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La internacionalización de la ciudadanía

Bajo el padrinazgo del Consejo de Europa acaba de comenzar en Venecia un congreso sobre los movimientos vecinales europeos. La significación más relevante de este certamen se encuentra en la eventualidad de la formación de una internacional de los movimientos de barrios, objetivo soñado por algunos, pero evidentemente mermado de antemano, dado el cariz intergubernamental que hoy tiene su tratamiento. Es extraño que la actual apretura política por la que Europa atraviesa tolerara la constitución beligerante de una internacional de este tipo, pese a que en otras latitudes europeas -distintas de la española- la consolidación de la democracia ciudadana no tiene, en absoluto, los contornos dramáticos que aquí todavía posee.Sin embargo, la formación de un colectivo como el apuntado registraría además barreras muy otras a superar. El proyecto, o deseo, o sueño de lograr una internacional ciudadana se mueve todavía en la dimensión de lo recomendado, de lo buscado o de lo desconocido, sobre todo en función de los propios límites que las sociedades europeas ven perpetuarse al desarrollo de la democracia real. La permanencia de la contradicción entre los intereses colectivos y los intereses privados, que no es más que una variante de la continua e insuperada en Europa contradicción entre las propiedades colectivas y las propiedades privadas, amortigua grandemente la viabilidad de esta internacional, que desde su origen tendría que nacer marcada por el hierro de este litigio.

No obstante, los síntomas favorables a su superación asoman progresivamente sus rasgos. El desarrollo de las libertades ciudadanas en los países europeos y la consolidación y avance de su ejercicio parece comenzar a despejar hacia otras órbitas de mayor ámbito la malla de las contradicciones antes citadas. Todo parece indicar, que la gran pugna de los intereses minoritarios con los intereses mayoritarios se viene dirimiendo desde hace poco en la esfera planetaria, donde las empresas supranacionales gozan de una autonomía realmente desahogada, muy distinta de la dañada maniobrabilidad que conservan en las ciudades; los órganos de control ciudadano nacidos a la luz del candil de las libertades proclamadas en casi toda Europa son capaces de iluminar y poner al descubierto gran parte de la túpida madeja de irregularidades y arbitrariedades realizadas en otros tiempos para perpetuar y satisfacer los intereses y las necesidades de grupos muy reducidos, pero muy poderosos.

Todo ello dibuja con trazos sugestivos el proyecto de construcción de una internacional de los movimientos vecinales. La historia de la vida civil europea está esmaltada por conquistas ciudadanas y en ella se encuentra una razón, también de peso, para calibrar el alcance y la viabilidad de la pretensión actual. Ahora bien, a nadie debe ocultársele el hecho de que la internacionalización de los movimientos ciudadanos pasa por la internacionalización de la ciudadanía, entendida como un derecho, un deber, un valor, pues. No es de extrañar que existan fuerzas interesadas en que la ciudadanía siga siendo un privilegio, circunscrito a clases, áreas o países donde su vigencia no amenace otros privilegios.

De todo esto, los españoles tenemos noticia.

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