Entre Lisboa y Madrid
LAS DECLARACIONES del líder socialdemócrata portugués Francisco Sa Carneiro a EL PAIS han provocado una intensa emoción en Lisboa. Un portavoz del Gabinete portugués hizo unas manifestaciones condenándolas; el encargado de Negocios de España fue llamado al palacio de Sao Bento para transmitirle,el «asombro» del Gobierno por el recibimiento ofrecido por algunas autoridades oficiales de Madrid a Sa Carneiro; la prensa lisboeta ha polemizado abundantemente y en tonos: agrios sobre el tema.Siempre espeligroso pronunciarse sobre cuestiones que afectan a asuntos internos de otros países, máxime cuando se trata de una nación vecina que, por razones históricas, contempla con recelo cualquier injerencia española. Pero el hecho de que nuestro periódico aparezca inopinadamente mezclado en una protesta oficiosa del Gobierno portugués, y la convicción de que lo que se halla en discusión concierne a todos los que defendemos la libertad de expresión, nos obligan en este caso a decir algo.
Ni que decir tiene que ni entramos ni salimos en el contenido de las declaraciones del señor Sa Carneiro. Sostenenios nuestro derecho a informar sobre la situación portuguesa, tarea en la que juega un papel central el conocimiento de lo que opinan sus principales partidos. Nuestras columnas han estado ya abiertas a los señores Soares y Cunhal, y lo estarán para Freitas Í do Ainaral y los líderes de la derecha. No ignoramos que las declaraciones a la prensa extranjera pueden tener importantes repercusiohes en la política nacional y que quienes las hacen son conscientes de esa resonancia. No tenemos más que recordar la inteligente y eficaz manera en la que! el propio Soares supo utilizar ese arma en el dramático verano de 1975, cuando los más importantes diarios y revistas de la pren-sa europea daban cabida frecuentemente a sus advertencias y llamadas de socorro contra el preinier Vasco Gonsalves, para crear un clima de apoyo internacional a las posiciones mantenidas por el Partido Socialista Portugués.
Es norma corriente, por lo demás, en todos los países democráticos, que los líderes ci-e los partidos de oposición de una nación amiga sean recibidos por personalidades de la vicia oficial, sin que eso prejuzgue la opinión que es . tas personalidades puedan tener sobre I.a política interior (le los países de origen de sus visitantes. El doctor Mario Soares y muchos de sus colegas de Gabinete han recibido a líderes de la oposición dernocrática española que anteriormente habían hecho críticas declaraciones sobre la evolución política de nuestro país. Que nosotros sepamos, el Gobierno español no mandó llamar al embajador de Portugal para expresar su asombro. Y si así hubiese sucedido, la actitud nos parecería igualmente ridícula.
Hacemás de diez años, en tierras españolas fue asesinado el entonces líder de la oposición portuguesa, general Humberto Delgado, en circunstancias todavía no suficientemente esclarecidas. En tierras portuguesas, durante -la dictadura salazarista, incluso -un dirigente de la oposición tan moderado como el señor Gil Robles encontró graves dificultades Para poder expresar sus ideas. Se trataba, ciertamente, de dos regímenes dictatoriales, que se exigían mutuamente y se concedían, tambi('-In mutuamente, red ' ucir al silencio a las respectivas oposiciones. Para los dos países. esa terrible experiencia debe arrojar serias enseñanzas. Portugal ha alcanzado los mínimos democráticos de las grandes nacíones europeas; España ha iniciado el camino par a conseguirlo. La actitud de uno y otro Gobierno hacia la oposición del país vecino, que mañana puede llegar al poder de acuerdo con los principios de la democracia pluralista, tiene que estar de acuerdo con las normas de los países que gozan de instituciones representativas plenamente consolidadas.
Por lo demás, sólo nos queda añadir nuestro asombro, un poco escéptico, ante el ataque a la libertad de expresión que supone la actitud de protesta de un Gobierno extranjero por algo publicado en un periódico español.
Resulta paradójico que un Gobierno de la revolución democrática portuguesa se indigne porque en España los diarios ejercitemos la libertad de crítica sin discriminaciones. El doctor Soares y su Gabinete nos merecen todos los respetos, pero no entendemos qué pretendían al protestar por las declaraciones de Sa Carneiro. ¿Provocar acaso una presión del Gobierno de Madrid sobre nuestro periódico? Está bastante claro que en Lisboa, como acá, los malos hábitos creados por nuestras respectivas viejas dictaduras no se borran sólo con el tiempo.
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