La cojera de Suárez
Me lo dijo tío Oscar en la cárcel de Reading, cuando él estaba allí por proxeneta y yo por chorizo:-My darling, la naturaleza va siempre a la zaga del arte.
La frase es así, porque yo la oí de su cansada voz, y no como suele citarse. En todo caso, como la naturaleza imita al arte, y también a la política, Suárez cojea en estos días de un pie cuando todos sabíamos de qué pie cojeaba su Gobierno: del pie de la autoridad.
-Hele -dice el quiosquero.
Resulta que cuando la autoridad militar está firmes entre el Rey y el Gobierno, hay otras autoridades que cojean. Suárez era un hombre que sabía usar la autoridad sin ser autoritario. Todo lo contrario que Fraga, por ejemplo.
-Los autoritarios son los que peor usan de la autoridad -dice el abrecoches, que ya nos ha cogido el truco de la paradoja a tío Oscar y a mí, aunque él no estuvo con nosotros en la cárcel de Reading (y bien que le habría gustado), sino que estuvo en el Dueso con el Lute.
Una vez, hace, muchos años, cuando Suárez tenía un pequeño cargo, fui a verle para pedirle un pequeño favor, y casi me sacó del despacho a la fuerza.
-Yo no concedo nada a tenazón -me dijo.
Tenazón. Qué palabra. Se me quedó. Yo ya era un joven lanzado que no tenía empacho en abordar al futuro presidente del Gobierno. Pero él era casi tan joven como yo y, además, sabía decir tenazón. Bueno, pues esa autoridad que Suárez tenía ya de pequeño, cuan do ambos íbamos casi de pantalón corto, es la misma que ha ejercido luego para entenderse con los rojos, con los militares, con todo el mundo.
Suárez quiere traer la democracia a tenazón.
Y me parece bien, pero Suárez cojea. Su pierna escayolada de hoy -que sea por poco tiempo- es un signo de la cojera de autoridad que parece haberle afligido en algunos momentos. Los memoriones de este periódico ya le han dicho ayer que por ahí había que haber empezado, por limpiar el país e incautar las pistolas. Aquí debiera estar prohibida, de momento, hasta la caza de la perdiz roja.
-Por lo de roja, claro -dice el parado.
Un amigo periodista se me viene a dormir a casa. Anda perseguido de anónimos y expedientes. Otro amigo, Manuel Vicent, también ha tenido estos días una cita judicial. O sea, que de falta de autoridad, nada, dicen algunos. Pues eso es lo malo, mis queridos caraqueños, que aquí se han espiado más los artículos de periódico que las pistolas, más las metáforas que las bombas. O sea que, como digo, Suárez cojea.
- ¿Y dejará ahora de cojear, después de visto lo visto? -dice el parado.
-Bueno, parece que ya le han escayolado el pie.
Como por la calle andan rachas desatadas de patriotas sangrientos con metralleta, nos metemos en la garita del quiosquero a oír el transistor. La declaración del Gobierno, después del Consejo de Ministros, empieza con cierto excipiente literario.
-Bah. «Tarde soleada» -digo.
Me lo contaba un día el poeta Eladio Cabañero. Cuando el cronista deportivo se desplaza con su equipo a otra ciudad y tiene que dar la crónica de un partido perdido, suele empezar así al teléfono: «Tarde soleada...» Y el que está al otro lado del hilo le apremia:
-Venga, vale, ¿cuántos nos han metido?
Malo empezar con literatura cuando hay cosas que decir. Tarde soleada. Vamos a implantar el orden y la democracia. Vale. Pero la tranquilidad exige medidas concretas. Claro que ya se han tomado. Podrían tomarse más. Y haberse tomado antes. A ver si a Suárez se le remedia la cojera. Nadiuska sale posando de Sofía Loren en Lui. «No has debido hacerlo -le digo-. Hay que ser uno mismo.» Suárez no debe posar de Arias ni de Carter. Queda mejor de Suárez.
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