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La responsabilidad de la oposición

Catedrático de Universidad

Las elecciones han configurado una Oposición fuerte, que reclama ser considerada como parte del Poder, pero que no desea protagonizar la labor de gobierno. Este planteamiento merece respeto. En términos generales es perfectamente plausible ser conscientes de que, aunque la gobernación directa de la cosa pública quede en manos ajenas, la responsabilidad en el mejoramiento de las condiciones de la vida social atañe a todos y, singularmente, a quienes disponen de más fuerza, a quienes tienen más poder. Como la Oposición tiene poder, es responsable de lo que en el país acontezca.

Una Oposición muda y paralizada sólo respondería de lo que pudiese realizar o provocar esporádicamente, al deshacerse de sus ataduras de cuando en cuando. Pero una Oposición parlamentariamente instalada, con medios abundantes y potentes altavoces no puede limitarse a acampar a las puertas de la ciudadela del Estado, organizando su asedio y aguardando el momento en que sus ocupantes deban desalojar. Porque la ciudadela del Estado y el recinto de la Administración, así como el lugar. de la acampada, por espaciosos que sean, no agotan el ámbito de la convivencia social sobre el que incide la actividad política. Ese ámbito es el territorio entero del país. Y el país no mejora de verdad a consecuencia del simple relevo de los ineptos o de la mera sustitución de los dialécticamente débiles, que no sean favorecidos por la opinión política de moda. Mejora por la acción de todas las fuerzas sociales -Estado, empresas, grupos políticos, sindicatos, universidades, etcétera-, siempre que estén dirigidas y gobernadas por hombres competentes. ¿De qué le sirve al país cambiar los titulares de la gestión de la República, si los nuevos son tan inhábiles como los viejos? ¿De qué le sirve a España cambiar, sin más, Parlamentos y Gobiernos? La pregunta ha sido respondida por la Historia y tiene contestación permanente a cargo de la lógica.

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En el fondo, volvemos a un punto crucial ya comentado en estas páginas: la Oposición necesita más sentido del Estado y correlativo respeto al pluralismo de la sociedad- que ansia de poder. Poder tiene y así lo ha reconocido. Pero, en relación con la responsabilidad de la Oposición, sería temible que ese reconocimiento fuese de raíces superficiales, que se tratase de una frase dictada por un explicable desahogo y por la mentalidad tradicional de los políticos españoles, más expertos en el modo de conquistar el mando y de repartirse sus frutos que eminentes en el arte de aplicar prudentemente sus fuerzas en beneficio de todos.

La Oposición, si quiere servir de.verdadál país, tiene dos grandes tareas por delante. La primera de ellas -lo digo sin intención alguna de herir o molestar- es aprender aprender a gobernar, conocer los problemas reales y los instrumentos para abordarlos. La Oposición no puede ser tan popular en su base como menesterosa en sus «cuadros» e indigente en sus ocurrencias constructivas. Esto, entre otros males, podría ocasionar un proceso de radicalización verbal que cristalizase en un catastrófico Gobierno ultrajacobino, arranque del desbarajuste general.

¿Acaso debe permanecer callada la Oposición mientras aprende? Claro que no. La Oposición debe ejercer la crítica y formular alternativas. Sin embargo, el ejercicio de la crítica ha de estar en función no sólo de los defectos del contrario, sino también de las dificultades conocidas con que se tropiece. Es admisible una crítica dura, incluso con aspereza, pero siempre verdadera, sin trucos, sin ocultamientos de la parte de realidad que favorezca al criticado. Hay cosas con las que hay que acabar. En la política menor está admitiéndose como de uso ordinario la dialéctica de mentir en favor propio porque ya mentirán «los otros» en sentido contrario. Parece como si se pensara que las fuerzas de las mentiras se contrarrestan y se anulan recíprocamente. No es así: la verdad no surge promediando falsedades, y lo que sucede es que se engaña al ciudadano por partida doble. A consecuencia de ello, las posiciones se extreman en un bando y en otro. El entendimiento y el compromiso se dificultan.

También es necesario que la Oposición formule alternativas. Pero alternativas practicables, aunque sean ambiciosas. Proyectos hacederos, propuestas honra, das. Cuando se quiere hacer política mayor, el llamado ingrediente utópico no es un salvoconducto para prometer lo que no se tiene, para que hombres corrientes -cuando no pobres diablos se disfracen de mesías, y para que problemas arduos se planteen como logros que están al alcance de la mano y que si se frustran es por la malvada tenacidad de «gente mala».

Ya sé que este último planteamiento resulta infantil. Es que conviene, justamente, señalar el peligro de seguir tratando como niños a los ciudadanos, mofándose de la traída y llevada madurez del pueblo. Y si tal vez sería exageración pretender que la Oposición se constituya en «instancia» pedagógica y se dedique misericordiosa mente a enseñar al que no sabe, sí es exigible que no se dedique a engañar. Aludo a la Oposición porque el Gobierno -al que también cabe referir todo esto- tiene el contrapeso de estar constreñido a resolver problemas.

La demagogia es rechazable no sólo por razones éticas -las de mayor peso en sí-, sino por motivos políticos, que son, por desgracia, los más eficaces para los hombres políticos. Y estos motivos se pueden resumir fácilmente acudiendo al refranero: «Quien siembra vientos, recoge tempestades.» Si la Oposición no tiene voluntad de perpetuarse comotal y alguna vez accede al Gobierno, se topará con los frutos de la demagogia: unos problemas enrevesados, una opinión pública alucinada que pide la luna y, en definitiva una nueva Oposición que tomará el relevo en situación aún «mejor que la de sus predecesores. El ciudadano común y el país entero pagarán las consecuencias y quedarán presos de una clase política inmutable, capaz de mantenerse, siempre en el Poder, aunque in capaz de superar por elevación cualquier atolladero histórico.

Ahí está Italia.Un comentarista político avezado asegura a sus lectores que, habida cuenta de las próximas elecciones municipales, Suárez «se va a seguir dedicando a la política», sin meterse -viene a decir- en berenjenales de inflación, endeudamiento y reforma fiscal. Lo que interesa aquí de esta opinión no es su acierto (sobre el que me reservo dudas muy serias), sino el que refleja un pobre concepto de la política como actividad exclusivamente referida a las elecciones y a los cambios ministeriales, al relevo en la ocupación del Poder.

Tal vez la política española, dadas las circunstancias, no pueda extenderse a los problemas de cada día, a la buena gobernación ordinaria del Reino. Pero, ¿no es deseable cuanto antes esas circunstancias9 ¿No es posible avanzar hacia una política en la, que, definidas con firmeza las reglas básicas del juego, puestos ya de acuerdo en lo que España es, llegue sin tardanza un día en el que se discuta con seriedad en el Parlamento si es adecuada la elevación del 1 % en un impuesto,. como acaba de ocurrir en el Bundestag? ¿Será quimérico el deseo de llegar pronto a una situación en la que el pueblo vote valorando exclusivamente quién ofrece más garantías de utilizar mejor los mecanismos relacionados con el bienestar general?

Hágase la Constitución, plásmese en fórmulas jurídicas el tema de las nacionalidades o de las regiones Y que sobre ello la Oposición deje oír su voz y sentir, su peso. Pero adviertan todos que han de ir acabándose las posibilidades de hacer política con simples discursos generales sobre generalidades. Porque habrá que concretar las grandes cuestiones y, si hay mentalidad dernocráfica a discusión debe terminar tan pronto finalice el escrutinio correspondiente. Si no hay esa mentalidad, no sólo no llegaremos , nunca a afrontar con altura los asuntos públicos. Ocurrirá algo mucho peor que estaremos," una vez más ante una España provisional, hoy Reino y mañana republicana, hoy Estado unitario, mañana federal. Una España que se vertebra y se desvertebra cada día, en la que la Administración apenas alcanza a mantenerse a sí misma, en, la que, por no saber hacer política mayor, todo se politiza, y en la que languidecen y agonizan las instituciones sociales y la propia sociedad, sepultadas por la pretensión de engullir cualquier acontecimiento y cual quier entidad en esquemas políticos totalizadores, es decir, totalitarios.

Tras las elecciones, tenemos ya alumbrada lo que Marías llama «la existencia política de España... condición inexcusable para una vida colectiva decente, inteligente, digna de hombres libres,». Y tenemos materiales herramientas -más que nunca en la Historia- que permitirían consolidar normalmente esa ,existencia de manera que, como sigue diciendo nuestro primer y más lúcido liberal, «tres cuartas partes de la vida pudieran ser no políticas». Pero cabe que nuestros dirigentes no acierten a normalizar esa existencia e incurran en el doble error del discurso general que nunca se da por terminado ,(al menos hasta la completa satisfacción.de los totalitarios) y de la politización de la minúcia del comino. La nueva y robusta.Oposición carga también con la responsabilidad gravísima de evitar esos errores. Dije al principio que hay dos grandes tareas para la Oposición. La segunda de ellas es despojarse de la causa de esa tendencia a la politización total, causa que no es sino el dogmatismo, el deseo de intentar un control de la sociedad en tanto no logra el del Estado.¿Que este desprendimiento del dogmatismo ideológico, del mesianismo social, sería despojar de su sera nuestra Oposición? No lo sé. Lo que sí sé es que significaría tener la Oposición que debe ser.

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