Ràfols Casamada: maestro, poeta, pintor
Entrevista con el artista catalán
EL PAIS: Cuando empieza a pintar en los primeros cuarenta, ¿sobre qué bases se asienta su trabajo?Albert Ráfols Casamada: De siempre en mi pintura ha habido un interés por la construcción y por el color como elemento expresivo. Ya estaba claro en mi primera muestra de 1947. Yo partía -como todos en mi generación- del estado en que había quedado el arte antes de la guerra. Encontré puntos de apoyo cercanos: el neocentisme, y, sobre todo, Torres García. Devorábamos las reproducciones de los libros: Picasso, Braque. Así fue como nos hicimos nuestra propia cultura artística. En París, a donde fui con una beca en 1950, comienza mi segundo aprendizaje.
EL PAIS: ¿Le afectó la oleada del informalismo?
A.R.C.: A partir del 57 realizo una pintura abstracta, de texturas. Eso me emparenta con el informalismo. Pero seguía habiendo en lo mio una serie de referencias al sistema de la perspectiva, como un recorte en grandes planos. Por debajo, estaban extrañas mezclas entre, podríamos decir, los paisajes de Joaquín Mir y la geometría de Mondrian. De todas formas, al cabo de unos años, estuvo claro que el informalismo era un callejón sin salida.
EL PAIS: ¿Qué salida particular le encontró?
A.R.C.: En el año 62, en la Galería Belarte de Barcelona, se celebra una exposición Homenatge a Salvat Papasseit, con Todó y Guinovart, entre otros. Sacamos a Salvat como bandera, un vanguardista muy autóctono, con su mundo suburbial. Allí expuse mis primeros cuadros de objetos incorporados, utilizando collage. Se trataba de mostrar elementos de la vida cotidiana, de descubrir la poesía de las cosas desechadas. Una pintura más poética que crítica, en cualquier caso. Los elementos no poseían sólo un valor referencial, se convertían en parte integrante del cuadro como tal.
«El balcón», de Matisse
EL PAIS: ¿Y hasta su pintura de hoy?A.R.C.: Para mí, en él cuadro intervienen tres factores: el formato, es decir, la forma exterior y las proporciones del cuadro; la estructura, que tiene mucha importancia por ese sustrato constructivo que siempre hay en mi obra, y el color. Estos elementos luchan, juegan. Podría decirse que es un juego erótico. En la pintura, busco la claridad, el equilibrio. Pero no un equilibrio estático, sino fluctuante y libre. Me gustaría que mis cuadros no estuvieran cerrados, sino que respiraran, que produjeran una sensación de apertura.
EL PAIS: ¿El balcón, de Matisse?
A.R.C.: Sí, un tema que me permitía jugar con la relación superficie / espacio, de manera que el cuadro quedara cerrado por los lados y abierto por el centro.
EL PAIS: ¿Qué le parece el trabajo de los nuevos abstractos, los franceses, por ejemplo, en los que es norma la referencia a Matisse?
A.R.C.: Sin habérmelo propuesto, me encuentro bastante cercano en algunas cosas a esa línea. Newman y Rothko hace tiempo que me interesan. Lo que ocurre es que en mi caso funcionan sustratos anteriores, que no he querido rechazar. Le hablaba de Torres García -has visto algunos dibujos muy 1920 que expongo aquí mismo, con un lado culturalista- También. me queda algo del noucentisme. Y siempre un espacio indeterminado, en que siguen funcionando en parte, referencias ilusionistas.
EL PAIS: ¿Considera que la cultura catalana -en este caso, la pintura- necesita de claves propias?
A.R.C.: Sin duda cuentan los antecedentes, un cierto entorno. Aunque sólo sea el hecho de tener el mar delante. El mediterraneismo me parece un tópico, pero cómo no ver que tenemos algo en común. Se podría hablar de equilibrio, de la búsqueda de un espacio abierto, de la luminosidad. Todo eso configura un paisaje síquico. Todo es, o está en la poesía de Salvat. O de Foix: peis ports arcaics i les cales obertes...
EL PAIS: En su pintura, ¿cómo se traduce ese paisaje?
A.R.C.: Aparte de aquellos aspectos de la vida cotidiana que se incorporan mediante el collage, le hablaba antes de un cierto equilibrio, fruto de la tensión entre el juego de los planos recortados y la pintura que los recubre.
Que circule el aire
EL PAIS: Hablando de otro campo, ¿cómo considera su actividad poética?A.R.C.: No establecería jerarquías. Igual que los dibujos más naturalistas, mis poemas son un poco un laboratorio de sensibilidad. En el libro Signe d'aire he ido recogiendo lo que tenía. Se trata de un mundo paralelo al de la pintura, un mundo que ha tardado más en salir a la luz pública. Junto a poemas más «literarios» figura mucha poesía visual. Es una actividad que no es mi prohesion (la pintura sí), pero que la completa.
EL PAIS: ¿Con sus leyes propias?
A.R.C.: Es otra forma de expresarme. Una poesía de imágenes, rozando casi la escritura automática. Poemas muy breves a veces, como haikais. Que circule el aire. Que se vaya de la frase a la palabra, y de la palabra a la letra.
EL PAIS: Por último, podría resumirnos el tipo de enseñanza que se imparte en Eina?
A.R.C.: El proyecto inicial era hacer una escuela entre el diseño y el arte, cursos como los de la Bauhaus. Al cabo del tiempo, se marcharon los que preconizaban el racionalismo bauhausiano. Los demás, impulsados entre otros por Cirici, nos dimos cuenta de que había que hacer algo que respondiese más, primero a una época bien distinta de la de Bauhaus, segundo a las posibilidades (ausencia de subvención), y tercero, y, en consecuencia, a las disponibilidades de un grupo de gente. En los talleres, el profesor orienta en lugar de imponer. Se imparten clases de diseño gráfico de interiores y de objetos. También arte e imagen. Yo doy la clase de color. Este año se ha montado el colegio de Filosofía, con Rubert de Ventós, Llovet, Vicens, Eugenio Trías. Queremos fomentar los contactos entre distintos campos. Igual se habla de Dadá que de literatura. Hubo una época en que una determinada vanguardia (lo que se llamó arte conceptual) sólo se manifestaba en Eina. Por ahí han pasado muchos: Jové, Silvia Gubern, Ponsatí, Eulalia, Pérez Sánchez, Pazos, etcétera. Formamos diseñadores, principalmente, pero también asiste gente metida en una práctica artística, incluso la pintura en su sentido más estricto.
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