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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La polarización

Vicepresidente del Partido PopularCorre una especie, deliberadamente extendida, que intenta explicar la actual situación preelectoral, como la de un país con la opinión pública claramente polarizada. Habría, según esa interpretación, solamente dos grandes fuerzas políticas perfectamente organizadas en el panorama de tres tendencias. A la derecha, un neofranquismo conservador, de tremebunda potencia, de bien engrasada maquinaria, que se dispone a arrollarlo todo obteniendo la mayoría numérica en las próximas elecciones en cuarenta y tantas provincias. A la izquierda, otra formación potentísima, el Partido Comunista que se apresta, no bien resuelta la incógnita de su legalización, a saltar a la arena para disputar esa victoria a la alianza derechista. En esa pavorosa coyuntura, siguen los comentaristas, hay que inventar urgentes artilugios para evitar el choque frontal. Pero de la misma derecha surgen voces que confirman el aserto. En la España actual, dicen, sólo existe la Alianza y el PC, como fuerzas reales. Todo lo demás son brornas.

¿Bromas? Pienso que la más pesada es la que expone esa infantil simplificación, como esquema real de un país tan complejo y tan politizado ya como el nuestro. En el espectro de las tendencias hay, seguramente, un número excesivo de siglas partidistas, pero hay dentro de ese círculo una línea de decisiones y de sectores, perfectamente diferenciados, aunque sus porcentajes reales no podrán confirmarse con exactitud hasta después de unas elecciones libres y limpias.

Que existe a la derecha un importante voto franquista sociológico es cosa evidente y que no ofrece duda, Que ese sector de opinión obtenga mayorías en gran número de distritos es materia opinable. Para empezar, no creo que con el sistema proporcional haya ningún partido que pueda lograr otra cosa que votaciones minoritarias en las elecciones del Congreso. Hablar de mayorías no tiene verosimilitud en la mayor parte de los casos. No creo que el voto del miedo, que se explota insistentemente y en forma elemental de resultados espectaculares, porque también hay temor del otro lado, y con motivos más recientes y extendido a mayor número de votantes. Por todo ello creo que pese a los «tam-tam» publicitarios, la gran alianza derechista no sobrepasará los moderados porcentajes previstos en los primeros sondeos de opinión.

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Que el Partido Comunista tenga una fuerte y profesionalizada organización interior y una importante proyección síndical, es seguramente cierto. Así como el hecho de existir una cerrada disciplina dentro de sus filas. Pero de ahí a especular con una sorprendente presencia electoral de susvotos en los próximos corraicios, hay toda una distancia. Ningún sondeo de los realizados hasta la fecha desborda el 7 o el 8 por ciento de los presuntos, votos emitidos en favor de esa tendencia.

¿Por qué llegar ahora a la inverosímil conclusión de que esa es la otra gran fuerza presente en la próxima lucha electoral? ¿A quién se trata de engañar con esos planteamientos irreales? ¿A la opinión pública? ¿Al futuro electorado? Las operaciones dé intoxicación no se traducen casi nunca en ganancia opérdida de votos reales. A la hora de la verdad -si es que realmente les la hora de la verdad y no la hora de las manipulaciones- los votos los introduce en la urna el votante y su decisión tiene poco que ver con las maniobras de relaciones públicas y sí, en cambio, con la lista que lúcida u oscuramente adivina el elector que coincide con su pensamiento o tendencia.

La polarización es lo que llaman los franceses «une vue de l'esprit», una añagaza intelectual, sin base efectiva en la que apoyarse. Una premisa dialéctica desde la que se pueden armar y elevar andamios de política-ficción que luego la realidad se encarga de desmontar.

Aquí y ahora, en unas elecciones auténticamente sinceras y celebradas con garantías para todos, no habrá polarizaciones decisivas entre una derecha y una izquierda, solas y bélicamente enfrentadas. Habrá, en cambio, un, inmenso sector del voto que no quiere polarizaciones dramáticas. Que quiere democracia de verdad, sin adjetivos ni limitaciones. Que no es franquista hacia el futuro, sino liberal, es decir, partidaria de libertades efectivas y auténticas, y que tampoco desea, un sistema colectivista, como base de su progreso económico, sino un modelo de economía libre ysocial. Entre esas fronteras, con la Alianza a la derecha y los socialismos de diverso signo a la izquierda, hay un fortísimo cauce de opinión, que puede ser el gran elemento de equilibrio para el futuro Congreso y Senado. Esa corriente existe y palpita en el seno de nuestra sociedad. Cualquiera que haya recorrido las ciudades y los pueblos de España en estas últiinas semanas percibe claramente la fuerza de esa opinión centrista. No hay sino dejarla organizarse y convertirla después en una coalición electoral flexible y poderosa, en vez de ponerle trabas y lanzar contra ella rumores y maniobras de diversión. Esa opinión está ahí, latente, y no necesita protecciones especiales para en sudía llenar las urnas. Con que no se la persiga o discrimine, basta.

La integran partidos y sectores liberales, demócratas, independientes, populistas, demócratacristianos y socialdemócratas y núcleos regionalistas de notorio arraigo. Estas formaciones integradas en un acuerdo electoral pueden alcanzar un alto porcentaje de los votos emitidos, mucho más importante que el de los supuestos «polos» en que a derecha e izquierda algunos comentaristas tratan de dividir electoralmente al país.

¿Qué acuerdo puede ser ese? Para que una coalición electoral triunfe ha de existir un consenso mínimo entre sus componentes en orden a los objetivos que hayan de alcanzarse. Parece ocioso insistir en que el compromiso en ese caso ha de versar en primer término sobre la misma naturaleza de las Cortes a elegir. Coherentes con la declaración del Gobierno de aceptar el principio de la soberanía popular, ha de proclamarse el propósito de hacer del Parlamento un órgano constituyente como base de la solución futura. Es decir, definir el objetivo prioritario de redactar, discutir y aprobar una nueva Constitución para España. La razón es obvia y tan importante que en torno al tema ya han cmpezado a surgir las clasificaciones previas. Hay un sector a la derecha que no acepta la necesidad de que las Cortes sean Constituyentes y si unicamente «reformistas», lo cual quiere, decir, en su interpretación, que aspiran a reformar y «mejorar» las leyes e instituciones fundamentales del pasado.

Para esos sectores no ofrece interés una nueva Constitución de signo democrático porque entonces el proceso formal de la transición política se habrá terminado y, con ello, el franquismo institucional habrá, formalmente, desaparecido. A ese sector del conservatismo nostálgico le agradaría un proceso reformista de transición que durase tres o cuatro años y que dejase a la Monarquía atascada en la marisma de un caetanismo, perdido a largo plazo, pero disfrutando de un período que prorrogase la hibrida y peligrosa coexistencia del pasado y del futuro. Y junto a ese compromiso constitucional que defina las líneas maestras de ordenamiento jurídico del mañana, la gran coalición electoral de centro puede y debe ofrecer asimismo una alternativa realista de acción de gobierno frente a los problemas más urgentes y viscerales de la política cotidiana: el hacer frente al desafio de la crisis económica y social con un plan coherente que sujete reduzca la inflación, alivie la tensión del desempleo laboral y conduzca a una gradual normalidad en los niveles de inversión y de crecimiento. Y juntamente con ello, un enfoque decidido del grave tema regional, dentro de la normativa establecida en la nueva Constitución, así como una remodelación modernizada y justa de la Administración pública que corrija abusos y fortalezca la estructura del Estado. Es un acuerdo que puede extenderse hasta más allá de 1978, dando tiempo a que se organicen seriamente les grandes partidos democráticos con infraestructuras propias y rodaje comprobado en servicio de un sistema -el constitucional-que estabilice y asiente definitivamente la Monarquía democrática en nuestro país. Este es un escenario que responde, a mí entender, al conjunto de sus fuerzas reales que funcionan y seguirán operando mañana en nuestro panorama político. Pero eso sí, todo este programa carecería de eficacia y de valor si no tuviese su arranque en unas elecciones claras y referidas a opciones concretas. Si los comicios fueran producto de una componenda que supusiera finalmente un simple reparto de actas y escaños entre distintos grupos políticos conchabados de antemano ningún resultado importante se obtendría de ese balance pues la autoridad de esos grupos victoriosos sería contestada por los actores del cambalache de un lado y por la opinión pública de otro, que se llamaría a engaño, y lo denunciaría violentamente. Piénsese que el hecho más irnportante de las elecciones es el grado de su sinceridad, y los millones de votos que cada sector alcance le darán tanto más apoyo y autoridad para actuaciones futuras cuanto más honrado sea el soporte de la voluntad ciudadana que lo ha hecho posible.

En resumen, creo que la oportunidad que plantean estas elecciones puede ser decisiva para el porvenir inmediato de España y que su resultado libre será un fiel reflejo, no de una bipolarización de fuerzas, sino de una pluralidad sobre la que se pueda edificar la convivencia política de los españoles.

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