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Reportaje:

Sahara: todavía, muchas preguntas sin respuesta

Aunque la operación había estado perfectamente planteada desde el principio por Marruecos y por sus eventuales consejeros, es muy posible que ni las propias autoridades marroquíes presentes en El Aaiún el 29 de febrero del año pasado llegaron a creer que podrían anexionarse el Sahara con tanta facilidad. Tan solo cuatro meses antes, cada vez que una personalidad española se refería al tema insistía con vehemencia en legar la tesis entreguista y aseguraba a los saharauis la preservación de sus derechos de autodeterminación. En las Naciones Unidas, progresaban las tesis tercermundistas de conferir únicamente al pueblo del Sahara la decisión sobre su destino futuro. En el Tribunal Internacional de La Haya, los más expertos juristas confirmaban las teorías españolas sobre la independencia historia social, económica, cultural y religiosa del Sahara con respecto a Marruecos.Y sin embargo, aquel 29 de febrero, Marruecos se convertía en el dueño del territorio. España abandonaba su última colonia en circunstancias poco edificantes: había evitado una guerra, sí; pero incumplía firmísimas promesas hechas durante meses de no hacer nada al margen de la voluntad, libremente expresada, del pueblo del Sahara. Como en un último intento de preservar su conciencia, España ni siquera firmó el acta de la sesión de la eufemística Asamblea General del Sahara o Yemaa, celebrada el día 26 de febrero, utilizada por Marruecos para dar apariencia legal a la transmisión de poderes, y asegurar que los saharauis habían sido consultados.

Para comprender aquellas circunstancias, había que remontarse a muchos años atrás. Probablemente no habría habido ocasión de escribir estas líneas si el fallecido almirante Carrero hubiera escuchado, en 1969, las tesis de Fernando María Castiella, a la sazón ministro de Asuntos Exteriores, sobre la mejor manera de resolver el problema de la descolonización del Sahara, que ya intuía el señor Castiella. El almirante sostenía una postura mesiánica y paterna lista, veía 14 : culminación del proceso en una situación de controla da autonomía, en la que los saharauis decidieran por sí mismos sobre temas muy específicos, pero con una absoluta dependencia de España en las necesidades funda mentales: economía, educación ejército. Castiella observaba el camino que tomaba el proceso de descolonización de los países africanos, clara y diáfanamente independentista. El ministro pensaba, como más tarde nos ha hecho ver la historia, que la única manera de perpetuar la presencia y el recuerdo de la metrópoli en las colonias era ayudar al estas, honestamente, a prepararse para la independencia. El ejemplo de Guinea era para España muy próximo. Pero Castiella no convenció a Carrero y .aquel dejó de ser ministro.

Deterioro

A partir de ahí, la presencia española en el Sahara tomó un camino de lento, pero constante deterioro. Nuestros políticos, dema síado distantes de la realidad de su colonia, poco aficionados tradicionalmente a escuchar las opiniones casi siempre honradas y realistas de las autoridades españolas en el territorio, trazan soluciones de gabinete absolutamente inútiles. Sería imposible tratar de resumir aquí los seis años transcurrido desde la salida de Castiella del Gobierno hasta el 29 de febrero del año pasado. Pero sí afirmarse que los hechos ocurridos durante el año 1975 (las ofensivas del Frente Polisario, las acciones armadas de Marruecos contra tropas españolas, la Marcha verde) fueron el resultado lógico de la política mantenida desde Madrid, que, sobre la base de escuchar y atender los mandato de las NU quiso preparar una in dependencia que le conviniera, en lugar de tratar de acercarse a la realidad del Sahara.

Los españoles, un año después de abandonar el territorio, se siguen haciendo preguntas acerca del complicado proceso que dió origen a la situación actual. Nadie hasta ahora ha dado respuestas concluyentes. Se preguntan, por ejemplo cómo es, posible que después de las masivas manifestaciones de mayo ante la comisión visitadora enviada por las Naciones Unidas, en las que los miembros de aquella pudieron comprobar los deseos de indepen dencia expresados por sus habitantes, España y el organismo internacional hayan aceptado la solución anexionista forzada por Marruecos. Se preguntan también por qué, a nivel oficial, se mantiene que la solución dada al problema, es la más idónea y la más ácorde con los deseos de los saharauis, cuando desde organismos de tanta solvencia como la Cruz Roja Internacional se hacen llamamientos para ayudar a las decenas de miles de refugiados del Sahara en las zonas fronterizas con Argelia.

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Hay ciertamente muchas incógnitas aún sin resolver. En el plano puramente militar, por ejemplo, no se ha aclarado todavía la razón por la que las tropas españolas en el Sahara tenían órdenes ta jantes de traspasar la frontera con Marruecos en persecución de las fuerzas marroquíes, que, camufladas bajo el eufemismo de unas siglas, hostigaban y causaban bajas entre los soldados españoles.

Tampoco han recibido una respuesta concluyente las dudas expresadas durante meses sobre el absoluto desconocimiento de los servicios de información españoles en el Sahara sobre los preparativos de la Marcha verde. La tesis oficial es que Hassan II asombró al mundo, y por supuesto a los españoles, con una operación llevada en el. más absoluto de los secretos. Una operación que llevó meses de preparativos y de acopios, y que, ni más ni menos, movilizó a cerca de 400.000 posibles confidentes.

Nunca se han explicado los extraños peregrinajes de ministros; españoles ante Hassan II, una vez producido el anuncio de la Marcha verde: Carro, Solís, eran enviados por el presidente Arias allí donde se encontrarse el soberano marroquí, mientras el titular de Asuntos Exteriores, teórico primer responsable de una operación de política exterior, permanecía en Madrid, aparentemente desocupado del tema.

Sigue siendo paradójico que, cuando la Marcha verde avanzaba hacia la frontera con Marruecos se aseguraba, en Madrid y en El Aaiún, que ningún marroquí penetraría un solo centímetro en los límites territoriales del Sahara y que se dispararía contra quien lo hiciera; mientras se pronunciaban estas palabras, las tropas españolas abandonaban puestos fronterizos y se replegaban a una frontera estratégica, más de diez kilómetros dentro del territorio saharahui, espacio en el que, por supuesto, penetraron los componentes de la Marcha verde.

Contrapartidas

Pero la cuestión que quizá con más insistencia se plantea hoy la opinión pública española es la contrapartida obtenida por nuestro país después de ceder a las presiones de Rabat. No se ha explicado la forma en que las autoridades marroquíes han pagado o pagan los miles de millones de pesetas acordados por la cesión de nuestros derechos en fósfatos de Bu Craa, en cuyas instalaciones invirtió el Estado español alrededor de 25.000 millones. Tampoco se conocen los terminos exactos del convenio pesquero con nuestros más próximos vecinos africanos que, durante el año pasado, consiguieron paralizar prácticamente a nuestra flota pesquera del Sur y redujeron al 50 % la actividad de los pescadores canarios, tradicionalmente presentes en el banco pesquero sahariano. En alguna ocasión, cuando se estaban firmando los pactos de Madrid con Marruecos y Mauritania, personalidades españolas indicaron que los acuerdos permitirían resolver por fin el largo y espinoso problerna de los bienes españoles en Marruecos, afectados por la marroquización decretada por Hassan II: a estas alturas, tampoco existe convicción de que se haya terminado, felizmente para nuestros compatriotas ese problema.

El resumen es simple: España parece que cedió todo, ante la presión, calificada entonces de intolerable, de la Marcha verde, sin que haya obtenido gran cosa a cambio. Menudean, eso sí, las visitas a ambos países de personalidades españolas y marroquíes, -y todas las declaraciones hablan de nuevos climas, horizontes de más profunda cooperación, pero sin que se conozcan las materializaciones de esas pomposas palabras.

Y, mientras tanto, la situación en el interior de nuestra antigua colonia tampoco da motivos; para pensar que allí las cosas se han resuelto de manera feliz. Los responsables de la República Democrática Arabe Saharahui, proclamada en Argel por el Frente Polisario, han conseguido una respetabilidad internacional que cada día incomoda más a Marruecos. La lucha armada existe en el interior del territorio, donde amplias están bajo el control directo del Frente Polisario. Las principales ciudades del Sahara están despobladas o, mejor, pobladas de marroquíes y no por Saharauis.

Doce meses después de la definitiva salida española de su última colonia, no puede hacerse ningún balance positivo. Ni siquiera Marruecos puede sentirse absolutamente satisfecho, pues el Sahara le está costando dinero, sinsabores internacionales y, lo que es aún más grave, embriones de disensiónen el seno de su ejército.

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