El cepo
Para aliviar los problemas de la congestión que la circulación de los automóviles produce en Madrid, el Ayuntamiento ha importado un «ingenioso invento», el del cepo, que inmoviliza los coches hasta que una grúa se los lleva, quedando como única solución, para que el ciudadano recupere su vehículo, el pago de una fuerte multa.El cepo es un instrumento que se utiliza para cazar animales y, muy particularmente para defenderse contra las alimañas. La significación de las palabras delata con claridad las intenciones. El Ayuntamiento ha decidido que los propietarios de automóviles sean considerados como animales o alimañas.
El cepo es un sistema de captura que se ha prohibido dentro de la Naturaleza, por su terrible crueldad. Pero, por lo visto se puede poner en práctica contra los propios hombres.
El Madrid explosivo nacido en la posguerra, no es la obra de sus ciudadanos, de los gatos como popularmente se les llama, sino de los intereses de un grupito de especuladores llegados de toda la nación, que venían a hacer su caldo gordo y el Ayuntamiento ha sido el instrumento complaciente para llenar sus arcas.
En definitiva, el Ayuntamiento no puede convertir en un negocio sus errores y sus debilidades.
Un alcalde y un Consejo Municipal, no elegidos auténticameinte por los madrileños, como ahora se pretende, no tienen el menos derecho moral de jugar con las gentes, a su antojo, por muy necesaria que se crea la aplicación de un sistema represivo.
Un municipio elegido libremente por los ciudadanos, es el único que, tras reconocer los errores de sus predecesores y pensando con independencia, puede tomar medidas extremas de este carácter.
Antes hay que hacer muchas consideraciones: las grandes ciudades constituyen, cuando no están bien planeadas (y el buen planeamiento ha sido una obligación municipal) una verdadera cárcel para los ciudadanos. Las indicaciones constituyen, en su noventa por viento, prohibiciones, y sólo una mínima parte dan una información positiva.
A vuelo de pluma, se prohibe: aparcar, girar, estacionarse, el uso de señales acústicas. Respetar: los semáforos, los pasos de cebra, las salidas de los garajes, los coches que vienen por la derecha, los ceda el paso, las vías preferentes para autobuses y taxis, las embajadas, los ministerios, los lugares de carga y descarga, las zonas azules, las paradas de autobuses, los cruces escolares, las señales físicas de los policías de tráfico, etcétera, y sólo se nos informa, sin amenazas, de dónde está una farmacia o un estanco, aunque tengamos que aparcar a un kilómetro de estos establecimientos.
Injustificable
El que esto haya ocurrido en Madrid es injustificable, puesto que tenía toda La Mancha para extenderse. Salvando cuatro regadíos, podía llegar a Despeñaperros.
Todos sabemos a quién ha interesado que esto no ocurriera. Pero los ciudadanos que han hecho rascacielos, torres, bancos y grandes negocios inmobiliarios, nunca verán el cepo en sus ruedas, porque tienen un chófer a la puerta.
Van a pagar este delito inocentes por pecadores. Inocentes a los que se ha vendido un coche para que creyesen que aumentaba su nivel de vida; automóviles que suponían la transformación de un país agrícola en otro industrial. Gentes que, en su mayor parte, se les dice ahora que el coche es un capricho para el fin de semana y un gravísimo problema en la ciudad.
No sólo no se puede circular por las calles, sino que existe un consumo excesivo de energía; pero esa imprevisión no ha sido de los ciudadanos, sino del Estado y nosotros no queremos ser un juguete tan estúpido. Queremos aceptar una responsabilidad, pero después de habérsenos pedido perdón y ver que los auténticos responsables pagan los vidrios rotos.
También desearíamos saber si el Ayuntamiento tiene previsto lo que ocurriría si todos los motorizados cumpliesen con todas las exigencias requeridas.
¿Pueden responder los transportes públicos a lo que sucedería en tal caso? Porque si no es así, y sospechamos que no es así, todas estas reglamentaciones que se pretenden, serían, muy hipócritas. Y, yo personalmente, y supongo que alguien se adhiere a lo que yo pienso y siento, estoy harto de que se adopten medidas que provienen de otros países y sejustifiquen diciendo que en todas partes ocurre igual. Tenemos un buen refrán castellano: «Mal de muchos, consuelo de tontos», y no podemos estar a expensas de lo que ocurra en otros sitios.
Para Worringer, «los franceses decían lo que los alemanes tenían en la punta de la lengua». Nosotros estamos repitiendo todos los errores que los demás hacen y adquiriendo sus tristes remedios, y cuando Madrid se convirtió en la gran urbe que es hoy, ya había suficiente experiencia para no cometer tan graves equivocaciones.
El caso es que nos gustaría que hubiese una mayor imaginación. Que las decisiones no fuesen siempre e íntegramente un subproducto; que no se busque como justificación el decir que también hay cepos en Francia. En Francia también existe la guillotina. Cortando con este medio la pierna izquierda a los conductores se resolvería tajantemente el problema del tráfico.
¿Es que nos es imposible buscar soluciones originales, que no signifiquen un latigazo sobre la espalda del ciudadano? Hubo un tiempo en que fuimos el primer pueblo colonizador, y sabíamos de urbanismo más que nadie. ¿Dónde están los herederos de esta ciencia?
Todo esto se nos ocurre cuando vemos aparecer los denigrantes cepos.
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