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San Isidro 77: decimotercera corrida de feria

Juan Moura, un torero para la historia

Nadie va a descubrir a estas alturas a Juan Moura; desde el primer, momento se vio que es un gran torero, el más importante rejoneador en activo. Pero hay que decir que su triunfo de ayer en Madrid, gran triunfo, de apoteósis, tiene una significación especial, pues lo consagra como torero para la historia, ya a sus dieciséis años de edad.Si estableciéramos términos de comparación, daría lo mismo decir aquí torero a pie o a caballo. Moura es torero, el mejor en su clase y el mejor, aún, de cuantos pueden verse hoy en una plaza de toros. Lo de ayer rebasa toda capacidad de asombro. El toro marcó la pauta. Manso de abrigo, huía de todo y al sentir el castigo saltaba despavorido para refugiarse en tablas. Varias veces recorrió el ruedo, barbeando la barrera y buscaba por donde escapar. Llegamos a pensar más de una vez que daría el salto al callejón, porque alargaba el cuello para mirar, por si allí dentro podía tener refugio.

Plaza de Las Ventas

Decimotercera corrida de feria. Tres toros de Louro Fernández de Castro, mansos, dos relativamente manejables (segundo y Sexto) y otro peligroso (cuarto). Dos de La Laguna, mansos, difícil el primero, inválido y manejable el tercero. Y uno de García Romero, manso, de mucho peligro y sentido. Todos con trapío y salvo el primero, de La Laguna, aparatosos de cabeza y astifinos.Antonio Rojas. Silencio en ambos. José Luis Galloso. Palmas y saludos. Bronca. Lorenzo Manuel Villalta Aplausos y salida al tercio. Silencio. Dos toros para rejones de El Campillo, con cuajo y mansos. Moreno de Silva. Silencio. Juan Moura. Dos orejas y salida a hombros por la puerta grande. Presidió bien el señor Mínguez.

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Como en las corridas veraniegas

Un regalo; toro deslucido en cualquier tipo de suertes, y más para las del rejoneo, que requieren embestidas vivaces y sostenidas, para crear belleza, para ofrecer espectáculo. Pero Moura llegó a hacer bueno lo que salió tan malo. Se acercaba al toro, tiraba de él. El manso le embestía a oleadas y por dos veces salió de un terreno en tablas para refugiarse en otro. Más en el tercer intento, el rejoneador lo consiguió encelar y situarlo en los medios, de donde la fiera ya no se volvería a ir, porque quedó fija en el caballo. Del temple de Moura hablaremos, aunque haya quien desprecie el término. El secreto de Moura está en el conocimiento de los terrenos y en el temple. Prende las embestidas del toro, al que lleva fijo a la grupa, a distancias milimétricas; y cuando alcanza el terreno elegido, gira, y entonces quedan encarados caballo y toro, y de esta forma el jinete mide la distancia, con técnica, torería, para iniciar la suerte en el punto justo que la condición de la res exige.

Clavó ayer con gran precisión, reunía al estribo, la salida era siempre limpia y siempre llevando al toro perfectamente toreado.

Hubo, en definitiva, suprema calidad suerte a suerte, pero también en toda la actuación, que poseyó unidad; fue un todo armónico, de vibración creciente, que tenía a la plaza tan absorta como enardecida. Y -hay que subrayarlo- sin una concesión a la galería; sin galopadas del séptimo de caballería; sin pares a dos manos. sin alardes circenses. Toreo puro -¿qué más da, a pie o a caballo? !toreo!- a cuyo embrujo se enredó con el alma la afición de Madrid.

Es una pena que no podamos decir lo mismo de Moreno Silva: estuvo desacertado. Ni del resto de la corrida, que fue complicada y sin brillantez posible: con muchos pe ligros muchas angustias por causa de la ironquedad y el. sentido de los toros, casi siempre, y por la torpeza de los toreros más de una vez. A Antonio Rojas le correspondió un toro reservón, muy difícil, que escondía la tara entre las manos, y otro de cornada segura, y bastante hizo con quitárselos de en medio sin percance. Otra fiera como ésta tuvo Galloso: el: garciarromero corrido en quinto lugar, que desarmaba, no atendía a los engaños y, lejos de embestir, arrollaba y al bulto. Lo mató a paso de banderillas. Sin que hubiera de medirse con bombones, precisamente, Villalta contó con mejor suerte, pues le salieron uno de La Laguna flojo y manejable, y uno de Louro, de impresionante trapío, cabeza como para acollonar al Guerra, pero que pudo tener faena por el pitón izquierdo. Su torpeza hizo que no aprovechara las ocasiones de lucimiento, y el de La Laguna llegó incluso a voltearlo cuando le citaba al natural.

También Galloso contó con un louro que no era de pesadilla. Res sin clase, mansa, aunque manejable, la faena del portuense estuvo bien construida, fue incluso reposada, más sin calidad en la ejecución de los pases.

Corrida de remiendos. De los anunciados toros de Louro saltaron a la arena cuatro, y uno -que cogió a Galloso de mala manera, si bien no le hirió, afortunadamente- fue devuelto al corral por renqueante. Los tres que llegaron a lidiarse, los de La Laguna y el de García Romero, mansearon en varas , como se ha dicho, abundaron y los pregonaos. Pero, eso sí, todos tuvieron trapío y casi todos lucían unas cornamentas aparatosas y astifinas. O sea que hierro sobre hierro. La diferencia de trato que dan a las figuras y a los modestos es de crónica de sucesos. El día que lo sea también de tribunales, iremos mejor.

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