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La vidriera más grande del mundo

Al cumplir los noventa años, Marc Chagall acaba de instalar en la capilla de Los Cordeleros (iglesia a gótica del siglo XII, sita en Sarrebourg, en la Lorena) la vidriera más grande del mundo: 12 metros de altura y 7,60 de longitud. Viene así a consumarse, por ahora, el ciclo de los ventanales litúrgicos que el viejo maestro iniciara, en 1957, con los ideados para la iglesia de Planteau d'Assay, en Saboya (1957), y de los que ha venido dando fe sucesiva en la catedral de Metz (1958), en la sinagoga del hospital de Hadassah, cerca de Jerusalén (1960), en la iglesia Fraumunster, en Zurich (1970), en la catedral de Reims (1974)..., más los realizados con destino a Nueva York: el de La Paz, en la sede de las Naciones Unidas, y el de la iglesia de Pocantico Hill.Cinco años de trabajo ininterrumpido le ha costado a Chagall la consumación de esta última vidriera, que en su totalidad viene a ocupar la extensión aproximada de cien metros cuadrados. La maqueta inicial (realizada a escala 1/ 15), con los bocetos o cartones de las franjas divisorias (reducidas a su mínima expresión en el empleo del plomo tradicional), formas compositivas y gradaciones cromáticas, ha dado paso a su consagración definitiva y litúrgico ornato del citado templo de Sarrebourg. Se ve el gran ventanal completado con siete pequeñas vidrieras colocadas en los vanos ojivales de la capilla.

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La magnitud y complejidad de la empresa ha exigido nuevas técnicas de fabricación y montaje: una proyección o amplificación fotográfica de la maqueta a sus dimensiones reales y en pro del trabajo directo sobre las grandes planchas acristaladas, especialmente fabricadas para el templo de Sarrebourg. A merced del ácidof luorhídrico, todo un laborioso proceso de grabado ha dado vía libre al flujo y reflujo del color, a su entonción y degradación paulatina que llegan a hacer innecesario el empleo de la cinta de plomo en el engranaje de los fragmentos.

Fábula y liturgiaFiel a su particular concepción y difusión de la fábula y a la inevitable liturgia con que, según queda apuntado en el comentario adjunto, la divulga y adorna, Marc Chagall ha trazado un argumento esencialmente bíblico que, de acuerdo con su costumbre, Incluye la semblanza del Crucificado, rey de los judios, y jamás se extiende a otros episodios y personajes del Nuevo Testamento. La raíz judaica del singular artista eslavo se ha plasmado siempre en esta peculiar característica exegética que en el drama de la Cruz halla su epílogo,

Su última obra

sin afectar para nada a otros pasajes evangélicos.Sin romperlo ni mancharlo, el rayo de luz traspasa el cristal e Ilumina el templo de Sarrebourg con la efusión de un radiante arco-iris (símbolo bíblico de la paz), en cuya trama y despliegue preponderan los rojos, los verdes y los azules. La Paz es, en efecto, el título general que ha asignado Chagall a su obra, abierta de paren para personajes y símbolos de la Biblia (Adán y Eva, Isaías, las Tablas de la Ley, el Candelabro de los siete brazos, Abraham y los tres ángeles ... ) y coronado con la triunfal entrada de Jesús en Jerusalén y su muerte en el Gólgota.

Cual corresponde a un genuino hacedor de fábulas, siempre ha buscado Chagall amplios escenarios en que ofrecer al público el argumento y la forma de su ritual manifestación. Primero fueron los grandes murales que, a instancias de Effros y Granowsky, realizó en Moscú para ornamentar el nuevo teatro de arte judío; luego, los decorados del Aleko, de Tchaikowsky; del Pájaro de fuego, de Strawinsky;, del Dafnis y Cloe, de Ravel, y las tapicerías del Parlamento de Jerusalén, los murales de Francfort, el techo de la Opera de París..., y, por, último, la decidida entrega a las vidrieras litúrgicas en que la fábula había de hallar adecuada sacralidad.

Y de la suntuosidad catedralicia ha terminado por recluirse en el fervor del templo abandonado, como al dictado de este texto e Claude Esteban: «No sería la gran catedral en su mensaje unitario, altivo, demasiado seguro en el polvo de la ciudad, -lo que convendría más a estas lecciones humanas de esperanza, sin unos collares de capillas, blancas ( ... ) en el espacio para el paso de los fieles, de los profetas y de los mendigos».

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