La dignidad de un ministro
TODO HACE suponer que la próxima reorganización de la Administración Central, que el Gobierno puede llevar a cabo mediante decreto-ley tras el acuerdo adoptado el pasado 8 de octubre, desmembrará al Ministerio de Información y Turismo, repartiendo sus competencias entre la Presidencia del Gobierno (que conocerá de forma inmediata los asuntos relacionados con la prensa, la radio, la televisión y la cultura) y el Ministerio de Comercio (desde siempre interesado en el turismo como principal actividad exportadora del país).Así pues, el actual titular de esa cartera abandonará presumiblemente en breve plazo sus responsabilidades. Esas situaciones de incertidumbre y espera solían favorecer en el inmediato pasado abundantes viajes y febriles agitaciones de carácter reactivo y preventivo; y, además de llamar la atención de los ciudadanos por todos los medios a su alcance, el ministro, cuyos días de poder parecían contados, también se esforzaba por hacer méritos ante instancias más elevadas, redoblando su celo y su ortodoxia.
Aunque el papel del legendario motorista con la carta del cese vaya a ser desempeñado ahora por una impersonal reorganización administrativa, el señor Reguera está dando el mejor ejemplo de lo que debe ser la actitud de un gestor de la cosa pública en esas circunstancias. Este periódico, que no ha disimulado las críticas a la política de información cuando las ha considerado justas, tampoco ahora tiene el menor empacho en reconocer que durante el mandato del señor Reguera el techo de la libertad de expresión ha subido sensiblemente. Y la elegancia con que el ministro contempla un eventual reajuste de Gobierno que puede acabar con su ministerio es todavía más de alabar. ¡Ay si los responsables de Televisión aprendiesen de su ministro!
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