Un cuarto de millón de mexicanos pretenden entrar ilegalmente en Estados Unidos
Casi un cuarto de millón de braceros mexicanos intentará cruzar ilegalmente la frontera norteamericana en los próximos meses, según estimaciones de las autoridades de inmigración de Estados Unidos. El motivo de esta avalancha de desheredados, que huyen de la miseria para encontrar el subempleo, la explotación y vivir en perpetua inseguridad, es la reciente amnistía parcial propuesta por el presidente Carter al Congreso de la que se beneficiarán un número no determinado de los millones de emigrantes ilegales que residen en Norteamérica. Nuestro corresponsal en Washington, Juan González Yuste, nos envía la siguiente crónica.
Según la legislación anunciada por Carter, aquellos inmigrantes indocumentados que lleven más de siete años en Norteamérica obtendrán el permiso de residentes y podrán solicitar, cinco años después, la ciudadanía estadounidense. Antes de que el Congreso apruebe está propuesta presidencial, millares de mexicanos intentarán atravesar la frontera y conseguir documentos falsos que puedan garantizarles el ansiado permiso de trabajadores residentes.Mientras la policía fronteriza refuerza sus efectivos al máximo y el presidente Carter pide que se incremente en dos millares el número de agentes, no falta quien se dispone a hacer una fortuna a costa de los braceros mexicanos. Un pollero, o profesional de cruzar la línea fronteriza, cobra unos 250 dólares (algo más de 20.000 pesetas) a cada persona que quiere ser conducida desde México a los suburbios de Los Angeles u otra gran ciudad donde sea más fácil esconderse de la policía. Si el inmigrante ilegal tiene otros cuatrocientos o quinientos dólares, estos nuevos traficantes de carne humana le podrán conseguir documentos falsos, desde permisos de trabajo hasta carnets de la Seguridad Social con los que quizá, pueda engañar a las autoridades de inmigración.
Tres de cada cuatro pasan la frontera
En estos días, las ciudades fronterizas mexicanas se van llenando de espaldas mojadas, como despectivamente llaman los norteamericanos a los braceros ilegales que cruzan el Río Grande. Los polleros toman contacto con ellos, les cobran por adelantado sus servicios y les agrupan en partidas de ocho o diez. En una frontera de más de 3.000 kilómetros siempre hay lugares menos vigilados, donde las posibilidades de cruzar a Estados Unidos son mayores. Los emigrantes deben burlar primero a la policía de fronteras mexicana, tener suerte después con los bandidos que merodean los puntos más habituales de cruce y escapar más tarde a la vigilancia norteamericana. Aunque cada semana son capturados miles de ellos, a uno u otro lado de la demarcación, se estima que por cada detenido hay tres espaldas mojadas que consiguen llegar a territorio estadounidense.De cualquier modo, la larga odisea no hace más que comenzar para los que logran atravesar la frontera. Refugiados por familiares y amigos, hacinados en habitaciones de los ghettos latinos, los inmigrantes ilegales encuentran muchas dificultades para encontrar un trabajo y cuando lo hacen es, en la mayoría de los casos, en condiciones de la más absoluta explotación: con salarios muy inferiores al mínimo, sin ningún tipo de garantía o de seguridad y, sobre todo, con el temor constante a una redada de la policía de inmigración, a una denuncia o a la arbitrariedad del patrón.
De seis a doce millones de inmigrantes ilegales
Los inmigrantes ilegales se han convertido en uno de los problemas internos más serios a los que tiene que hacer frente la nueva Administración demócrata. Nadie puede calcular su número, pero el ministro de Justicia, Griffin Bell, dijo la semana pasada que podría oscilar entre seis y doce millones de personas.Con una población actual de 64 millones de habitantes, México tiene un índice de natalidad tan alto que podría duplicar esa cifra en dos décadas. De cada diez hombres en edad laboral, cuatro están en paro o subempleo. Los graves problemas económicos por los que atraviesa el vecino sureño de Estados Unidos hacen prácticamente imposible que la situación cambie en un plazo breve.
Un productivo negocio basado en la miseria
La legislación propuesta la semana pasada por Jimmy Carter prevé la deportación inmediata de aquellos inmigrantes que hayan llegado al país en este año. Los que entraran antes, pero no lleven siete años en Norteamérica se beneficiarán de una amnistía de «segunda clase», que les permitirá residir legalmente por cinco años y después... lo que las circunstancias aconsejen, es decir, muy probablemente la deportación. Conseguir documentos falsos para camuflar en un par de años la fecha de entrada en Estados Unidos cuesta entre trescientos y quinientos dólares, pero los polleros pueden cobrar hasta mil dólares por papeles falsos que garanticen siete años de antigüedad al emigrante. Los honorarios de estos traficantes suponen en la inmensa mayoría de los casos los ahorros de varios años de una familia entera, que los arriesga en una sola jugada para enviar a uno de los suyos al otro lado del Río Grande. Después, trabajando quizá por cinco dólares diarios (mientras que el salario mínimo es de 2,50 dólares por hora), los afortunados que viven en California o Texas pueden enviar dinero a sus familiares para que otro de ellos intente la aventura.
Los polleros y sus agentes de reclutamiento, conocidos como los coyotes, han intensificado enormemente su actividad en los pasados días. Es muy fácil convencer a braceros analfabetos o incultos de que las normas propuestas por Carter les dan la oportunidad de residir en Norteamérica legalmente. Un productivo negocio basado en la miseria florece ahora mejor que nunca.
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