El Museo de Arte Contemporáneo se desguza
El pasado jueves se desintegró, juguete del viento, el nuevo Museo de Arte Contemporáneo, sito en la Ciudad Universitaria, volando, a la brava, las plaquetas metálicas que lo integran, con grave riesgo para automovilistas y viandantes, nada escasos en tal paraje. Ayer fue la Universidad Autónoma; hoy le ha tocado el turno al recién inaugurado museo. ¿Y mañana? Todo un mal ejemplo de la Dirección Técnica de Proyectos del Ministerio de Educación y Ciencia, cuyos dictámenes, y en sus propios dominios, comienzan a ser signo público de desconfianza o de terror.
Si el nuevo Museo de Arte Contemporáneo no fue alzado a favor de la opinión más consciente (de arquitectos, artistas, críticos y razonables ciudadanos), menos parece haberlo sido a prueba de huracanes. Han bastado los largos sollozos de los violines otoñales (fe bautismal que Verlaine asignó a los vientos de la estación en curso) para que las plaquetas de su revestimiento hayan volado por los cielos, en demérito de mentores y constructores y para amenaza de confiados transeúntes.En verdad que ha resultado poco duradera la facha de lo que la voz oficial definió, el día de la inauguración, como monumento conmemorativo, y alguien no tardó en motejar de edificio-epitafio. Las trazas de este nuevo museo siempre me sugirieron (y así lo dejé escrito) la imagen de una gran tableta de chocolate, en cuyo homenaje no soñaron ni las más audaces corrientes del pop-art. Hoy la tableta se ha quebrado y sus porciones ortogonales, sus onzas, han silbado por los aires cual mortíferas cuchillas.
No. Ni arte-pop, ni arte de lo efímero, ni cualquier otra mención neo-estética, pese a su condición de neo-museo, valdrían de gracia o invectiva en el recuento de sus males de antaño y peligros de hogaño. Capricho, improvisación, oídos sordos a la opinión ajena e imposición de principios propios (el de autoridad, a la cabeza) hacen mucho más suyas las causas del entuerto, a las puertas de Madrid, en plena Ciudad Universitaria, donde no escasea el tránsito de peatones y automovilistas.
Dos años de uso
¿Cómo es posible que, a los dos años de uso, se desmorone, en cadena, la trama del revestimiento exterior, que vuelen por los aires las plaquetas metálicas y queden, las que quedan, a merced de grotesca y siniestra panza o curvatura? Invocar fuerza mayor ocaso fortuito sería tanto como atribuir a milagro la subsistencia de la ciudad de Nueva York, en cuya palma los edificios son de notoria mayor talla y sopla el viento sur de la bahía con ímpetu no equiparable a las brisas del Guadarrama.Digamos que fueron algo más que brisa serrana los vientos que anteayer, día de autos, soplaron por Madrid. ¿Cómo para dejar en cueros la arrogante estructura de un edificio recién concluido y mayestáticamente inaugurado? No. Buena prueba de ello es que otros pabellones, torres y atalayas colindantes, siguen en pie, sin tilde o deterioro, como incólumes siguen los árboles y los mástiles del alumbrado, presa habitual o privilegiada de las furias e imprevisibles destemplanzas de Eolo.
Concedamos también que la altura y situación geográfica del nuevo museo ofrecen un blanco, que ni soñado, a la ofensiva racheada del componente oeste. Precisamente por ello debieron extremarse cálculos y previsiones a largo plazo (algo mayor, al menos, que el lapso de menos de tres otoños), y hubo de ser exigencia primordial la elección de unos materiales un tanto más consistentes o más sólidamente ensamblados que estas volanderas plaquetas de mecano, juguete de unos vientos que no son como niños.
¿Acaso no está vigente una norma (la MV 101, para más señas) en lo tocante a fíjación de succiones de viento? En ella se recogen y de su letra se desprenden las especificaciones constructivas de anclaje y cerramiento, correspondientes a plaquetas o elementos análogos a los empleados (mal empleados) en el revestimiento exterior del nuevo museo, así como los índices de seguridad admitidos, de acuerdo con la altura de los edificios y su capacidad asimilativa de peso y empuje.
Anclaje
De acuerdo con la norma ante-dicha, en un edificio, por ejemplo, de diez metros de altura, el embate de un viento que llegue a alcanzar la velocidad de 102 km/hora viene a producir, sobre una plaqueta metálica, una succión de 30 kgs./ m.2. Para una hipótesis en que la velocidad del viento sea de 144 km./ hora, se precisa un anclaje que pueda soportar o absorber 40 kgs./m.2, cuya división por cuatro equivaldría a 10 kgs. de soporte o absorción por cada uno de los cuatro ángulos de la plaqueta metálica.El sistema de anclaje se desarrolla, sin más, mediante unos pernos o tornillos sobre la estructura portante. Nada hay, pues, que no esté debidamente previsto y reglamentado, o que pueda ofrecer manifiesta dificultad en este tipo de construcción. Los vientos, por otro lado, que se pasean actualmente por Madrid, distan de ser ciclónicos (los partes meteorológicos los han adjetivado de fuertes y racheados), y en modo alguno exceden los márgenes o barreras especificados y admitidos por la citada norma.
Sólo a improvisación y a un defectuoso sistema de anclaje, de espaldas a lo legalmente establecido, cabe achacar este tan lamentable como grotesco espectáculo. ¿Qué hubiera ocurrido en la ciudad de Nueva York, donde la altura de los edificos y el empuje de los vientos (superiores, en algún caso, a los 600 kms. /hora) llegan a miniaturizar a los que aquí se construyen o por aquí circulan, rematándose la construcción, no pocas veces, con cerramientos incluso más livianos que los de nuestro museo?
El ejemplo que la Sección Técnica de Proyectos y Construcciones del Ministerio de Educación y Ciencia viene ofreciendo induce, sin rodeos, a la censura unánime, a la repulsa pública, de cara a una incompetencia día a día comprobada. Quede aquí la denuncia, al tiempo que corremos a alertar a nuestros convecinos del riesgo que puede ocasionarles la asistencia al aula o la tranquila visita a un museo, una manana de noviembre. Diré, por cerrar el caso, que no hay que lamentar desgracias personales.
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