Unas elecciones para olvidar
En un día como hoy del mes de febrero, hace 41 años, España vivió la experiencia electoral más decisiva de su historia. Respondiendo el nombre de una de las formaciones en pugna, estas elecciones son conocidas en los manuales como «las elecciones del Frente Popular», y sin duda, celebrar su aniversario constituiría un sangriento sárcasmo: tan sólo unos meses después de que tuvieran lugar los españoles optaron, en una especie de plebiscito masivo, por dirimir sus diferencias no con una blanca papeleta y ante las urnas, sino con las armas y en las trincheras.Los resultados de estos comicios han sido durante años largamente discutidos por historiadores y políticos, estos últimos con unos propósitos no exentos de parcialidad, como es natural. En el momento presente sabemos ya sobre el tema lo bastante como para extraer la conclusión de que, en realidad, el pobre elector español no lo hizo tan mal en aquella ocasion. A pesar de lo que luego sucedería en julio, en febrero de 1936, los españoles si no se pronunciaron claramente por la mo deración o la democracia, por lo menos expresaron su última con fianza en las instituciones parla mentarias y presentaron un muy escaso apoyo a,aquellos sectores de extrema derecha (falangistas) o de extrema izquierda (comunistas) que luego se convertirían en protagonistas esenciales de cada uno de, los dos bandos durante la guerra civil. España no sólo no estaba dispuesta, por el momento, a enfrentarse con las armas, sino que además mostró una bastante notable estabilidad en lo que respecta a su comportamiento político. Es cierto, por ejemplo, que el partido radical desapareció prácticamente, pero ello obedece a que el electo rado republicano que en 1933 votó contra la alianza con los socialistas ahora lo hizo contra la CEDA; no lo es menos que la derecha fue de rrotada honestamente, pero que mantuvo una fuerza importantísima, hasta el extremo de que si hu biera estado unido quizá a ella le hubiera correspondido la victoria.
En estas circunstancias ¿cómo se explica que en un plazo corto de tiempo acabara estallando un conflicto cuyas consecuencias todavía hoy estamos tratando de olvidar? Hay factores cronológicamente posteriores, referidos a la actuación gubernamental del Frente Popular, de los que no es este el momento de tratar. Hay, en cambio, otros que estuvieron directamente relacionados con la jornada electoral, que jugaron un importante papel en el empeoramiento de la situación y de los que, en fin, con perspectiva histórica, cabe decir, que hubieran sido evitables.
La ley electoral, en primer lugar, constituía casi un perfecto ejemplo de la que no debe estar vigente en un país que desee para sí la estabilidad de sus instituciones democráticas. Siendo, como era, muy mayoritaria favorecía de manera clara la formación de candidaturas muy amplias que engtobaban a sectores políticos divergentes, pero unidos ocasionalmente por un propósito negativo respecto al adversario. Así se explica que, por ejemplo, en el Frente Popular figuraran comocandidatos desde burgueses socialmente muy conservadores hasta ex anarquistas recien ingresados en las lides electorales o en las derechas, desde carlistas que añoraban la monarquía absoluta hasta demócratas de un pensamiento más avanzado.que algunos republicanos. La ley electoral contribuía, sin duda, a que la opinión del electorado se tradujera de manera muy confusa en los resultados pero, además, la clase política, o por lo menbs una buena parte de ella, colaboró a que así fuera. En este sentido las culpas recaen especialmente sobre la derecha, que no elaboró ningún tipo de programa positivo que ofrecer al ciudadano español limitándose a proferir invectivas contra el adversario que leídas hoy resultan deplorables. Finalmente, el Gobierno se comportó como habían solido todos los Gabinetes españoles de antes, y siguieron haciendo, en versión corregida y aumentada, los de después: lejos de ser imparcial, caciqueó cuanto pudo para obtener, por artimañas chapuceras, una representación que no le correspondía de acuerdo con las actitudes del electorado. La lógica consecuencia de todo lo expuesto, que como digo, hubiera sido perfectamente evitable, fue un Parlamento en el que el centro estaba dividido e incapacitado para gobernar, habían dos opciones políticas cada vez más distanciadas por odios, en vez de por programas de Gobierno, y la mala costumbre del intervencionismo gubernamental durante las elecciones siguió produciéndose al atribuirse al Frente Popular actas que no le correspendían. No era, desde luego, una situación óptima para la ya problemática democracia espaflola.
En 1977 hay todavía algunas lecciones que aprender de lo sucedido en 1936, para evitar que pueda siquiera plantearse la posibilidad de un resultado final semejante. Desde luego el Gobierno debe ser consciente de que una ley electoral mayoritaria, como quería Alianza Popular, es necesariamente dese stabil izadora de la democracia, y en consecuencia, debe rectificar al mínimo los criterios proporcionalistas que se aprobaron en su día. No menos necesario es recordar que incluso las intervenciones más bienintencionadas desde el poder para favorecer a opciones de centro, supuesto o real, como el que quiso crear Portela en 1936, resultan incluso a corto plazo absolutamente contraproducentes. Y en fin, no es sólo el Gobierno quien puede recibir una lección de lo sucedido en 1936: incluso más importante que todo lo anterior es que la asuma la clase política. La confusión de alianzas que en el momento presente carazteriza a la vida política española, y sobre todo, la ausencia de programas claros y concretos, así como los enfrentamientos dialécticos negativos (del tipo antifranquismo versus franquismo) hacen en mi opinión un flaco servicio a la estabilidad de una futura democracia española.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.