistema parlamentario, sino la suscitación de respuestas violentas de la izquierda marginal.
El fascismo se presenta, pues, en cada país, con unos rasgos biográficos irrepetibles. Cada país debe enfrentarse, pues, con él, de acuerdo con su genio político, la inteligencia de sus instituciones y la lealtad de los servidores del Estado.
En España, los residuos del fascismo revisten características especiales: de un lado porque el país acaba de salir de un sistema autoritario de viejo cuño. De otro, porque existen fuerzas y grupos de interés que tratan de desequilibrar el proceso democratizador por los medios más diversos. Bandas paralelas, con etiqueta neonazi, pero clara organización mafiosa, tratan de coaccionar psicológicamente a la opinión pública creando un clima ficticio de inseguridad. Se trata de entorpecer la recuperación económica, frenar la inversión exterior y fomentar la incertidumbre política. Sin duda en beneficio de alguien.
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