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Tribuna:Elecciones/ 2
Tribuna
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¿Quién va a elegir?

Eso de Iberia es geografía. La Península, piel de toro. El hombre en la Historia confía. Quiero España: voces y coro.Jorge Guillén.

Algunos periodistas, algunos políticos y algunos aficionados a ambas cosas han decidido dar el cese a España. Con un fondo de magia nominal que descubre su arcaísmo, han creído que para ello basta con omitir su nombre. Hay que ver los rodeos que dan para evitarlo, para sustituirlo por cualquier alusión indirecta, perífrasis o «equivalente administrativo».

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En algunos casos puede pensarse en una suerte de penitencia. Cuando se ha monopolizado el nombre de España, hasta usar el atroz nombre «anti-España» para nombrar a los discrepantes de sus intereses o su punto de vista; o cuando se ha tomado durante decenios el nombre de España en vano (es decir, sin razón, sin justicia o sin tentación necesidad), se puede sentir la de dar a ese nombre unas vacaciones y sustituirlo por cualquier otra cosa. Pero yo me atrevería a advertir que no hay derecho a imponer la penitencia a los demás; en otras palabras, a abusar primero del nombre y despojar luego de él a los que no tienen ni quieren otro.

Están convocadas para dentro ,de pocas semanas unas elecciones legislativas. Se discute si van a ser o no constituyentes las Cortes resultantes. La discusión es bizantina: naturalmente que van a serlo, pues van a restablecer la soberanía nacional enajenada, van a tener una función absolutamente distinta de la que han tenido las hasta ahora llamadas Cortes, van a legislar sobre la estructura, es decir, sobre la constitución de España. Lo de menos es que esta palabra lleve o no una mayúscula, que sea una ley única, difícilmente modificable, o un conjunto de leyes de mayor flexibilidad y fluidez.

¿Qué es preferible? Depende de que las futuras Cortes sean arcaicas - o actuales, de que miren hacia atrás o hacia adelante. Estamos -en el mundo y no sólo en España- en un mal momento; hay un quebrantamiento general de las vigencias, que hace suponer a muchos que no hay vigencias,- pero como esto es imposible, los que no tienen imaginación se han apresurado a ocupar el puesto de las vigencias en crisis por otras más antiguas, que estaban «ahí», disponibles pero ya desechadas. Es decir, han sustituido las vigencias de ayer por las de anteayer. Es asombroso cuántos vuelven los ojos, como con una especie de automatismo, a 1936, es decir, a todo lo que fracasó históricamente en esa fecha, lo que no pudo establecer la convivencia y la concordia, lo que precipitó a los españoles en el sumo y estéril desastre de la guerra civil, doble explosión del reaccionarismo de las almas que no habían entrado en su tiempo., Y es curioso que los partidos que se titulan «avanzados» -¿hacia dónde?, habría que preguntar- nutran sus cuadros de mando, de preferencia, con los que fueron activos en la guerra civil y en su génesis, los que significan la recaída en sus supuestos; y sus órganos de propaganda suelen repetir lo que ya se leía en mi niñez. El otro día recordaba René Clair que la vanguardia es lo único que no cambia.

Si el Congreso y el Senado que se van a elegir en junio están compuestos mayoritariamente por hombres y mujeres que se hayan enterado de que acaba de empezar una nueva fase de la historia en todo el mundo occidental, de que 1975 pertenece a un pasado ya lejano, si están dispuestos a innovar, a buscar algo nuevo en vista de cómo son efectivamente las cosas, habrá una ocasión espléndida para que España forje una nueva Constitución original, arraigada en el mundo a que pertenece, imaginativa y flexible como para poder durar largo tiempo y enfrentarse con los problemas de varias generaciones. Si no es así, si no van a intentar la empresa audaz y atractiva de preparar un futuro distinto de todo pasado, precisamente porque lo llevará dentro, más valdrá que se limiten a la organización pragmática y a corto plazo de nuestra vida colectiva, y no nos dejen como legado una nueva prisión legal, anticuada ya cuando se extinga el ruido de los últimos aplausos de su promulgación.

Lo más urgente es tener en claro quién es el sujeto de las próximas elecciones, quién va a elegir las Cortes de junio. Ese sujeto es España. Fue España la que cayó en una guerra civil hace cuarenta y un años; fue España la que, por la victoria militar de uno de los dos bandos contendientes, perdió su libertad política y su capacidad de decisión; fue igualmente España la que supo salvar una considerable dosis de libertad social, intelectual, personal y se mantuvo viva -como es bien notorio hoy-; ha sido España la que ha podido recuperar su.soberanía, su libertad de movimientos, su capacidad colectiva de decisión, la que está siendo devuelta a sí misma.

Quiero decir que todo lo que ha acontecido en los últimos cuatro decenios ha sido obra, padecimiento, suerte, desgracia o esperanza de España como tal, no de ninguna de sus partes -ni geográficas, ni históricas, ni sociales, ni estamentales- España íntegra ha sido afectada, ha conservado su realidad y sus potencias, va a tomar decisiones. No se trata de regiones, clases, partidos o individuos. Mejor dicho, sí: se trata de las regiones, las clases, los partidos y los individuos de España, sujeto agente y paciente -y tal vez ya impaciente- de todo este proceso histórico.

Por supuesto, España va a decidir sobre sí misma, sobre su estructura -y esto es lo que quiere decir «constitución»-; pero lo importante es ver bien claro que es España la que va a decidir, que ninguno de sus elementos, partes o ingredientes puede dar varias cosas decididas por sí y ante sí.

Van a contar, deben contar, todas las voluntades: las de los individuos y, en la medida en que se organicen, las de los grupos de todo orden que integran la textura de nuestra nación, y es esencial que todos esos grupos sean tenidos en cuenta, respetados y no excluidos, porque España se compone de ellos, consta de ellos, y no se la puede identificar con su cáscara formal, ni siquiera con ese instrumento político que se llama el Estado. Pero quién decidirá será España, y esa capacidad es precisamente la que ha estado enajenada durante cuarenta años, la que estamos a punto de recobrar. Es España quien va a elegir los órganos de decisión histórica de sí misma.

Esto es lo más urgente, lo que deberían tener presente los electores. Los grupos que, en listas cerradas y bloqueadas para el Congreso, individualmente para el Senado, van a pedir el voto, van a asumir la función de ordenar la convivencia española y la figura que España va a presentar en el mundo. La primera cuestión que se plantea es si van a ser o no representantes de la España real. ¿Podrán presidir y articular la devolución de España a sí misma, o por el contrario deploran que esto parezca inevitable y van a tratar de reducirlo al mínimo, de perpetuar hasta donde sea posible la pasada enajenación? ¿Están dispuestos a escuchar el mandato de los españoles y respetarlo, o han decidido ya, antes de que España lo haga, sobre su propia estructura y contenido? Con otras palabras, nuestro voto ¿va a ser rectamente administrado o está ya enajenado, malversado, aplicado a otros fines, propuestos por uno u otro grupo?

La República vino al mundo en 1931, en un momento de crisis económica y cambio generacional. La misma constelación le ha tocado en suerte a la nueva Monarquía española. Nunca he creído que lo económico, con toda su importancia, sea decisivo. Eso lo pensaba Marx. Comte, en cambio, sostenía que «las ideas gobiernan y revuelven el mundo». Y el éxito del marxismo prueba que tenía razón Comte y no Marx, porque su influjo no es económico sino ideológico. Por eso creo que la adversidad económica de 1931 pudo salvarse, y podrá salvarse la actual, si nos enfrentamos con ella con ideas adecuadas.

Lo grave fue que la República coincidió con un cambio generacional hacia lo peor (el período 1931-46), en que se deterioraron los más hondos resortes de Europa. Y los españoles que habían ido más; allá, que habían visto la falsedad de las propuestas dominantes -Unamuno, por ejemplo, y, sobre todo, Ortega-, no fueron suficientemente atendidos y escuchados.

La situación hoy es mucho rnejor. Se acaba de liquidar un período (1961-76), en el cual se han cometido gravísimos errores en Europa y América; creo que se ha llegado al cansancio de un considerable número de falsedacles y arcaísmos que han tenido curso ilimitado en los años que quedan a nuestra espalda. Estarnos empezando una nueva fase. Es excepcional fortuna que España pueda tomar en sus manos su realidad en. este momento de interrogación y promesa. Espero que a mediados de junio se desinterese de las recetas prefabricadas, de los que la invitan a su cese histórico, de las últimas versiones de la mujer de Lot, y se dedique a proyectar animosaniente el futuro y a labrar la casa común en que todos los españoles puedan convivir en libertad.

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