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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desastre de Tenerife

EL DOMINGO, a las seis de la tarde, dos aviones jumbo chocaban en la pista de despegue del aeropuerto tinerfeño de Los Rodeos, ocasionando la mayor catástrofe de la aviación civil: 560 muertos. La sombra de tantas víctimas no sólo sobrecoge el ánimo, sino que puede enturbiar también el entendimiento, sencillo por otra parte, de algunos datos básicos para comprender en su justa dimensión la tragedia de Tenerife.Ante todo, debe decirse que el aeropuerto de la isla ocupa actualmente el sexto lugar entre los de España por el número de pasajeros y que en 1975 casi medio millón de turistas extranjeros desembarcaron en él. Sus condiciones orográficas no son muy favorables y los expertos lo consideran peligroso. Prueba de ello son los cinco accidentes ocurridos desde 1965 y las 251 víctimas que cobraron. Esa peligrosidad fue la que aconsejó, hace más de diez años, la construcción del llamado Aeropuerto del Sur. Situado en la parte meridional de la isla, y cercano a algunos de los centros principales del turismo tinerfeño, su construcción se ha demorado año tras año sin que ninguna autoridad explicase las razones de tal retraso. Sorprendentemente, la pista del nuevo aeropuerto, que está concluida desde hace dos años, no ha sido dotada de los medios de señalización que podrían hacerla útil para casos diurnos de emergencia como el del pasado domingo. De haber estado dispuesta, quién sabe si la tragedia de Los Rodeos hubiera podido evitarse.

Aun cuando no está aclarado todavía el motivo del accidente, varios indicios apuntan a un error del piloto del aparato norteamericano, que se introdujo en la pista de despegue creyendo, erróneamente, que había llegado a la cabecera de la pista. Este es, en todo caso, un extremo que aclararán las cintas contenidas en la caja negra del aparato de la Pan-Am. Ahora bien, lo que sí parece de todo punto desorbitado es atribuir el accidente a esa especie de visionario llamado Cubillo, recreador mitómano de un lenguaje guanche artificial, que es el dirigente del MPAlAC. El dirigente y el grupo tienen un arraigo prácticamente nulo en el archipiélago, y su criminal acción de colocar una bomba en el aeropuerto de Las Palmas no puede recoger la vergonzosa herencia del accidente de Tenerife. Exíjase en buena hora al Gobierno de Argel el cumplimiento de las normas de no injerencia que son debidas entre países independientes que se respetan, pero no exageremos los términos de la cuestión.

Sin embargo, las repercusiones de este accidente pueden ser muy graves para las islas, y esto sí que no puede echarse en saco roto. Situadas en un punto estratégico, las siete islas canarias merecen mucha más atención en todos los aspectos que las que vienen recibiendo del Gobierno de Madrid desde hace muchos años. No se puede permitir, ni por su seguridad ni por la de la Península, que un minúsculo grupo de exaltados separatistas pueda paralizar la vida de cientos de miles de españoles cien por cien. La lista de reivindicaciones que los canarios han presentado al Gobierno debe comenzar a satisfacer ahora mismo. Es doloroso que el motivo que ponga en marcha la satisfacción de tan justas peticiones sea el paso de la muerte.

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