Giscard d'Estaing afronta un año decisivo
En una semana, la izquierda francesa ha sido capaz de convertir un éxito coyuntural en una victoria precisa y trascendente. El importante avance electoral conseguido por la Unión social-comunista en la segunda vuelta de las elecciones municipales no constituye ya un episodio circunstancial. Hasta los más conspicuos representantes de la derecha gubernamental admitían ayer, compungidos, que las elecciones comunales se habían cancelado con un auténtico desastre.
Sólo en París la mayoría ha logrado vencer, y con dificultades. La victoria gaullista en la capital del país ha servido, a nivel internacional, para tranquilizar a los otros países europeos sobre la extensión de la «marea roja». Pero la procesión va por dentro. El poder sabe ahora que su labor hasta las elecciones legislativas de marzo de 1978 va a ser dificil. Los arrogantes príncipes y barones de la mayoría tendrán obligatoriamente que hacer un examen de conciencia y un ejercicio de humildad.En primer lugar, lo sucedido en las elecciones municipales francesas sirve para poner en duda no sólo la política comunal y local de la mayoría, sino, sobre todo, el proyecto general de los conservadores y gaullistas que gobiernan ese país desde hace veinte años. Al haber aceptado el reto de la oposición (politización a ultranza de unas elecciones hasta ahora inocuas) la derecha asumió un riesgo considerable, cuyas consecuencias pueden serie fatales. Por otra parte, la izquierda se ha salido con la suya, en su voluntad de «clarificar", a través de dos bloques antagónicos, la vida política francesa. Semejante proyecto, contestado por los centristas y al que Giscard no era nada favorable, ha sido fatal para las fuerzas que comparten el poder.
Doble derrota de Giscard
La doble derrota del presidente de la República (victoria general de la izquierda, triunfo de Chirac en París) coincide con un fenómeno sociológico un tanto imprevisto: por primera vez en la historia electoral de Francia, los abstencionistas de la primera vuelta votaron a la derecha en la segunda. Semejante sorpresa puede convertirse en un factor decisivo para el futuro. La «Francia profunda» que se abstenía hasta ahora se acerca lentamente a la izquierda unida. Asimismo, la derecha tolerante y civilizada, parece haberse diluido a favor de un movimiento radical y ultramontano que encabeza Jacques Chirac, «nominado» alcalde de París.
Ante estos doce meses de «campaña electoral» anticipada, el Poder aparece comprometido y su labor en dos frentes se presenta verdaderamente difícil. El presidente de la República debe resistir los embates de una oposición triunfal y optimista, unida por el éxito y deseosa de demostrar que su alianza le lleva directamente al poder, sin necesidad de hacer concesiones. Giscard debe intentar de nuevo unir a la mayoría (tras haberla separado por capricho o equivocación), que se resiente del varapalo. No podrá hacerlo ya sin contar con el prestigio de Chirac.
Chirac, al romper la cohesión de la derecha, prepara también su propia derrota futura. Como recordaba ayer D' Ormesson en la primera página de Le Figaro, Chirac podría emular a Juana de Arco en la obra de Anouilh, y decir: «Mi gran habilidad es pegar, descoyuntar y destruir».
Además, la mayoría gubernamental deberá cambiar de lenguaje, esto es, de perspectiva general. La maniquea propaganda antiizquierdista con que se agobió a los franceses en las últimas semanas no ha servido para nada. El paternalismo del poder no entendía que los franceses reclamasen un «lenguaje para adultos».
Francia se encuentra en estos momentos iniciando una nueva etapa. Nada parece definitivamente perdido para el poder actual, ni para la oposición ascendente, pero las condiciones en que uno y otra deberán producirse, han variado. La izquierda tiene el proyecto de seguir consolidando su unión y mejorando la opción progresista que se delinea en el programa común. Es demasiado tarde para que Mitterrand acepte el ramo de olivo que el lúcido Giscard le ofrecía desde lejos hace meses. Sus compromisos con el Partido Comunista atan a los socialistas al carro de la «unión» con demasiada fuerza. La derecha, por su rarte, deberá cambiar de estrategia general y, muy probablemente, de hombres bajo la dirección de Jacques Chirac.
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