Arroyo
Convendría, una vez más, soslayar el nombre de la galería y del expositor, para centrar la atención del comentario en la objetividad escueta de lo expuesto. Pinturas, en cuanto que pinturas, collages y dibujos en sus límites estrictos, y objetos como objetos (con su goma Pirelli, su escenografía de fundición y la marmórea solidez de un par de imaginarios platos de judías con chorizo); que tales y no otros son los efectos plásticos, las presuntas escenas exóticas y las manufacturas doméstico-culinarias con que el artista se nos presenta, sin la más leve indicación o somera advertencia preambular.Cuando una pintura, de contenido y alcance eminentemente literarios, se nos ofrece despojada de toda literatura, de toda explicación, hemos de entender que su hacedor quiere destacar, por encima de otro valor cualquiera, una específica condición pictórica. Y, la verdad es que, entendida como pintura-pintura, la obra de Arroyo dista mucho de emular magisterios y entrañar perfecciones. Su quehacer más actualizado se lirnita a cubrir la superficie de cada lienzo con cuya faz se ve suplida por una especie de mosaico o puzzle multicolor, y cuya clave, dado que el pintor la oculta, no seré yo quien venga a descifrar.
Arroyo
Galería Juana Mordó. Castelló, 7.
Pintura-literatura, pintura-ilustración, pintura-informe..., que al verse privada del texto correspondiente (ni una sola nota en el catálogo), y no siendo muy allá los valores de su práctica específica, termina por verse recluida en los límites de su propia inexpresividad. Es como si, desaparecido el objetivo concreto de sus denuncias de antaño, le costará al pintor Dios y ayuda, el hallazgo de otros casos que denunciar.
¿Suscitaría esta exposición idénticas atenciones y reclamos, de verse colgada en una galería cualquiera? No, como tampoco había de rehuir olvidos y desdenes, de no saber los entendidos que Arroyo es firma reconocida, con un holgado centenar de exposiciones en el medio cosmopolita (París, Londres, Berlín, Oslo, Venecia, Belgrado, Zurich...) y una treintena de textos a su favor, debidos a prestigiosos críticos europeos. Hágase abstracción de lo uno y lo otro, y ¿qué quedaría? El desconcierto de unas estampas que, exentas de toda explicación literaria, o a falta de actualizadas denuncias, nos remiten a lo anodino y precario, a lo poco feliz de su propia plasmación.
Babelia
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