La tensión vuelve a Israel
LA DERECHA de Israel, vencedora en las elecciones, no es la defensora de unos intereses económicos ni de una ideología tradicional. Al Partido «Likud» se le coloca la etiqueta de la derecha porque es el defensor del nacionalismo a ultranza. El «Likud» plantea como prioridad física la necesidad de mantener, reforzar y si es necesario ampliar la precaria frontera del enclave territorial más comprometido del mundo. Como consecuencia, mantiene una doctrina de y para la guerra. Y este es el acontecimiento decisivo que transforma no ya el panorama de la zona, sino el de la política mundial, al reaparecer una posibilidad no remota de confrontación armada. El cambio afecta a las primeras potencias y a no menos de treinta países, España entre ellos. En el caso de los comicios israelíes se pensaba que el panorama apenas iba a cambiar, y el cambio, no obstante, ha resonado en todas las cancillerías mundiales.La victoria nacionalista en Israel tiene otro significado: el del relevo democrático, que abre paso a la alternativa alejada del poder. El laborismo estaba desgastado por una larga etapa de Gobierno, con algunas arbitrariedades, no pocas sinuosidades y buen número de aprovechamientos silenciosos en la administración del presupuesto. Algunos bolsillos se beneficiaron; la mujer del primer ministro contravino la ley al abrir una cuenta bancaria en el extranjero, y algunos grandes mandatarios se especializaron en una gran tentación de la política moderna: el tráfico de influencias.
Esta situación interior se ha producido en un país con peculiaridades extremas: una colectividad que tiene que gastar más de la mitad de su producción en necesidades de defensa, que cuenta con un apoyo racial efectivo en las grandes potencias económicas, que se defiende, hasta hoy con éxito, del cerco de un enemigo numéricamente cien veces superior. Si añadimos que Israel ha sabido embarcar en el compromiso de su defensa a la primera potencia militar de Occidente, se verá cómo la pequeña nación judía tiene la habilidad de comprometer en su subsistencia nada menos que el equilibrio mundial. La llegada de la derecha del «Likud» a las palancas de mando en Tel-Aviv supone una nueva vuelta de presión en la tuerca del riesgo constante que se ha querido mantener desde la guerra de octubre del 73.
Pero la victoria del «Likud» no es tampoco la victoria de la intransigencia. El partido propone la anexión completa de Cisjordania, como parte integrante del territorio israelí, según testimonios bíblicos. Pero el partido sabe que esta reivindicación, mantenida a fondo, es la vuelta cierta a las hostilidades. Por eso el señor Begin habrá de formar un Gobierno negociador, capaz de obtener respaldo económico exterior y capaz, sobre todo, de no comprometer el apoyo, hoy muy firme, de Estados Unidos.
Queda la gran cuestión palestina, que el «Likud», hoy por hoy, parece poco dispuesto a resolver.
Y queda, sobre todo, la enorme onda expansiva que, en el panorama internacional, puede producir un aumento de tensión en Oriente Próximo.
España, bueno es recordarlo, no fue ajena al último conflicto. Sobre su suelo repostaron, sin clara autorización de los mandos españoles, aviones que acudían en refuerzo del ejército judío. Esa incorrección hacia nuestra soberanía no se debe repetir.
Ante el cambio de viento en Oriente Próximo, España debe reconocer sin pérdida de tiempo al Estado de Israel, y mantener al mismo tiempo una neutralidad escrupulosa en un contencioso irresuelto que envuelve a judíos y árabes, a americanos y soviéticos.
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