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SAN ISIDRO 77: OCTAVA CORRIDA DE FERIA

Los "moleros" no soportaban la suerte de varas

Plaza de las Ventas. Octava corrida de feria. Toros de Molero hermanos, muy desiguales de presentación, cómodos de cabeza, variados de capa (un berrendo en castaño, luceros, berrendo en negro, negro lucero, castaño, etcétera); flojos, primero cayó y hubo que levantarle tirando del rabo; con tercero, cuarto y sexto se simuló la suerte de varas; cuarto devuelto por renqueante y sustituido por un toro terciado de la misma ganadería; relativamente toreables tercero y sexto; noble el cuarto. Dámaso González. Silencio. Petición y división de opiniones con saludos. Antonio Guerra. Petición y vuelta. Silencio. Luis Francisco Esplá. Silencio en los dos.

«¡Sin picadores, sin picadores!» gritaba parte del público. De nuevo, tuvimos que ver ayer toros sin fuerza. incapaces de soportar no ya las varas reglamentarias, sino incluso una sola, como ocurrió con los que correspondieron a Esplá, y otro que de poco se muere en plena faena de muleta, igual que el otro día (por cierto, también intervenía Esplá), y hubo que incorporarlo por tracción banderillera, tirando de los cuernos y el rabo.Y si los toros son así es que no hay toros, pesen lo que pesen, aparenten lo que aparenten, tengan la edad o no la tengan, corra por sus venas sangre brava o mansa. Y si no hay toros no hay corrida, aunque se anuncie como tal y aunque la empresa ponga las entradas a unos precios que ya serían caros con Joselito y Belmonte resucitados en el cartel, y veraguas esperándoles en los chiqueros.

Es forzoso renunciar a cualquier precisión sobre si hubo bravura en las reses de Molero, porque no hay comprobación posible si no es en la pelea con los caballos, completa, y luego en los demás tercios, si se desarrollan con normalidad, lo cual sólo sucedió -y con reparos- en el lote de Antonio Guerra. El cual tuvo dos enemigos difíciles, uno probón y sin fijeza, otro violento e incierto, y en los dos se jugó el tipo, con trasteos angustiosos, porque estaba en el aire el temor de que, en cualquier momento, podía producirse la cogida.

A su primero logró meterle en la muleta para una tanda de naturales, que si no fueron precisamente la quintaesencia del arte, poseyeron hondura -había temple y mando- y eso es suficiente. Su otra faena la inició en los medios, de rodillas, citando de muy largo, y al cuarto pase resultó arrollado, sin consecuencias. Hubo quien protestó el alarde, porque lo tomó a suicidio, pero es más cierto que respondió a la vergüenza torera de un espada modesto, empeñado en abrirse paso por el camino del valor y, en definitiva, de la autenticidad. Es decir, que quiere ser torero, y para ello se expone. A diferencia de quien quiere ser figura por real decreto y se mete en los vericuetos de la triquiñuela.

Es el caso de Esplá, al cual han traído a Madrid con tanto mimo, que puede costarle la carrera. Los cuatro toros que le correspondieron en sus dos actuaciones estaban inválidos, y uno hasta se murió de un soponcio. Pero como no tiene calidad, al faltar la emoción, sus faenas resultan aburridas; no hay en ellas nada que prenda en los espectadores, y no digamos en los aficionados. Las de ayer, a sendos toros con poco recorrido y mortecinos (aunque el segundo fuera un serio ejemplar, de mucho cuajo), pasaban al olvido a medida que las iba construyendo. Y luego está el número de las banderillas, que realiza con vulgaridad y aliviándose. En cada uno de sus toros clavó dos pares y medio y fracasó sin paliativos.

Pero estábamos con Antonio Guerra, que pudo triunfar si no llega a ponerse tremendista con pases mirando al tendido y a pasarse de faena en su segundo, al que, por este motivo, le costó cuadrar, y enfrió las ráfagas de emoción que había producido la impavidez con que aguantó coladas y gañafones. Protagonizó lo más interesante de la tarde, pues Dámaso González, que naturalmente no pudo hacer nada en el toro que se moría, en el cuarto, un borrego con el que se simuló la suerte de varas, dio los abundantes pases que acostumbra, con las espaldinas circulares de su especialidad, que no gustaron, pues, entre otras cosas, ese ya es toreo camp. Por cierto, que parte del público pidió la oreja con los gritos de siempre, el señor Mantecón no la concedió a pesar de que había más pañuelos que cuando se la regaló a Robles el otro día, y, arrastrado el toro, no pudo ni siquiera dar la vuelta al ruedo, pues los pitos eran más fuertes que los aplausos.

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