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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Dialéctica imperial

Leí, en su día, la arenga de Girón a sus combatientes. Me sentí así como un poco fuera de mi mundo, porque yo, de regreso de emociones y rencores, ya había empezado a pensar que el combate terminó, con beneficio excesivo de los ganadores, allá por un lejano abril de 1939. Empezaba tímidamente a pensar, al cabo de 38 años de opresión y silencio, que en el mundo nuevo que nos decían que estaba naciendo, no tendrían cabida ni las arengas ni los combatientes recalcitrantes de puños y pistolas. Empezaba a pensar que, a costa de renuncias y sacrificios, todos los españoles andábamos buscando un mínimo común denominador de inteligencia y voluntad de entendimiento.La estrepitosa y anacrónica dialéctica de Girón intentaba un imposible regreso a fracasadas y antiguas horas imperiales. Todo aquel pasado, si no hubiera sido tan dramático, tan sangriento y tan sucio, resultaría para bufonada en la voz engolada que todavía vocifera su interminable repertorio de insultos, acusaciones y amenazas.

Son los últimos residuos de la farsa, y el personaje de turno reitera una gracia oxidada de expresiones cómicas de grandezas y altanerías. Se equivoca, porque ahora habla en mitad de la plaza pública de un país quemado por fantasías y negocios personales, un país que necesita y busca la salida del caos.

Si yo fuera Girón, antes de volver a la palestra clarificaría por vía judicial las indirectas acusaciones públicas que se le han hecho al respectivo de la cosa de Fuengirola. En tanto no lo haga cualquier ciudadano, que no súbdito (por ejemplo yo), conserva su derecho a seguir creyendo que eso de volver al monte y eso otro de la segunda cruzada, no encierran otra cosa que el terror a que se consolide un auténtico Estado de derecho en el que resulte posible que se acabe sabiendo cómo fue eso de Matesa, Sofico, Reace o, pongo por caso, Fuengirola.

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Mal que le pese a El Alcázar la referencia en una editorial de EL PAIS a Fuengirola, no es una puñalada demagógica. Es una mera referencia de la que el aludido puede y debe defenderse con datos concluyentes. En tanto no lo haga debería quedarse pacificamente en el goce y disfrute de esos bienes. Que yo sepa, por grande que haya sido el deterioro de los calores esenciales de la civilidad, siguen funcionando tribunales que dan acogida a demandas de agravio, de injurias, de falsedad, de difamación o de pura y simple ofensa.

Un día, yo leí en una revista un reportaje que provocó una reacción violenta (como siempre de Girón), con amenaza de acciones judiciales. Esa misma revista, en un alarde de serenidad vuelve al asunto con un tratamiento rigurosamente objetivo del tema. Se limita a la publicación de datos obtenidos en los registros de la propiedad.

Me quedé esperando la adecuada réplica personal, pública o judicial de ese hombre que llaman «el león de Fuengirola».

Y me encontré solamente con un regreso a la tribuna grandielocuente, con una voz tronitonante y amenazadora que volvía para decirnos que todos, absolutamente todos, somos una panda de enanos traidores o de vendidos a los oros extranjeros. Acaso puede ser que el oro nacional no manche.

No sé lo que piensa el excelentísimo señor Adolfo Suárez, presidente del Gobierno de España. Por lo que a mí respecta, que soy más bien bajo peronio enano y que siempre estuve en la más rigurosa oposición al franquismo, digo que nunca jugué de barato y que tampoco pienso en echarme a monte alguno porque el trabajo pendiente lo tenemos en el tajo, en los nuevos sindicatos, en los partidos políticos. Debe resultar frustrante al haberse quedado con una revolución pendiente después de tantos años de poder y de larga etapa de mandato ministerial. Yo no me consolaría.

En todo el mundo que llamamos occidental los leones están bajo rejas en los parques zoológicos.

En España todavía los tenemos arengado y capitaneando inmobiliarias e inmovilismos.

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