Odón Alonso, "el Viejo", último patriarca del Orfeón
Federico Sopeña dio, hace tiempo, con la denominación exacta: patriarcas de orfeón. Son -o fueron- aquellos hombres entregados a una doble misión, musical y social, hasta conseguir formar en cada ciudad un gran coro. Ejemplar manera de hacer útiles las horas de ocio cuando sobre el tema no se había levantado el monumento de estudios y teorías que hoy existe. Esos patriarcas de orfeón, con los Millet, los Esnaola, los Antonio José, los Múgica, se inventaron, a golpe de ideal, una política musical que en ocasiones llenaba de actividades su ciudad y, en otras, una región entera.
Personajes románticos, mitad músicos, mitad líderes, había en su quehacer, sentido como misión, implicaciones culturales, éticas y políticas de vario orden y diverso matiz según el hombre y el enclave geográfico. Del Orfeó Catalá se dijo siempre, como del Barcelona FC, que era «algo más que un coro». Otro tanto cabría aplicar a los coros de Donostia o Pamplona, Burgos, Santander o León. En la vieja ciudad de la gran catedral transparente, el patriarca se llamó Odón Alonso que acaba de morir. Sensibilidad musical profunda y espontánea, estudio constante y generosidad sin límites hacían de Odón Alonso un patriarca ideal, porque mandaba y convencia desde el ejemplo y a través de la amistad con todos y cada uno de sus cantores, con todos y cada uno de sus músicos. Porque el viejo Odón Alonso mantuvo, a lo largo de los años, orquesta y coros con los que realizó arriesgadas empresas artísticas.En el seno de la familia Alonso aprendió el amor y el sabor musical el otro Odón Alonso hijo, que suele decirse en España, y junior como escriben los cursis. Es cierto que tuvo grandes maestros españoles y, extranjeros, pero no lo es menos que su gran maestro fue siempre su padre, con ese magisterio supremo, insustituible, nacido de la ejemplaridad y de la dedicación vivida día a día. Características todas definitorias de los patriarcas de orfeón, extraño cuerpo de voluntarios a extinguir, uno de cuyos últimos arquetipos era el maestro Odón Alonso, figura popular en León, saludado con cariño por todos a su paso por las calles y para el que los demás, que no él, consiguieron no pocos honores y condecoraciones desde las sindicales, que suponían el reconocimiento a una solaridad con el mundo del trabajo, hasta la Cruz de Alfonso X el Sabio. Pero Odón Alonso sabía llevar las condecoraciones por dentro, las aceptaba como algo inevitable y, sobre todo, como reconocimiento de los que estaban cerca de él. No tuvo vanidades ni supo pasar cuentas, Vivió y murió con lo justo que para él era mucho, ya que dentro de esa justeza, necesaria para una calidad interior de vida, el hacer musical era casi todo.
Hasta muy pocos días antes de su muerte, Odón Alonso trabajó como si le quedaran cincuenta años de vida por delante. ¿Con qué medios? Es fácil suponerlo. Apenas ninguno. Una pequeña ayuda de aquí, otra no menos pequeña de allá. Y la grande, inmensa, de sus colaboradores apretados en torno a su figura, de los que tomaba energías y resistencia para continuar. Fue Odón Alonso un hombre tan útil como fiel a su país. Su existencia apagada ahora en unos días, constituyó un canto de «aleluya» tras cuyas notas habitaban románticas estrofas de vida y esperanza. Los herederos de éste y demás patriarcas podrán actuar desde una tónica más profesionalizada, pero no todos, o casi ninguno, gozarán de ese halo especial hecho de idealismo y utilidad; ni, tendrán una reciedumbre de perfiles tan definida, original y racial que bien habrían merecido ser descritos por Baroja o pintados por su hermano. El homenaje a Odón Alonso es también algo más que el homenaje a un hombre para tornarse reconocimiento, evocación y recuento a una minoría egregia que desaparece: la guerrillera y conductora minoría de patriarcas de orfeón.
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