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Reportaje:Separación matrimonial en España / 1

Los separados no quieren ser viudos ni vivir de luto

Cuando Carmen y Jesús decidieron separarse, ella se quedó con los niños y él se fue a vivir solo. Al principio, los vecinos de Jesús pensaron que era soltero. Más tarde vieron que sus hijos le visitaban y le consideraron viudo. Pero cuando se enteraron de que los niños no estaban internos y que vivían con su mujer, la voz se corrió por toda la casa: «¡el del cuarto está separado!». A partir de entonces, cualquier chica que subiera a su casa, era sin excepción su amante, y si no aparecían mujeres durante un tiempo, la vecindad razonaba así: «está liado con la asistenta». Carmen, por su parte, se vio obligada a elegir entre asumir el rol de viuda acongojada y madre-chacha, o taparse los oídos y aceptar que hasta en la tienda de ultramarinos la llamaran prostituta. Este podría ser el principio de un folletín cualquiera, sólo que en este caso España toda ha sido un folletín, porque esta historia es real, ha ocurrido en los años sesenta, y sigue ocurriendo en algunas provincias.No hay estadísticas seguras sobre el número de matrimonios separados, y quizá la única manera de saberlo sería haciendo una encuesta a los porteros, pero la Asociación de Mujeres Separadas calcula que existen en la actualidad, alrededor de 500.000 separaciones, englobando las de hecho y las legales.

Matrimonio indisoluble

La situación singular en la que se encuentran los separados, y los variopintos sucesos sociales y jurídicos que padecen, son la consecuencia de vivir en un país en el que la única relación sexual estable que reconoce la ley es el matrimonio indisoluble. En los últimos años, el Estado español ha aceptado la visión que la Iglesia tiene sobre el matrimonio y ha legislado en esta materia como si todos los españoles fueran católicos. Como es ya conocido, para la Iglesia el matrimonio es la entrega mutua que un hombre y una mujer se hacen para siempre. Si este hombre y esta mujer fracasan, pueden separarse, pero, en realidad, siguen casados -«serán una sola carne»-, y ni siquiera la Iglesia tiene poder para divorciar o romper lo que es irrompible. Los no católicos se encuentran en la misma situación, ya que, aunque contraigan matrimonio civil, al no existir divorcio, también contraen un matrimonio indisoluble. En definitiva, los separados españoles no pueden legalmente ni casarse de nuevo, ni, en el caso de la mujer, convivir con otro hombre, so pena de cometer delito de adulterio. Solamente cuando la Iglesia decide que un matrimonio no se ha realizado -porque no se ha consumado, o porque los cónyuges excluyeron los hijos y la mutua fidelidad, etcétera- este matrimonio se declara nulo, y los esposos quedan libres. Algunos abogados, como Mariti San Nicolás, definen la anulación como «divorcio eclesiástico», dándose la paradoja de que españoles no creyentes se casan por la Iglesia, para que en caso de ruptura, un abogado «que se las sepa todas» les consiga la nulidad.

Este enrevesado trenzado entre legislación eclesiástica y civil está próximo a desaparecer. Se prevé el establecimiento de un matrimonio civil obligatorio con matrimonio religioso optativo o elección de matrimonio civil y matrimonio eclesiástico a gusto del consumidor-, y un divorcio civil optativo. Aunque los obispos temen que el pueblo confunda lo legal con lo ético, y que por aquello de que «todo se pega", el divorcio influya en el católico medio, parece que no se opondrán a que haya divorcio para los no creyentes.

La obsesión por encontrar al culpable

En la actualidad, todos los abogados matrimonialistas coinciden en la urgencia de desterrar el concepto de «cónyuge culpable». «En las separaciones hay que hablar de "causas", no de "culpas" -afirma Cristina Alberdi-» «Este es uno de los países donde los matrimonios se separan con más dosis de odio. La separación acarrea tantos problemas que los cónyuges fracasados se sienten "estafados". Las crisis nerviosas, las manías persecutorias son frecuentes» -manifiesta el doctor Alvarez Villar, siquiatra y hombre separado. La propia legislación fomenta la agresividad entre ambos, ya que no hay sentencia de separación si antes no se ha encontrado culpable a uno de los dos. Durante los dos años aproximados que dura conseguir una separación legal, hombre y mujer se dedican a buscar pruebas acusatorias que hundan a su rival. Muchas veces, el cónyuge declarado culpable se resiste a cumplir la sentencia y entonces es el cuento de nunca acabar y surgen nuevos pleitos y conflictos. Si el marido es «condenado» a pasar a su esposa una pensión mensual, generalmente se declara insolvente, y si la mujer obtiene la guardia y custodia de sus hijos -pero no la patria potestad-, tiende a llevar a los niños a un colegio que sabe que a su marido no le gusta. Los separados susceptibles se pasan la vida yendo al juez para que éste decida a qué colegio irán los hijos, a qué hora tienen que devolverlos si se los alternan, qué médico les operará de las anginas, etcétera.

En los últimos años han aumentado las separaciones amistosas. De común acuerdo, los cónyuges separan sus bienes ante notario y hacen un documento privado de separación, repartiéndose los hijos de una manera satisfactoria. Estas separaciones son más baratas que las legales y el precio oscila entre 15.000 y 100.000 pesetas, según haya o no liqUidación de gananciales. La separación legal, desde. que las tasas eclesiásticas son gratuitas, suele ascender a 100.000 y 200.000 pesetas.

Las causas de separación son muy diversas: adulterio, abandono, malos tratos fisicos y morales, demencia, alcoholismo, que haya peligro para el cuerpo -por ejemplo, una enfermedad contagiosa-, o para el alma -si el marido obliga a la mujer a prostituirse-, impotencia del varón, etcétera. También empiezan a considerarse las incompatibilidades síquicas y sexuales, pero unidas a otra causa de las ya citadas. Los problemas que se les plantean a estas persorias, hombres y mujeres, en muchos casos son los mismos. Pero dada la situación en la que la mujer se encuentra, cara a la sociedad, y cara a la ley, es evidente su condición de cónyuge frágil.

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