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Reportaje:

Que si quieres arroz, Catalina

Aquel hombre entró en la perfumería y pidió con aire decidido:-Deme un tubo de pasta de los dientes.

El dependiente le despachó el tubo.

-Son veintiocho pesetas.

-Ahora deme otro tubo de pasta de los dientes; es que quiero acumular un excedente. Pero, por favor, no me cobre veintiocho pesetas. Cóbreme 34.

El vendedor atendió sorprendido la peregrina demanda del cliente.

-Y ahora -siguió el hombre- ofrezca usted un tubo de pasta de los dientes a aquel señor de aspecto extranjero, al precio de veinticuatro pesetas. Yo pagaré las cuatro del ala que faltan.

El dependiente entonces no se pudo contener e inquirió:

-Perdone usted, señor, ¿podría usted explicarme las razones de su extraño proceder?

-Mi proceder no tiene nada de extraño. Soy agricultor arrocero.

Parece, en efecto, que existen unos excedentes de arroz invendidos de unas 130.000 toneladas, que vienen a ser un tercio de una cosecha media. En una sola campaña, estos stocks han aumentado en 80.000 toneladas, o sea, el 20% del arroz que se ha producido. Los cultivadores de arroz solicitan ahora subvenciones para exportar, porque sus precios no son competitivos en el mercado internacional. Es decir, piden que el opulento contribuyente ibero subvencione el consumo de arroz del probre ciudadano extranjero. Y para terminar piden un aumento medio del precio de garantía de más del 20%, que estimulará la creación de nuevos excedentes. que habrá que exportar con subvención.

Presento todas mis excusas a los esforzados cultivadores de arroz, que, por cierto, detentan el récord mundial de rendimiento por hectárea, por aprovechar su situación como ejemplo. Ya sé que su caso no es ni el único ni el más importante. Pero ilustra en esta desgraciada coyuntura los resultados de una política de precios agrarios que ha conseguido para los españoles unos precios de alimentación áltísimos, un desajuste enorme de oferta y demanda, un déficit comercial agrícola de varias decenas de miles de millones de pesetas, una desviación de recursos productivos y una necesidad de subvenciones cuyo peso es manifiesto en el presupuesto del Estado y en los créditos del Banco de España. Todo a la vez.

A nadie se le oculta lo absurdo de esta situación. Pero no importa; los arroceros conseguirán que sus peticiones sean atendidas. Y detrás de ellos vendrán todos los demás, que también conseguirán lo que se proponen. Y así año tras año. Y no son solamente los agricultores.

Es claro que la salida de este laberinto en el que se violan las leyes económicas más elementales, se hallará cuando el dirigente se vea obligado a gobernar de acuerdo con las necesidades generales de toda la comunidad y no con los intereses particulares de éste o del otro grupo. Puede ser que esto no esté tan próximo como parece, porque esa victorla cotidiana, normal y repetida del interés de todos sobre el interés de algunos será el producto final de la reforma política que dicen.

Mientras tanto, paguemos el precio que nos suben hoy, que mañana será otro precio.

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