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Avanzada experiencia siquiátrica española, a punto de ser suprimida

Varias decenas de enfermos mentales, de los que habitualmente son diagnosticados con graves términos e internados en sanatorios siquiátricos, acuden cada día al Hospital de día del departamento de Siquiatría de la Ciudad Sanitaria Francisco Franco, de Madrid. Sus responsables de tratamiento son testigos, de acuerdo con las más avanzadas corrientes de la Sicología profunda, de que la Siquiatría tradicional o las instituciones y prácticas que aquélla generó no son las más idóneas para enfrentarse y ayudar al hombre enfermo, a la persona atormentada por su conflictividad mental. Las resistencias ante experiencias de este tipo son muchas y de diverso origen. Algunas de ellas están a punto de dar al traste con la experiencia del Francisco Franco.

Las personas en tratamiento llegan cada mañana al hospital, se reúnen en asamblea general y discuten los problemas de la comunidad. Después, la gente se va a tomar café en los bares de alrededor, pero «nunca ha habido problemas en la calle», según explica Í el doctor González Duro. Después tienen lugar las sesiones de tratamiento: individual, en grupo, en familia. Los médicos también se reúnen por la mañana. Por la tarde, después de la comida, tienen lugar más sesiones de sicoterapia de grupo y, dos veces por semana, sicodrama. También existen grupos de encuentro y sesiones de análisis de pinturas efectuadas por los pacientes.González Duro explica así el origen de la experiencia: «Ya en el año 1962 se planteó un cambio en la línea del desarrollo de nuevos planteamientos siquiátricos. Pero aquel movimiento fue reprimido. Hubo después una regresión que afectó a todos los departamentos menos al nuestro. El hospital de día ha continuado siendo diferente... En realidad salimos más baratos porque el costo del enfermo se evalúa de la misma forma, pero ni come ni duerme aquí.»

Pero, de hecho, la experiencia no sólo no es mimada ni protegida, como sería lo deseable, sino que, en opinión de sus ejecutores, su zancadilleo es constante. «Tenemos poco personal, mal dotado, y aún poco personal, mal dotado, y aún así intentamos funcionar -se nos explica- Pues bien, una enfermera se puso enferma hace seis meses, siendo importaritísimo su papel, y no hay manera de que la sustituyan. Hemos tenido que prescindir déese puesto de trabajo. » Antes de Semana Santa se iniciaron unas obras, se empezó a cambiar el suelo de las dos habitaciones que se emplean, sin notificar ni explicar el significado de aquello a su director. «Se nos dijo -explica el doctor González Duro- que los enfermos se fueran a casa, sin dar explicaciones de cuánto iban a durar las obras... Más adelante se nos ha dicho que debemos irnos todos al Hospital Siquiátrico Alonso Vega, pero no he aceptado esa propuesta. A catorce kilómetros de Madrid no se puede aplicar una terapia de entrar y salir libremente. Allí estaríamos introducidos plenamente en una estructura de manicomio. ¿Cómo íbamos a llevar a los enfermos a un sitio que no conocíamos? Los enfermos se han angustiado mucho porque lo han vivido como una posible desaparición de esto. Ellos son de clases populares. No tienen coche... Presienten que si nos vamos al Alonso Vega habrá que quedarse allí dentro. Aquello es un centro de enfermos agudos.»

Sin embargo, los obstáculos son más profundos. La sociedad no parece adoptar con agrado que la locura se cure en la libertad. Las experiencias del doctor González Duro, como las de otros profesionales españoles en el campo de la asistencia mental, patentizan el escalofriante hecho de que los grupos necesitan la existencia de locos oficiales. se constata, por ejemplo, cuando las familias de los enfermos acuden a grupos especiales de información o de terapia, que es el propio grupo el aue está enfermo propio grupo el que está enfermo en su modo de relacionarse.

La explicación de hechos como éste, expresados en frases repetidas por los familiares de los enfermos, en el sentido de considerar que si no «tuviésemos este hijo enfermo seríamos felices ... », se funda en el proceso de proyección de las angustias y temores de todos los miembros del grupo, sobre la persona del enfermo.

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