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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La rebelión de los presos

LOS SUCESOS de Carabanchel Son graves: traslado de reclusos a penales, presos acampados en las azoteas, la enfermería penitenciaria atestada de contusionados y de suicidas frustrados, y la fuerza pública presta a penetrar en la prisión. Estamos ante algo más que un motín: ante la culminación de una serie de protestas, más o menos violentas, en las principales prisiones del país, y ante una evidente exasperación de la población reclusa española. Sus motivos tendrán, porque nadie se abre las venas o ingiere el pomo de un grifo sólo por el prurito de la protesta. Y aquí las culpas tienen un amplio reparto.. Porque es cierto que la administración española de Justicia tiene, abandonado el problema de las prisiones, pero no mucho menos que el resto de la sociedad. En este país ingresar en prisión por delitos comunes implica la muerte social, prácticamente de por vida.Los egresados de prisión son tarados sociales abocados al desempleo y la reincidencia en el delito, las prisiones han degenerado, por abandono, en simples centros de castigo y, por ello, en universidades de la delincuencia.

Nadie puede negar con estadísticas en la mano que la cárcel lejos de recuperar socialmente a sus inquilinos, potencia sus dotes antisociales. Quien entra en prisión por vez primera como carterista, egresa de ella como ladrón de cajas fuertes y acaso regrese a la misma como criminal de sangre. Todos conocemos el incremento automático de los delitos contra las personas y los bienes, a raíz de cualquier indulto o amnistía general. Y ello, ¿por qué?; ¿porque los delincuentes españoles están particularmente empecinados en vulnerar la ley? No, porque nuestros centros penitenciarios han seguido desde hace muchos años un camino contrario al marcado por Concepción Arenal y se han limitado a la tarea de encerrar a la gente.

El actual reglamento de prisiones es tan inaudito que incluye entre sus penalizaciones por mala conducta el limitar la alimentación a la que proporciona el Centro penitenciario, excluyendo todo suplemento nutritivo exterior. Es decir: que se considera como castigo el limitarse a ingerir el rancho penitenciario. La recepción de prensa se encuentra al arbitrio del director de cada prisión. Así, en unas puede leerse EL PAIS y en otras no; en unas, con páginas recortadas, y en otras íntegro. Y un sinfín de medidas generales o personales de cada director .penitenciario que parecen tener por último objetivo herir los sentimientos personales del ciudadano preso.

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¿Qué decir de otros planteamientos? ¿Hemos pensado todos seriamente en lo que significa la confinación en celdas de castigo? ¿Es ése un sistema óptimo para hacer entrar en razón a un ser humano? ¿Alguien en este país se ha molestado en reflexionar sobre el continente de nuestras prisiones? Son viejas, instalas, en numerosos casos, en pleno casco urbano, insalubres, presas del exceso de frío o de calor, sin condiciones higiénicas mínimas las más de ellas, etcétera.

Nuestras prisiones, en suma, son deplorables. Desde el punto de vista que se quiera adoptar: físico, moral, reglamentario, económico, social, psicológico, higiénico... Y -lo más grave del tema- Justicia lo sabe. Justicia, tiempo ha, intentó remediar esta situación y se encontró con la oposición de las Cortes a ampliar presupuestos penitenciarios en los ya viejos planes de desarrollo. Los partidos políticos elaboran a toda prisa programas sociales más o menos amplios, pero en ninguno de los cuales puede encontrarse una referencia mínima a la lamentable situación de nuestras prisiones. Y en ese contexto de desinterés social es en el que surgen comisiones de presos en lucha, motines y la comprensible preocupación de miles de familias.

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