Los jóvenes precursores
Tras El silencio del mar, según la novela de Vercors, Melville, apenas iniciado en el cine profesional pero con una larga experiencia como aficionado desde sus días juveniles, emprende la versión cinematográfica de otro clásico francés: Jean Cocteau, a través de uno de sus títulos más representativos: Les enfants terribles.El binomio Melville-Cocteau, chocando desde un principió con las limitaciones propias de la época y el poco crédito del realizador, salvo en los círculos de la Resistencia, consiguió sin embargo sacar adelante un filme que, a pesar de los años, perdura y que a la larga vendría a evidenciarse como uno de sus logros principales.
Pero no sólo a nivel personal el filme resultó significativo. Como todas las obras en las que la imaginación, el saber hacer o el sentido del relato deben venir en ayuda de los escasos medios materiales, también este filme vino a demostrar cómo en el cine tampoco todo es industria, sino que también el talento cuenta al igual que en cualquier otro discurso del pensamiento.
Los niños terribles
Dirección, Jean Pierre Melville. Guión, Jean Cocteau. Selección musical, Paul Bonneau. Intérpretes: Nicole Stephane, Edouard Dhermitte, Jacques Bernard, Renee Cosima y Adeline Aucoc. Francia. Dramática. 1950. Local de estreno: Cine Bahía.
Filmado en escenarios naturales, supliendo medios técnicos y decorados tópicos, Melville se adelantó, como se sabe, a la novelle vague, a partir de la excelente adaptación que el escritor hizo de su propia novela. En este caso debería hablarse más bien de nueva creación, pues Cocteau no se limitó a un traslado rutinario de la palabra a la imagen, de la realidad imaginada a la más objetiva de la cámara, sino que, inventando nuevas escenas y diálogos distintos, volvió a escribir su propia historia, incluyendo su propia voz según la selección llevada a cabo por Melville.
En un país como Francia, donde la cultura no se halla aislada o dividida en compartimentos estancos, tal trabajo de colaboración o de creación a la par es concebible, tanto como aún resulta hoy en la cinematografía de nuestras latitudes.
Mas por encima de la indudable personalidad del escritor, de la excelente banda musical o la seca fotografía de Henri Decae, es preciso subrayar en su importancia la sabiduría técnica del realizador, admirador asiduo del cine americano y que más tarde utilizaría en temas bien distintos, por muy diversos derroteros. En el enfrentamiento de ambas personalidades el oficio y saber de Melville acaban imponiéndose a lo largo de esta historia, cuyos protagonistas se nos aparecen hoy como precursores a su modo de las actuales generaciones, en su desdén por lo fácil, lo humilde o sensiblero, niños terribles y temibles a la vez.
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