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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El ateísmo "científico" y la indiferencia religiosa

Ateísmo ha habido siempre y lo habrá siempre, gracias a Dios. Gracias a Dios porque es el signo de la terrible pero suprema libertad del hombre. La fe de Abraham le fue reputada por justicia, porque Dios se manifestó a él no con una evidencia irresistible y deslumbradora que anularía de raíz la razón de la fe que nace de Abraham, Padre de los creyentes, sino como una insinuación, una seducción de la voluntad del hombre que deja intacta su libertad. La libertad de creer o no creer en Dios y, aun creyendo, de aceptarlo o rechazarlo, es el fundamento último de la libertad humana, del que derivan todas las demás formas de libertad.Ortega y Gasset escribió en su tiempo un famoso artículo: «Dios a la vista». Hoy se podría escribir: «Dios en el tramonto». Las montañas de ese tramonto son eso que se dijo de que «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad», adelanto que deja espantado al eterno aldeanismo del hombre, hacedor de esas cosas asombrosas pero no hechura de sí mismo, que es lo que debiera ser su primer asombro. Pero ha sido el marxismo el que ha dado un nuevo auge a esa contienda secular. Para un marxismo ortodoxo, el ateísmo no es una «anticreencia»; el ateísmo es ciencia, es «científico».

Este tema, en sí mismo intemporal, de siempre y para siempre, ha tomado actualidad porque después del Concilio, y entre otros Secretariados derivados del mismo, se creó el Secretariado para los «no creyentes», a cuyo frente está el cardenal Franz Kónig, que ha comentado este tema en términos que merecen ser destacados en estos tiempos que vivimos y morimos, cosa, en verdad, de todo tiempo.

De Federico Engels es esta observación: «La unidad real del mundo está en su materialidad y ésta está probada... a través de un largo y complejo desarrollo de la filosofía y de las ciencias naturales.» Para esta concepción, el argumento de Copérnico sobre el sistema heliocéntrico y las leyes de la gravitación universal de Newton, así como el análisis espectral, que prueba la presencia en los cuerpos celestes de los mismos elementos que se encuentran sobre la Tierra, no hacen más que confirmar que en el universo no hay más materia y que todo lo que existe no es más que un diverso modo de manifestarse la materia misma.

Engels muere en 1895. De entonces acá, en las ciencias físico-matemáticas han pasado algunas cosas que hubieran dado que pensar al hombre profundamente honrado que fue él.

El fisico atómico, premio Nobel, Heisenberg, en su libro La parte y el todo, en relación con una confrontación entre ciencia y fe, basándose en su propio conocimiento científico altamente especializado, dice: «Incluso en este mundo occidental si se pregunta qué cosa es buena y qué cosa es mala, qué cosa es deseable y qué cosa es reprochable, se encuentra siempre la jerarquía de valores del cristianismo, hasta allí donde nada se sabe más allá de su imagen y su palabra.»

De la misma manera, Planck, fundador de la teoría quantística y un verdadero revolucionario en el ámbito de la física y de la química moderna, dice: «Donde quiera y hasta donde podamos mirar, no sólo no encontramos contradicción alguna entre religión y ciencia, sino que incluso en el punto decisivo encontramos en cambio pleno acuerdo. Religión y ciencia no se excluyen -como hoy algurios creen o temen-, sino que se contemplan y se condicionan recíprocamente. La prueba inmediata de la posibilidad de acuerdo entre religión y ciencia, aunque por una consideración fundamentalmente crítica, viene dada por el hecho histórico de que los más grandes investigadores de todos los tiempos, hombres como Keplero, Newton, Leibniz, estaban invadidos de una profunda religiosidad.»

Las pruebas científicas del ateísmo se basan en las tesis fundamentales del materialismo dialéctico, que son: 1) la única realidad del mundo es la materia; 2) la materia es absoluta, eterna e infinita; 3) la materia está en constante movimiento; 4) el movimiento de la materia es progresivo y posible sólo al precio de un «corto circuito».

Engels cree poder renunciar al « Primer Motor», o, en otras palabras, a un Dios, por la existencia de la materia que, como él afirma, está en un movimiento eterno. Engels se sirve como prueba del principio físico de la conservación de la energía igual movimiento. Con ello mezcla la constatación de la indestructibilidad del movimiento (o mejor, de la energía), con la afirmación de que esta suma de energía no ha sido creada. La primera afirmación puede ser aceptada como científica, pero la segunda, que pone en juego el concepto filosófico del «origen», sobrepasa el ámbito de competencia de las ciencias exactas. En otras palabras, el principio de la conservación de la energía se funda sobre innumerables observaciones experimentales que hasta ahora no han encontrado ningún fenómeno que lo contradiga, pero que la suma global de toda la energía se refiera o no a un acto de creación, esto se escapa a toda indagación experimental que es el único medio de las ciencias exactas.

Hay que añadir que el Primer Motor, como «causa sui», tampoco puede ser el Dios de los cristianos. Heidegger dice: «Así suena -como «causa sui»- el nombre adecuado para el Dios de los filósofos. A este Dios ningún hombre puede orar, ni puede ofrecer sacrificios. Ante la «causa sui» el hombre ni puede caer de rodillas ni puede salmodiar o danzar.»

Pero el ateísmo «científico» no ha usado solamente el arsenal de argumentos procedentes de las ciencias naturales, sino que cree poder utilizar también incluso el de las ciencias humanas. Sustancialmente, el ateísmo «científico» cree con Engels que todas las religiones no son otra cosa que la reproducción fantástica en la mente del hombre de aquellas fuerzas externas que dominan su vida cotidiana. Una reproducción fantástica en la cual las fuerzas terrestres asumen forma de fuerzas ultra-terrestres.

La religión es producto de la angustia del hombre, afirmaba Lenin: «La falta de los medios de las clases explotadas en lucha con los explotadores suscita la fe en una vida mejor, en el más allá.» En definitiva, para el materialismo histórico de Marx, el efecto decisivo del desarrollo espiritual es el «sistema productivo» de bienes materiales sometidos a leyes «necesarias, inmutables y recognoscibles». Marx denuncia .la sobreestructura que procede del sistema capitalista y que se manifiesta en una doble perspectiva, es decir, hay una sobreestructura política que comprende al Estado, al Derecho, al Ejército, etcétera, y una sobreestructura ideológica que comprende la religión, la moral, el arte y la filosofía. Y según él, esa sobreestructura produce una «falsa conciencia» que nace de la división de la sociedad en clases; falsa conciencia que era desconocida antes de esa división y condenada a desaparecer con la eliminación del carácter clasista de la sociedad. La religión viene así condenada como una cosa completamente ligada a la «falsa conciencia». Marx incluso habla como de «el suspiro de la criatura oprimida», y en parecidos términos se expresa Lenin.

Sobre este planteamiento, el ateísmo «científico» tiene necesidad del dogma de la ausencia de toda religión en los hombres primitivos, cuando no había nacido la lucha de clases. Un teórico del ateísmo «científicó» se expresa así: «La ciencia ha probado indiscutiblemente que la aparición de la primera forma de religión ha estado precedida de un largo período no religioso.» Y partiendo del supuesto de que la humanidad tiene un millón de años de vida, añade: «Solamente de cincuenta a cien mil años atrás se encuentran trazas que indican que los seres humanos de tal época poseían ideas religiosas.» En contra de esta tesis incluso un propagandista ruso del ateísmo «científico» en la Unión Soviética ,la -quizás inconscientementeadmitido que «la afirmación de una época sin religión al principio de la humanidad, no es más que una hipótesis no demostrada».

En esa formulación, los sostenedores del ateísmo «científico» usan siempre la arqueología y olvidan o ignoran la etnología. Sin embargo, las nuevas y más recientes investigaciones etnológicas han demostrado que los pueblos más primitivos de la Tierra, como los pigmeos africanos o los negros del Asia suroriental, o los habitantes originarios de la tierra del fuego, no están sin religión; al contrario, ellos tienen una alta concepción religiosa hasta creer en un Dios sumo.

Hasta aquí el ateísmo «científico». Casi más grave que él son la indiferencia y la apatía moral y religiosa que está minando el alma de la civilización cristiana y, en general, de toda cultura de raíz espiritualista. Si Dios no es verdad, nada es verdad, todo es pragmatismo, praxis. La vida hay que vivirla no como se debe, sino como se quiere o se puede, y la muerte se acepta no humanamente, sino zoológicamente. Vuelve el polvo al polvo para siempre jamás. Hay que perder toda esperanza ulterior y, como del presente poco se puede esperar, nada. Queda -cuando queda- solamente una íntima desolación.

Con todo, el ateísmo «científico» requiere un gran esfuerzo mental; él, al menos, se encara con el problema. La indiferencia y la frialdad no requieren en cambio esfuerzo alguno; ignoran el problema. Por eso yo aconsejaría a los jóvenes agnósticos que, al menos, estudiaran el ateísmo «científico» de los que se alzan contra Dios, le desafían y le niegan, porque eso ya es algo. Son los tibios los que serán vomitados de la boca del Señor.

El mundo de los creyentes y el de los no creyentes son dos mundos perfectamente diferenciados.

Ni el uno ni el otro tienen el derecho de perseguir y aniquilar al contrario; tienen que convivir, respetarse y, si es necesario, defenderse. Pero todo ello no para relativizarse y confundirse. Hablando de los creyentes, que es de lo que entiendo, su obligación es dar testimonio inequívoco de su fe. Y en estos momentos de confusión más que nunca, con su vida, sus costumbres y con su muerte.

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