Los políticos y la economía
LA GRAN mayoria de los partidos políticos, con algunas lamentables ausencias de grupos catalanes y vascos, presentaron hace días sus programas económicos en la sede en, Madrid del Instituto Español de Analistas de Inversiones. Ante, un auditorio cualificado, los máximos dirigentes de la naciente democracia, acompañados en algunos casos por sus expertos en el tema, expusieron sus ideas y las de sus partidos sobre cuál es el presenté y el futuro de la economía española.Cara a las elecciones, es de agradecer este esfuerzo de clarificación, aun cuando haya que lamentar lo restringido de su ámbito. En todo caso, las intervenciones y coloquios han servido para iluminar zonas antes oscuras y perfilar contrastes antes muy difuminados.
El primer rasgo que cabe destacar es el largo camino recorrido por los partidos políticos democráticos en menos de un año; camino que les ha llevado desde la utopía económica a un cierto grado de realismo coyuntural. En sus intervenciones en la Universidad de Barcelona, en el mes de junio de 1976, los portavoces de los principales entre dichos grupos expusieron programas económicos de corte más bien maximalista, de cuya lectura se podía deducir que la toma del poder político era inminente y que el estado de la economía era tan fuerte como para permitir una amplia gama de alquimia estructural subidas de sueldo, disminución drástica del paro, nacionalizaciones, reducción de la tasa de inflación, cambios en el régimen de tenencia de la tierra...
Con el empeoramiento de la situación económica y la posibilidad de que algunos de esos grupos accedan en breve plazo al poder, o a sus aledaños, parece haberse implantado una cierta moderación en sus exposiciones y objetivos. Es como si la eminencia del peso de la púrpura hiciera que sus dirigentes pensaran dos veces antes de prometer una nacionalización o asegurar la disminución del déficit por cuenta corriente como consecuencia inmediata de su triunfo electoral.
Si esta reducción entre lo real y lo posible constituye una prueba valiosa de la capacidad de maduración de los partidos políticos -al fin y al cabo, ¿por qué exigirles a ellos mayor responsabilidad y realismo que el mostrado por el Gobierno Suárez en este terreno?-, subsisten todavía dudas sobre dos temas importantes.
El primero es la verdadera vocación de los partidos por tratar los temas de coyuntura a corto plazo. Para ningún español medianamente informado es hoy en día secreto que el país está en una situación económica gravísima, situación empeorada por el paso del tiempo y la ausencia .de una mínima política económica. En este terreno de. lo. inmediato, los partidos rehúyen, sin embargo, pronunciarse con la concreción que sería deseable.
Por otro lado, los programas económicos deberían constituir reflejo claro de las diferentes ideologías que forman el entramado último de las distintas opciones políticas que se van a presentar al electorado español. Como éstas no son, desgraciadamente, demasiado claras, aquéllos resultan más bien confusos y poco diferenciados. Como consecuencia de esa confusión pueden detectarse resabios poujadistas en cierta formación de izquierdas; otro grupo en el mismo lado del abanico político mantiene tesis claramente conservadoras en temas muy concretos e hirientes para cualquier sensibilidad simplemente amante de la justa distribución de las cargas comunitarias; mientras que los portavoces de alguna ideología moderadamente reformadora en lo social presentan objetivos tan escatológicamente revolucionarios en lo económico, que difícilmente cabe imaginar la posible coherencia de ambos.
El resultado final es una sensación de desconcierto. Claro que nadie puede pedir más a quienes durante lustros han sufrido persecución a sangre y fuego por el solo hecho de intentar existir. En contra de lo que pudiera pensarse superficialmente, los comicios del 15 de junio próximo no constituyen el acto de instauración definitiva de la democracia, sino el comienzo de su difícil conquista.
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