Los socialistas, a punto
Ex secretario de información de la Federación de Partidos SocialistasEl relanzamiento del debate sobre la unidad de los socialistas es uno de los factores más esperanzadores de la dramática realidad política que estamos viviendo.
Esperanzador, porque no se trata de una operación gestada o teledirigida desde los vértices, sino porque, respondiendo a una vieja tradición democrática y socialista, es la base la que ha roto el hielo. El manifiesto de los 120 en Madrid y las iniciativas de acción conjunta, el manifiesto socialista y autonomista de Baleares, así como otros procesos en gestación en diversos puntos del país son expresiones de esta aspiración. Este resurgir del debate público ha traído de nuevo el tema a las páginas de la prensa, de lo cual son buena prueba los editoriales de diversos diarios, así como la dedicación de espacios informativos en las revistas semanales. En éstas, la interpretación ha sido a menudo restrictiva, planteando lo que de hecho es un complejo proceso político como un problema personal, entre otros, del autor de estas líneas. Incluso se han escrito crónicas en las cuales el periodista se ha dejado llevar por el petrioterismo de partido, planteando el tema de la unidad a partir del agrietamiento o la destrucción de alguna de las organizaciones en presencia, cuando lo que está en juego es la construcción de algo más grande y más sólido sobre la base de lo conseguido.
Pero hay, además, otra urgencia para relanzar la cuestión, porque el debate no se puede hacer en una campana de vacío. La actual realidad política acentúa la necesidad de acelerar el proceso. En primer lugar, por la estrategia de desestabilización, que hace más imperiosa la necesidad de disponer de organizaciones populares fuertes y responsables, que sean capaces de dar respuestas cívicas y, al tiempo, que pongan freno a posibles aprovechamientos antidemocráticos de la actual crisis. Las actuaciones policiales indiscriminadas, basadas en la teoría de los opuestos extremismos, con redadas dignas de los mejores tiempos de estado de excepción, tienen sin duda un objetivo no confesado: mantener a las organizaciones de izquierda en una posición expectante y paralizada mientras que la derecha y el centro siguen en plena marcha de elecciones a la «americana».
Es evidente que la reforma busca una coartada rosada a un centro hegemónico, relegando a los «rojos» a las tinieblas de la marginación por su dudosa fe democrática. Sin embargo, los líderes ex franquistas conversos a la democracia no deben olvidar que quienes han luchado durante muchos años por los principios democráticos que ellos ahora descubren, quienes han pasado por el TOP y los consejos de guerra, quienes han llenado las cárceles, son precisamente aquellos sobre los cuales se lanza la sospecha de antidemócratas, socialistas y comunistas.
Voz y voto a los luchadores
Es impensable que pueda estabilizarse un sistema democrático sin que tengan plena voz y voto los protagonistas de la lucha por la democracia. Y para que el movimiento socialista tenga una personalidad y una voz propia, es preciso que sea fuerte, y por tanto, que esté unido.
Pero para que hablar de unidad no sea un canto mítico a lo felices que seríamos si..., es preciso hablar de un proceso, con emplazamientos concretos. El primero, ya señalado, es el que impone la realidad y la respuesta a una estrategia que busca arrebatar a los movimientos populares sus banderas de lucha por la democracia, colocándolos en una posición subordinada, para poder proceder a la operación de reconversión capitalista con los menores costos y dificultades posibles.
El segundo, son las elecciones, que no hay que olvidar que para las fuerzas populares son elecciones por la libertad. Para los socialistas, el tema no se puede resolver con un mero pacto electoral. Eso vale para las fuerzas de derechas, las que no escatiman los adjetivos popular y democrático en sus flamantes nombres, tras los cuales se oculta un juego de rebotica de notables que tratan de recomponer su imagen con maquillaje político y dinero. Aunque para muchos, sin duda, les va a ser más difícil lograrlo que a Nixon, al cual le valió el sicoanálisis para triunfar en TV, o la operación que convirtió a un ministro de Hacienda como Giscard en un presidente decontracté y modernista. Tampoco se puede limitar la cuestión a unas repescas individuales en unas listas hegemónicas. Las elecciones como emplazamiento suponen, en primer lugar, el planteamiento de un acuerdo democrático, el frente o pacto constitucional como compromiso público frente al electorado, frente a la constitución de matute que tratará de imponer la flamante mayoría; en el campo socialista el acuerdo tiene que suponer voluntad de construir organización, y la decisión de presentar un programa ante el país, como proposiciones concretas para millones de ciudadanos frente a sus problemas y sus aspiraciones. Porque un partido socialista no es una marca comercial o un organismo de poder, tiene que ser una fuerza capaz de dar cuerpo y sintetizar experiencias muy diversas y muy ricas de los diversos movimientos sociales con personalidad y arraigo, que van desde el movimiento sindical hasta el ciudadano, y en España está aún por hacerse esta síntesis.
Estrategia ofensiva
Es impensable que se pueda construir la organización de los socialistas, es decir, una organización federativa y unitaria en la que nos encontremos todos, los que militamos hoy en alguna de las formaciones existentes y los cientos de miles que aún no han dado este paso, a través de un simple acuerdo de presentación de candidatos a unas elecciones sobre las que aún hay muchos interrogantes. Pero las fuerzas que pretenden conservar o mantener posiciones de clase o de dominio político, el problema se puede resolver en una mesa, para nosotros no, porque obligadamente nuestra estrategia ha de ser ofensiva, ha de crear un proyecto histórico y organizativo. En estas condiciones, se puede objetar que hablar de unidad es punto menos que imposible, por la envergadura del proceso a realizar. Sin embargo, sí se pueden llegar a acuerdos explícitos de establecer un proceso, con ritmo y plazos, solventando al mismo tiempo los escollos más decisivos que han existido hasta ahora, concretamente los del reconocimiento mutuo de personalidad y de voluntad unitaria; y los de afirmación de la realidad plurinacional del Estado, así como de los hechos regionales, que tienen que tener su reflejo obligado en la articulación de los socialistas, así como el de autonomía organizativa y política de los movimientos de masas, y de modo especial, el del sindicalismo, como escuela del socialismo y como medio de defensa de la clase, que no puede ser subordinado a una estrategia de partido. En definitiva, abrir las puertas a la construcción, en la teoría y en la práctica, de una organización socialista, democrática y autogestionaria, capaz de definir una línea política propia que tenga la suficiente fuerza y atracción como para evitar tentaciones y proyectos de partidos consulares y clientelares de fuerzas extranjeras, lo cual sólo se consigue con fuerza y con línea y no con agresivas declaraciones retóricas.
La negociación es posible
Este emplazamiento es posible hoy y necesario. Tienen razón los compañeros que, sin distinción de carnet, pero con una profunda convicción socialista, plantean el problema en público y ante el país. En los temas en los cuales existen diferencias, la negociación es posible, y la elaboración conjunta de respuestas nuevas, necesaria. En este trabajo, hemos de ser capaces de medir nuestras propias fuerzas y nuestra voluntad de luchar por la democracia, primero, y a más largo plazo, por una alternativa social que sea capaz de expresarse con opciones de Gobierno, rompiendo no sólo con el temor y la inseguridad, sino también afirmando en opciones positivas y populares nuestra voluntad de profunda transformación de la sociedad. Para que en el futuro sea posible esta opción, hay que construir hoy una de sus bases fundamentales, y esa es la de unidad de las fuerzas socialistas.
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