_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Salvar la Sala Doré

El cine es una industria y, a veces, un arte, un medio de expresión o de comunicarse con los demás. En español, además, un cine es, en lenguaje castizo, el local comercial donde se proyectan películas La misma palabra sirve -con distintos artículos- para designar, a la vez, el lugar y el espectáculo.

Ir al cine significa muchas cosas aunque todavía haya muchas personas que siguen yendo a un cine concreto, a una sala determinada por razones tan varias como su programación o su comodidad y, cada vez menos, por fortuna, para encontrar un ambiente apto para el intercambio afectivo. Los cines son, a menudo, inseparables de las películas y la simbiósis óptima entre ambiente y proyección produce resultados benéficos en el público, y grato recuerdo para la nostalgia.

Cuando un cine se muere no suele ser por falta de espectadores o por otras razones intrínsecas a su programación -aunque también se den excepciones-, sino por la competencia desleal de la especulación urbana o la desidia de los propietarios.

Mi compañero Antonio García Rayo ha denunciado, en las páginas de Opinión, la inminente muerte de la sala Doré, de Madrid, y creo que el asunto es lo suficientemente grave como para que todos los interesados en la supervivencia de este mágico y curioso espectáculo unamos nuestras voces a la suya para pedir a quien corresponda la salvación in extremis de este local, ya que no hemos llegado a tiempo de salvar otros muchos, demolidos sin piedad porla infame piqueta, y sustituidos por espantosas edificaciones consumistas.

No se trata sólo de sentimentalismos ni de compasión fuera de lugar, sino de un empeño -perfectamente legítimo, a mí modo de ver- para conservar los testimonios valiosos de un pasado cercano. El cine no se agota en el espectáculo en sí, sino que se prolonga en los carteles, las fotografías, los programas y folletos de mano, la publicidad, los cartelones pintados de¡ local, su arquitectura interior, el diseño de sus elementos fundamentales, las características de su sistema de proyección... y todo lo demás.

Amar al cine puede ser un ejercicio inmoderado o una expresión de salud mental, según los casos. Salvar al Doré -cuando todavía estamos a tiempo de conseguirlo- es un objetivo sano y deseable, que podemos conseguir entre todos.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_