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Nuestros comunistas, de ayer a mañana

A fuerza de personalizar lo que por encima de todo es un conjunto, nos olvidamos casi siempre del partido al hurgar en la biografía de su secretario general. Desde nuestros anteriores proyectos y ensayos democráticos viene la perezosa costumbre de la simplificación personalista; por culpas objetivas, también, de una vida política precaria en medio de la cual los que fueron grandes partidos históricos degeneraban en la escisión, la facción y la mesnada. Ahora partimos de las taifas políticas cómo arranque; vamos a ver si conseguirnos la integración y la síntesis.Los comunistas españoles se han afianzado y han proliferado entre el mito ajeno y la leyenda propia. El mito tomó fuerza de ley en la de Represión de la Masonería y el Comunismo, que me parece uno de los dos o tres errores capitales del régimen anterior, cuando proclamaba -con evidente falsedad, además, el 1 de marzo de 1940: «Se consideran comunistas los inductores, dirigentes y activos colaboradores de la tarea o propaganda soviética, trotskistas, anarquistas o similares.» La leyenda la hemos podido leer todos resumida en los innumerables carteles sembrados por el PCE hace unas semanas sobre las sufridas paredes de España: «PCE: cincuenta años de lucha por la libertad y la democracia.» Incluída, naturalmente, aquella larga noche en que el propio Santiago Carrillo ha descrito a su partido como «parte de la iglesia staliniana».

Historia inexistente

No existe, ni de lejos, una historia convincente del comunismo español; si exeptuamos el lúcido resumen de Joaquín Maurín en la edición más reciente de su admirable Revolución y contrarevolución en España. Las historias anticomunistas -como la de Eduardo Comín Colomer- rivalizan en capacidad de desenfoque con las historias comunistas, como Guerra y revolución en España y otras publicaciones oficiosas del partido.

Una cosa es aceptar la participación del PCE en el juego democrático -como hacemos muchos por principio y por táctica- y otra muy diferente aceptar sin crítica los postulados de ese grupo. Admitir al contrincante no equivale -como a veces parecen pretender, por evidente falta de rodaje comunitario abierto, los propios comunistas- a tragarse sus tesis sin discusión crítica; sino que equivale a todo lo contrario, es decir, a plantear esa discusión en plano de igualdad dialéctica, sin la persecución o la cárcel como recurso por una y otra parte; y al que una y otra parte han acudido con fruición en sus respectivas fases de dominio totalitario.

Sería imposible tarea resumir en medio artículo la historia del Partido Comunista en España, su actitud presente y sus perspectivas de futuro. Pero con muchas horas de estudio y algunos rimeros de documentación detrás quizá fuera conveniente proponer los siguientes puntos de partida -discutibles, como todo en este mundo; pero histórica y políticamente razonables, por más que a algunos parecerán exageraciones de izquierda y a otros exageraciones de derecha.

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Las diversas etapas

1. Desde su fundación hasta 1934, el PCE fue un grupo minúsculo y desorientado, dependiente de la Cominiern con servilismo sucursalista, y que no ejerció influencia alguna en los acontecimientos de la vida política española -por ejemplo el final de la primera dictadura, la transición Berenguer y el advenimiento de la segunda República.

2. Desde octubre de 1934 a julio de 1936 el PCE -que seguía fielmente la línea totalitaria staliniana- consiguió un puesto secundario en la política republicana gracias a su apropiación de banderas y símbolos ajenos, sobre todo la revolución de Asturias -donde la participación comunista fue mínima- y el lanzamiento del Frente Popular -que fue un proyecto y una realización de republicanos y socialistas moderados con el apoyo de la ceguera derechista-. En esa época el PCE vivió parasitariamente sobre la división, la escisión y el complejo de inferioridad del ala izquierda (denominada por ella misma bolchevique) y de las juventudes del PSOE cuyo jefe, hasta que se pasó con ellas al PCE en la primavera de 1936 (no en el otoño, como no sea puro formalismo), era precisamente un inteligente periodista parlamentario llamado Santiago Carrillo. Desde luego, el PCE no tuvo arte ni parte en la preparación concreta de la Guerra Civil, aunque sí en su preparación ambiental.

3. La definitiva importancia del PCE en la vida política española se alcanza en dos etapas: primero en la guerra civil; segundo en la doble posguerra de los años cuarenta. Durante la Guerra Civil, el PCE -que sigue actuando como una agencia soviética en España, tanto en lo militar corno en lo político- actúa bajo una doble dependencia: los enviados de la URSS en la zona republicana y los dirigentes de los partidos comunistas de Italia (Togliatti) y Francia (Duclos, Marty) que residen por largo tiempo en España. Gracias a la dependencia total de la República respecto a la ayuda soviética, el PCE va aumentando su preponderancia política y militar en la zona; por primera vez sus militantes forman parte de los gobiernos (desde el otoño de 1936 hasta el final) y se apoderan gradualmente de importantes centros de control en el Ejército Popular, cuya principal masa de choque y maniobra (las siete brigadas internacionales, y luego el Ejército del Ebro) está firmemente en sus manos. El jefe del Gobierno desde mayo de 1937 al final de la guerra, don Juan Negrín, es su estrecho aliado, aunque no su marioneta. Los testimonios de Azaña, Prieto y Jesús Hernández, así como la espléndida monografía de Burnett Bolloten -que ahora se publicaría en versión refundida y ampliada- demuestran hasta la saciedad estas tesis.

4. Al final de la Guerra Civil -en la agonía republicana del mes de marzo de 1939- ocurren dos hechos esenciales, silenciados implacablemente por el PCE y sus dependencias de propaganda. En primer lugar el Frente Popular -por boca de don Julián Besteiro, en actuaciones que sistemáticamente desfiguran, cuando no ocultan algunos de sus biógrafos- expulsa al PCE de su seno, según documentos que llevan fecha de 5 y 6 de marzo de 1939. De acuerdo con esta actitud, y mientras fracasa en Madrid la rebelión de las unidades comunistas contra el Ejército Popular, los principales jefes comunistas huyen de España -junto con el doctor Negrín- desde el aeródromo de Monóvar tres semanas antes de la rendición de la República. Esta doble expulsión condiciona la historia anticomunista de los exiliados durante las décadas siguientes, y es la base para explicar, por ejemplo, las divergencias entre el PSOE histórico -que tiene muy -viva la conciencia de aquellos hechos- y el PSOE renovado, que por algún sector parece haber recaído en los viejos complejos de inferioridad que tanto perjudicaron al PSOE de los años treinta.

5. Durante la posguerra española el PCE emprende una larga lucha para reintegrarse a la comunidad antifascista y a la comunidad democrática. No lo conseguirá hasta la desaparición de Indalecio Prieto en 1962; y por eso formará, por su cuenta, una serie frustrada de juntas y plataformas de conjunción democrática con el propio PCE como fuerza dominante. Durante la fase de vigencia del pacto germanosoviético -agosto de 1939 a junio de 1941- el PCE se recluyó en un «ghetto» político, aborrecido igualmente por fascistas y antifascistas. Desde 1944 la victoria soviética le dio cobertura exterior y le insertó en un horizonte estratégico renovado sin el que no puede explicarse su auge posterior. Al hilo de la posguerra mundial-anticipada en el sur de Francia desde el verano de 1944- el PCE organizó y articuló las unidades de penetración subversiva en el interior de España, que no pueden llamarse guerrillas porque jamás contaron con apoyo masivo de una población adicta. Sólo ante el fracaso -en 1949- de la acción directa interior y ante el cambio en la estrategia exterior soviética con la cancelación de la era staliniana, el Partido Comunista de España articuló su nueva política de reconciliación nacional como inteligente anticipación de lo que ya estaba exigiendo una nueva juventud mucho más interesada por el futuro que por el pasado. Sin embargo, documentos auténticos y bien conocidos -como las actas y bien conocidos del VIII Congreso del PCE y las declaraciones -fuera de España- de Santiago Carrillo asentado firmemente desde entonces como secretario general del partido- pueden hacernos comprender, en su notable sinceridad, los alcances de esa reconciliación para el futuro.

Prima de credibilidad

6. Durante los años sesenta y setenta, el PCE logró capitalizar la espléndida prima de credibilidad política que le seguía suministrando puntualmente la reconcentrada y obsesiva hostilidad del régimen de Franco. Apoyado política y financieramente por una de las dos grandes potencias mundiales -más experta que la otra, además, en activismo político y estratégico- cultivó con fe y ahinco terrenos institucionales con profundo sentido de renovación generacional: la juventud, la Iglesia, la universidad, los intelectuales y artistas, la información y comunicación, el profesorado de todas clases, la judicatura, el funcionariado, hasta las. mismas Fuerzas Armadas y de orden público; proselitismo normal y, lógico en un partido político que aspira, como todos, al poder, y que sus enemigos, más perezosos y rutinarios, suelen interpretar como infiltración.

7. El Partido Comunista de España, en esta su renovada actuación contemporánea de los últimos veinte años, conserva la disciplina y la coherencia interna que son sus virtudes clásicas. Pero sus cuadros y sus militantes han pasado asombrosamente bien la prueba de la racionalización. Mantienen toda la fuerza de su fe y de su doctrina dogmática, que contra lo que se cree siguen siendo alicientes esenciales para la juventud de hoy, como lo han sido para la juventud de siempre. Pero han conseguido racionalizar esa fe y esa doctrina, y ante todo profundizar en ella: desde hace veinte años hay en el PCE auténticos marxistas, especie intelectual que no se conocía apenas en las etapas anteriores del partido. La categoría política, social e intelectual de los militantes del PCE ha ascendido enormemente de nivel en los últimos veinte años; sus cuadros, sin perder el contacto popular, pueden compararse en preparación y superan en dedicación a los de cualquier otro grupo político.

8. Como última fase de su estrategia de proselitismo institucional, el PCE se ha volcado en las asociaciones «naturales» de todo tipo, por ejemplo asociaciones de vecinos, agrupaciones de amas de casa y similares. Sus militantes, incluso los liberados, perciben ciertas ayudas económicas del partido, pero su acción no depende de esas ayudas principalmente sino del espíritu de sacrificio y de la dedicación ejemplar a su actividad política. Los enemigos dogmáticos del PCE tratan de encubrir su propia inoperancia y comodidad con absurdas consejas sobre fantásticos estipendios de que jamás han gozado los militantes comunistas.

9. Esa dedicación y ese sacrificio son uno de los grandes recursos del Partido Comunista actual en España. Como sus hermanos políticos de Italia, los comunistas españoles están preparados para actuar en los diversos niveles del poder y de la Administración con eficacia y sentido de servicio, con abnegación en favor de los demás, y lejos de toda corrupción personal y pública. Esta es una de las principales razones por las que en Italia han desplazado en innumerables cometidos administrativos a partidos con coeficiente de inoperancia y de corrupción mucho mayor, como es la Democracia Cristiana. Este sería, hoy, el verdadero peligro comunista; no la truculencia sino la efectividad y la honradez pública.

Partir de una derrota

10. Sin embargo, los comunistas españoles parecen demasiado fascinados por la preponderancia -merecidísima- de su partido en Italia. El comunismo italiano conoció su auge en la participación de una victoria: el comunismo español partió de una doble derrota -Igualmente merecidísima- y de una persecución irracional por parte de su enemigo histórico, el franquismo, como encarnación e institucionalización de lo que se ha llamado gran derecha, y es realmente la pequeña derecha, la cegata derecha tradicional española. La derecha española actual, e incluso buena parte del llamado centro, parece demasiado proclive a permanecer en el mito y la leyenda a la hora de valorar las posibilidades del comunismo. Es cierto que, en sectores especialmente sensibles, como el profesorado y seguramente la información, el PCE cuenta con porcentajes de militantes o adictos bastante superiores a ese 7% u 8% por donde deben de andar sus efectivos respecto al total de la población. Esos porcentajes, gracias a la disciplina y a la dedicación de quienes los integran, pueden resultar, en momentos críticos, mucho más decisivos de lo que podría esperarse de las simples estadísticas. La historia. y muy especialmente la historia del tremendo auge marxista en la Edad Contemporánea, se ha hecho siempre con el protagonismo de minorías decididas. Quienes deseen oponerse al comunismo dentro de una sociedad democrática -que para serio tiene que aceptar el handicap de admitir al comunismo en su seno- no deben procurar eliminarle con procedimientos totalitarios más o menos encubiertos -como los que el comunismo, eso sí, utiliza en los países en donde domina, sin una excepción hasta hoy- sino reconociendo, emulando y superando su vigor doctrina¡, la dedicación de sus militantes, la capacidad política de sus dirigentes y el largo alcance de sus apoyos estratégicos. Si la historia sirve para algo, esa puede ser la lección de una historia que hasta ahora se ha debatido entre el mito y la leyenda.

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