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Exitos y amenazas del militarismo cubano / y 2

La reacción de Fidel Castro fue uno de sus característicos golpes geniales de tipo popular-revolucionario. Hubo una serie de purgas que se repitieron de cuando en cuando hasta el aplastamiento definitivo de la resistencia interior en el año 1965, pero el auténtico golpe de Fidel para salvar su revolución fue la creación de las Milicias Nacionales, que, bajo la dirección de los más leales de Sierra Maestra, se hicieron cargo de la misión de defensa. Las Fuerzas Armadas, que habían crecido demasiado aprisa e incontroladamente, convirtiéndose en el desagüe de las más heterogéneas ansias de poder, no sólo fueron reprendidas oficialmente, sino que además se las desarmó simbólicamente en cuanto que se les ordenó misiones civiles. Aquello que para los hombres de Sierra Maestra había sido quehacer diario, debía ser recuperado por aquellos que se habían alistado más tarde: en un plano más bajo se introdujo a todos los analfabetos en los principios básicos de la civilización; a otros niveles, se llevó a cabo una intensa instrucción política; al mismo tiempo se trabajaba duramente, en el campo, en los proyectos de repoblación forestal, en la cosecha de azúcar. Mientras que el pueblo era llamado a las armas, el Ejército se sentaba en el banco de la escuela y se doblaba en el campo para recuperar su Sierra Maestra.Luego vino el intento de invasión de la bahía de Cochinos: las milicias dieron resultado en cuanto a exigencias de entusiasmo y disponibilidad de entrar en combate; pero en la discusión de las maniobras, tras la fulminante derrota de los invasores, se llegó a la conclusión de que para las misiones de defensa del futuro habría que formar un ejército profesional. Ese fue el motivo de que, a partir de finales de 1961, los soldados fueran de nuevo llamados de sus destinos civiles. Sin embargo, Cuba siguió con su sistema de la mezcla de funciones: la población civil siguió recibiendo instrucción militar en los centros de trabajo, en las escuelas y en los barrios, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias siguieron sometidas a los destinos plurifuncionales. Pero a partir de entonces se le dedicó más atención a la formación militar convencional, y se cuenta que Fidel Castro, el comandante en jefe, comentaba ya en 1965, melancólicamente, que su ejército ya no era lo que había sido su grupo guerrillero. Naturalmente, también veía las consecuencias: la progresiva profesionalización implica claros riesgos para el poder personal del «Máximo Líder».

El modelo soviético

En un sentido amplio, esta evolución estaba relacionada con toda la reestructuración del Estado cubano, según un modelo soviético, con la institucionalización de la revolución, que actualmente debe de considerarse como cerrada. Cabe aquí hacerse la pregunta de la situación del poder en esta Cuba postrevolucionaria. El que Fidel Castro haya accedido a revivir el cuerpo del sindicato, a la consolidación del PC como partido del Estado, a las experiencias del poder local y a la coordinación de la planificación económica, con la Unión Soviética y el Comecón (posiblemente bajo el peso de las deudas), indica claramente que hoy en día la revolución ya no se deja dirigir con la sola omnipresencia del dirigente máximo. Ello no implica necesariamente pérdida de poder; a lo sumo podría hablarse de amenaza sobre el Poder, y esto sólo sería posible si hubiera tenido lugar un aumento de enfriamiento entre las Fuerzas Armadas y su Comandante. Sin embargo, parece ser que el listo y experto estratega ha logrado hoy mantener un equilibrio con los militares, utilizándolos al mismo tiempo para compensar la aparición de los nuevos componentes en el proceso de institucionalización.

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Recuerdo de Sierra Maestra

El Estado cubano actual está, a pesar de la superficial impresión que podría dar el aumento formal de la importancia del Partido Comunista, cortado a la medida del «Líder Máximo». Por un lado, los Comités de Defensa de la Revolución, que mantienen bajo control a los cuatro millones de los miembros de los Consejos, y con ello el recurso para recurrir a la base del pueblo. En el vértice de la pirámide están las Fuerzas Armadas, como garantía de la posición personal del comandante en jefe. En medio están el Partido con sus distintos gremios, el Gobierno central, los sindicatos y, desde hace poco, las organizaciones locales. El verticalismo está controlado por un complejo sistema de participación de los militares en todos sus escalones, principalmente con «comandantes» de los primeros tiempos de la guerrilla. El recuerdo de Sierra Maestra sigue siendo fuerte. Así, Fidel gusta de presentarse en público vestido con su traje de guerrillero y en los documentos oficiales, el titulo de comandante en jefe está a veces por delante, prescindiendo de los de jefe del Estado, presidente del Gobierno o del Partido. Los comandantes de la victoriosa guerrilla aseguran en todos los frentes la presencia de las tradiciones castristas. A pesar de ello, puede observarse que tanto el mito del primitivo poder depurador de la sublevación total, como el carisma individualista del gran dirigente, han sufrido diversas modificaciones con el paso de los tiempos, de los experimentos revolucionarios y la final reestructuración institucionalizadora del Estado. Fidel tuvo que transformarse, de conquistador del poder, en su defensor, lo que no podía suceder sin renunciar a ciertas parcelas del poder personal, delegando competencias. Pero el enraizado caudillismo de Suramérica, su poca ortodoxia hacia los dogmas comunistas y la estrategia militar, ha permitido a Fidel superar todos los vaivenes de la historia. El sigue siendo la figura principal del, al menos externamente, «sovietizado» Estado actual, así como los militares siguen siendo el mayor instrumento de su política.

El hombre de Moscú

Tan redondas como puedan aparecer estas cuentas, quedan, sin embargo, relativizadas por un gran desconocido. Cuando en el curso de la revolución había que superar una fuerte crisis, aparecía al lado del «Líder Máximo» la pequeña y casi anónima figura de su hermano Raúl, para, de una manera nunca muy clara, pero orientada en un sentido muy concreto, mezclar sus cartas en el juego. Al contrario que Fidel, quien antes de 1959 nunca había mostrado tendencias marxistas, que luego flirteara con los modelos chinos y que aun hoy no está libre de sospechas ante los dogmáticos del Kremlin, Raúl ya mantenía en su época de estudiante fuertes relaciones con la Unión Soviética. No pocos historiadores de la campaña contra Batista conceden al joven Castro, junto a Ernesto Guevara, una fuerte influencia en la elaboración de la línea ideológica de la revolución, que, aunque no hecha pública por aquel entonces, debido a motivos estratégicos, sí fue elaborada durante la época de la guerrilla. En la primera fase crítica del ejercicio del poder (en octubre de,1960), Raúl se hizo cargo del Ministerio de las Fuerzas Armadas (MINFAR), cargo que sigue desempeñando. Este especialista en organización, sin carisma, tachado en ocasiones de oscuro, se convirtió, en los años sesenta, en el auténtico hombre de Moscú en La Habana. De sus frecuentes visitas a los dirigentes soviéticos parece que siempre trajo fuertes compromisos. En la operación de presión económica y de servicios secretos que Moscú organizó en 1968, parece ser que Raúl jugó un papel especialmente turbio. Fidel sufrió en esta ocasión su primera capitulación ante la Unión Soviética. Hay incluso indicios de que Moscú planeaba derrocar a Fidel con ayuda de su hermano. También en la tribuna del por fin celebrado Congreso del Partido, Raúl se hizo oír más de lo frecuente.

Raúl Castro no sólo es ministro para las Fuerzas Armadas, sino que también es vicesecretario del buró político del PC, y primer sustituto de presidente de Gobierno. O sea, sin ningún tipo de limitaciones, el segundo de a bordo en el aparato del Estado. Su extraña carrera a la sombra de su hermano, aunque más como eminencia gris y competidor que como fiel paladín, deja sin contestación algunas preguntas sobre su fidelidad hacia su hermano Fidel. Existe más que una mera especulación cuando se menciona el poder de Raúl como factor relativizador del de Fidel. Desde que fue investido como segundo, en la dirección del Ejército, han aparecido al lado de las tendencias fidelistas tendencias raulistas, tanto entre los militares como en la política. En el Gobierno no está sentado ninguno de sus simpatizantes en un sillón de ministro (el único que allí mantiene una postura de resistencia a Fidel y su gente es el comunista Carlos Rafael Rodríguez), pero en el buró político y en el secretariado del Partido, los raulistas están fuertemente representados. En el caso de las Fuerzas Armadas, la distribución de las tendencias se escapa a unos cálculos seguros.

Una cosa sí está clara: no se puede excluir una rivalidad entre los partidarios de Raúl, según todos los indicios, un ala mil¡tar-convencional, y una tendencia fidelista, posiblemente con una fuerte conciencia revolucionaria. Una conclusión de estas consideraciones sería, en plan especulativo, que la base revolucionaria de Fidel Castro todavía garantiza la unidad y la decisión, mientras que los militares dogmáticos, al mismo tiempo herejes soviéticos del fidelismo, esperan su oportunidad. Los éxitos o las derrotas de las intervenciones en Africa, que han recogido la antorcha de la exportación revolucionaria de los primeros momentos, podrían también decidir a cuál de los dos hermanos pertenece el futuro.

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