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Entrevista:

"He hecho lo que me pertenece como pintor"

Entrevista con José Guerrero

EL PAIS: Hablemos de sus comienzos en la posguerra.José Guerrero: Vine de Granada para estudiar en la Escuela de Bellas Artes, lo que después no me sirvió para nada. Pagaba mis estudios haciendo carteles cinematográficos. Allí encontré gente muy interesante: Carlos Pascual de Lara, Manuel Pérez Aguilera, Antonio de Lorenzo... Todos estábamos buscando cosas nuevas. Con Lago Rivera, un pintor al que yo estimo mucho, tuvimos un estudio juntos. Por aquella época vino Karl BuchhoIz que montó su librería-galería y formó un grupo que se llamó la Joven Escuela Madrileña, en el que había gran variedad de pintores (Pedro Bueno, Palazuelo, Novillo...). La primera exposición que hicimos causó impacto porque parecía que allí estaba fermentándose algo bueno. Al mismo tiempo conseguí una de las primeras becas francesas para ir a París.

EL PAIS: ¿En el año 1945?

J. G.: Sí. Llegué a París y por primera vez vi directamente la pintura española e internacional (Picasso, Gris, Miró, Kandinsky, Pignon, Hartung ... ). Así fui abriéndome a cosas nuevas. Al volver a España, el grupo de Madrid se fue estrechando. Hice una segunda exposición que se llamó Cuatro pintores juntos con Valdivieso, Lago Rivera y Lara. Inquieto por mi experiencia parisién estaba descontento aquí y comencé a preparar mis planes para irme otra vez. Trabajé intensamente un verano en La Alberca. Mis primeras abstracciones puede decirse que salen de un traje típico de las mujeres salmantinas. Hay en éste unos rincones muy abstractos con franjas negras y rojas que me interesan mucho. Fui a Suiza en el 48 y vi en Bërn una exposición de Paul Klee. Si Matisse, Picasso o Braque han seguido una línea muy pura de Cézanne, en cambio Klee y Kandinsky se alejan un tanto de ella. El lado freudiano influye ya en sus trabajos. Aunque Klee ha sido un hombre no muy pretencioso, que hacía cosas pequeñas, a mí me descubrió un nuevo mundo.

EL PAIS: En el 49 su primer viaje a América. ¿Cómo fue su llegada allí?

J. G.: Impresionante. Al llegar con mi mujer, que es americana, dimos una vuelta por Nueva York. Aquello me causó terror. Pensé: ¿cómo puede uno abrirse camino en este mundo? Desde el barco vi los rascacielos y me dieron la impresión de una arteria por la que la sangre, la energía, corre constantemente, sin pararse nunca. Yo tenía una carta de BuchhoIz para su galería en Nueva York. Allí me recibió Kurt Valentín, que entonces tenía a Picasso, Gris, Morandi... Me dijo que al estar yo comenzando no podía hacer nada por mí. Me envió a una galería llamada Betty Parsons. Era ésta la galería potente del momento en la que habían sido descubiertos Pollock, Rothko, Clifford, Still, Reinhardt... Betty me los presentó y poco a poco me fui metiendo en aquel mundo. Me costó aproximadamente cinco años levantar cabeza. Yo trabajaba entonces con formas ovales que me fueron conduciendo hacia otras cosas. En el 53 me llegó la gran oportunidad. El Art Club de Chicago me ofreció participar en una exposición de dos españoles junto a Miró. Vi el cielo abierto y acepté inmediatamente. Al año siguiente hice ya mi primera exposición individual de pintura en Estados Unidos, en Betty Parsons.

EL PAIS: ¿Qué relación mantenía con los americanos Rothko, Kline ... ?

J. G.: Era una cosa muy humana. En aquel momento no vivían aún de la pintura. Eran profesores de universidad, dibujantes, lo que podían. Las mujeres les ayudaban mucho. En aquel ambiente se formó un club en la calle Ocho. Como no existía la vida de café, los artistas nos reuníamos allí. La gente llevaba whisky o vino, y allí se hacían exposiciones de vanguardia con la gente nueva. Así tomé contacto con ellos. Después conocí mucho a Kline pues vivíamos en el mismo barrio. Cuando iba a comprar colores solía pasarme por su estudio para charlar. Bebíamos bastante, sobre todo él. También conocí muy bien a Rothko que para mí fue un hombre extraordinario. Me quería mucho y se portó muy bien conmigo, pues vio que yo era un extranjero como él. Hay una anécdota que para mí es muy rica. Al acabar mi exposición con Betty Parsons me dijo: «Ya sé que el último día es muy duro; se haya vendido o no. Es como una retirada militar. Coges los cuadros que te quedan y te metes en el estudio que es en realidad nuestra trinchera. La lucha está en los estudios.» Aquello me sirvió mucho..

Influencias

EL PAIS: ¿Quiénes, entre los americanos, piensa usted que le influyeron más?J. G.: Me interesaron mucho los grandes volúmenes de Kline, porque además siempre he sentido inclinación por el negro. Pero también la claridad de Rothko. Y, por supuesto, MotherweIl. Son gente que parte de grandes espacios. Lo que pasa es que quien mejor domina el color de entre todos es Rothko. Hay una cosa que mucha gente no ha comprendido. Su exaltación no está solamente en los grandes espacios. El color tiene una vibración. En los bordes, entre uno y otro color, hay como un nerviosismo. Como si cruzáramos una frontera.

EL PAIS: ¿Como si se diluyeran los límites?

J. G.: Eso es exactamente. Los rompe por un lado y por otro. Y eso es de lo que la gente no se ha dado apenas cuenta.

EL PAIS: Viendo su obra hasta finales de los años sesenta y la posterior, pienso que hay un cambio en cuanto que los espacios se equilibran mucho más. Primero habría una tensión en las formas más cercana a Kline y después se acercaría más a Rothko.

J. G.: Lo que pasa es que en esa época del abstracto expresionismo, o del informalismo como aquí se llama, la gente derrochaba toda su energía. Se tiraba la pintura en forma un tanto brutal, despiadada, y la composición apenas tomaba parte. Cuando llegó la época del pop, me retiré de todo aquello y vine tres años a España. Fue una época que me clarificó muchas cosas. Intenté encajar la energía del cuadro, controlarla para que no se dispersara. Así, dentro de existir las mismas tensiones, la composición obtuvo un mayor equilibrio y los colores aumentaron.

EL PAIS: Hablemos ahora de su crisis síquica y de cómo influyó en su trabajo.

J. G.: Eso fue hacia el 65-66. Me habían concedido la beca más importante del momento y el éxito, a veces, te sienta mal. Además, la beca coincidió con la noticia de la muerte de Carlos de Lara, íntimo amigo mío. La unión de ambos hechos me afectó de tal forma que reía y lloraba a un tiempo. Y enfermé. En realidad, el doctor me dijo que el problema no afectaba a mi pintura, que en ella seguía teniendo claridad. Se trataba de lo que me rodeaba. Y pienso que fue también la vida competitiva y tremenda de Nueva York. Los primeros tiempos fueron muy duros. Algunas imágenes tenían peligro: un cuchillo, un vaso roto, una cerilla. Afeitarse era penosísimo, y los ruidos de la calle eran brutales. La espera de la hora del análisis me resultaba terrible. Para calmar la ansiedad hundía mis manos en la tierra. No podía leer, escribir, ni siquiera pintar. Cuando pude empezar a trabajar, cada día era como una descarga eléctrica. Para la pintura, fue fenomenal. Hice borrón y cuenta nueva. Una vez, cruzaba Central Park un camión cargado de cartulinas negras que se iban desgarrando. Yo lo iba siguiendo, recogiendo los fragmentos. Llegué a casa del sicólogo con un enorme paquete de jirones de cartulina que después me sirvieron mucho. Aquellas formas me pertenecían, y las utilicé.

Una valoración distinta

EL PAIS: Alguna vez se ha dicho que es usted el más americano de nuestros pintores. Ahora que existe un renovado interés por la abstracción americana, a través de la lectura efectuada por los franceses, asistimos a una valoración distinta de su obra por parte de una nueva generación de pintores Interesados en problemas muy semejantes a los que usted se plantea. ¿Cómo ve a estos pintores y cuál es su relación con ellos?J. G.: En primer lugar, en América no me ven como pintor americano sino español. Afortunadamente yo estuve allí y la influencia es entonces lógica, pues si no sería un hombre insensible. En mí se ha dado un proceso natural. He ido evolucionando cada varios años, llegando más y más hacia una síntesis. Hay aquí un grupo de pintores (Broto, Rubio, Delgado, Grau, León, Ortuño, Tena y Campano) que han empezado de un modo muy sano, explorando un terreno muy cercano al mío. Valen mucho y creo que de aquí van a salir grandes cosas. Yo he hecho lo que me pertenece como pintor, como decía Rothko, y tengo casi una obligación de compartir con ellos lo que sé. También ellos me aportan cosas que yo no sé. Están empezando de un modo tan puro que hay ahí una especie de incógnita. Buscan una simplicidad muy difícil de alcanzar. Y esa simplicidad me está interesando mucho.

EL PAIS: ¿Qué proyectos tiene ahora?

J. G.: En el verano trabajo en Nerja, preparando una gran exposición para Nueva York en la galería Gruenebaum. Se trata de una nueva galería, fusión de otras dos. Es muy importante para mí, porque hace varios años que no hago una gran exposición en Nueva York.

EL PAIS: ¿Aquí prepara algo?

J. G.: Me gustaría hacerlo en marzo, cuando vuelva. Sobre todo alguna cosa con los jóvenes, todos juntos.

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