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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"A bigger splash": David Hockney en su atmósfera

En plena Semana Santa, furtivamente, por una sola sesión, pudimos ver en la Filmoteca Nacional, A bigger splash, filme de Jack Hazan en torno a David Hockney. Al interés de la pintura de Hockney, una de las pocas obras figurativas que se pueda seguir viendo por encima de las modas, hay que añadir la aureola gay que rodeaba a la película, considerada por los movimientos homosexuales (tipo FHAR, en Madrid) como un manifiesto de causa. Querría hablar ahora del tema Hockney, dejando de algún modo a un lado las cuestiones estrictamente cinematográficas. Enfant terrible de la pintura británica, Hockney sale de la Royal School of Arts con una buena sabiduría tradicional. Un año después, en 1963, expone por vez primera individualmente: Paintings with people in (algo así como cuadros con gente dentro). Gente, pero también mucha pintura, género, estilo. Una memoria que no distingue entre los recuerdos de un viaje a Berlín y los cuadros vistos. Nada del patetismo de Bacon, su guía por un tiempo. Todo tratado con esa ironía y desenfado que en una entrevista le hacía decir: más que beautiful (bella), la pintura abstracta me parece pretty (intraducible, viene a ser mona).

Luego su pintura se hará, aparentemente al menos, más naturalista. La ironía va por dentro. Desde 1964, con la muestra decisiva New Generation, hasta 1970, fecha de su retrospectiva londinense, se decantan tanto su pintura como una imagen pública. A partir de 1964 viaja frecuentemente a California, permaneciendo por largas temporadas allí. En su pintura de entonces hay chalets de Beverly Hills, playas, rascacielos, palmeras y sobre todo, piscinas a plena luz, de las que emergen los cuerpos desnudos de Peter y otros amigos del pintor. Por esas fechas, realiza también dos series de aguafuertes, una para Grimm, otra para poemas de Kavafis traducidos por Stephen Spender en los que se destila amor y tristeza alejandrinos.

En los últimos años, aparte de poder verse algo de su obra en Madrid (en diciembre pasado, en la Galería Juana Mordó, de la que dio cuenta EL PAÍS), al pintor mismo se le ve cada vez más con sus gafas redondas y sus trajes brillantes. Igual en el dominical del Times que en las páginas de sociedad de Vogue, Hockney es un mito complejo. Como el fiscal Pinard, acusador público de Flaubert, luego resultó autor bajo otro nombre de poemas verdes, nunca se sabe a qué carta juega la sociedad inglesa. Condecora a los Beatles, exporta Carnaby Street, detiene a los Stones, rehabilita las víctimas de la reina Victoria (Wilde, Beardsley), hace estallar escándalos Profumo para deshacerse de tal o cual político. Permisividad y represión (en el fondo, como en los tiempos de la reina Victoria) se dan la mano. En medio de todo esto, Hockney es artista super-prestigiado y a la vez, como ya hemos dicho, bandera para los que consideran que deben cesar las discriminaciones y las represiones hacia la homosexualidad.

En A bigger splash está todo Hockney. Un Londres de parques, parecido al de Blow Up; con maravillosos desfiles de modelos, con rock y con travestis; con Peter, modelo de tantos cuadros; con Celia y sus trajes; con Henry Geldzahler proponiéndole que pinte Nueva York, pues —dice— desde Edward Hopper nadie lo ha pintado; con Patrick Procktor encantado dé que se le compare a Sargent (algo así como un Sorolla); con la realidad y el deseo, el placer de pintar constantemente reafirmado, la pintura y sus motivos, el taller, la galería, el marchand, los cambios de estación de humor; con los sueños de libertad bajo el cielo claro de California y las depresiones en Londres. En otro momento cabría hablar de la evolución de Hockney. Hoy, sólo constatar que A bigger splash es una máquina que nos implica y nos incita a conocer los caminos que van de la pintura a la vida.

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