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Reportaje:Hacia una nueva política urbana del centro de Madrid / 1

El desfase urbanístico, un pretexto para la especulación

El casco antiguo de Madrid sufre, desde un período relativamente reciente, un doble proceso de transformación. Por una parte, está sometido a un deterioro y envejecimiento progresivo, motivado no solamente por la ausencia de una política urbana de restauración y revitalización del mismo, sino por los efectos directos e indirectos de los cambios profundos que en este período ha experimentado Madrid.Por otra parte, se encuentra afectado por un proceso llamado de «renovación urbana», que tiende a sustituir usos de ocupación de suelo, genera nuevas actividades y provoca, en la mayoría de los casos, la expulsión de su antigua población.

Ambos procesos son inseparables de la nueva utilidad que el sistema capitalista desarrollado en nuestro país a partir de los años sesenta ha impuesto al centro de Madrid, en detrimento de sus funciones tradicionales.

Hasta los años sesenta, el casco antiguo albergaba la mayor parte de las actividades de un nivel especializado (administrativo, financiero y comercial) de la capital, actividades, que, por otra parte, coexistían con otras de simple carácter residencial o económico más modestas.

En los últimos quince años, a medida que los mecanismos de acumulación del capital se han hecho cada vez más monopolistas, se han ido acentuando los contrastes en el propio corazón de la ciudad. Frente a los nuevos «centros modernos de servicios» (Colón, Arapiles, Princesa, Callao, Castellana, Goya) se ha incrementado el número de edificios que amenazan ruina, la congestión del tráfico y la desaparición de ediflicios que cumplian funciones sociales (colegios, hospitales, asilos), el empobrecimiento del pequeño comercio, etc.

No pretendemos describir una vez más, los problemas urbanos del centro, pues para los que viven y trabajan a diario en él sería como contarles una película muy conocida. Nuestro propósito tiende a esclarecer el porqué se han producido estos problemas, o como nos comentaba hace poco un vecino de la Asociación del Distrito de Salamanca: «¿Quién está interesado en este caos?»

Las razones para «renovar»

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El espacio central de la ciudad, en una economía de mercado como la que nos encontramos, es escaso y por consiguiente, caro.

Este espacio reúne características ventajosas frente a la periferia, para la implantación de actividades terciarias (centros de decisión e información, sedes bancarias y empresariales, locales de esparcimiento, comerciales, de comunicación social, etc.). Estas actividades necesitan fácil acceso, para que se puedan intercambiar productos y decisiones. Al instalarse en el centro se benefician de la estructura urbana ya existente, sin soportar apenas los gastos complementarios que llevaría consigo dotarse de estas ventajas que ofrece su céntrica instalación. Si el centro es el resultado de muchas generaciones de habitantes, que a lo largo de los siglos han ido sufragando progresivamente sus calles, plazas e infraestructuras, por 25.000 ó 30.000 pesetas se puede adquirir un metro cuadrado de este espacio producido tan laboriosamente en cualquier calle céntrica de la ciudad.

Intereses económicos

Existen -además- otros intereses económicos que gravitan paralelamente. El conjunto de construcciones existentes se encuentran anticuadas y, en general, desfasadas de las nuevas exigencias de habitabilidad que se han ido imponiendo con las pautas de consumo actual. La mayoría de las viviendas ofrecen un nivel bajo de instalaciones y condiciones higiénicas, que requieren una adaptación y mejora.

Pero esto no es lo más grave en el seno de un sistema poco exigente por el cuidado de las condiciones de vida de sus capas más desposeídas. El mayor desfase está planteado en las formas de rentabilizar ese patrimonio. Los propietario de estos edificios tienen adquiridos compromisos legales (a través de la ley de Arrendamientos Urbanos) con sus antiguos ocupantes, que impiden obtener beneficios similares a los que hoy día se están obteniendo con la producción y venta o alquiler de viviendas en otras zonas de la ciudad.

El objetivo es romper este compromiso. El envejecimiento provocado, el deterioro de la trama urbana en la que se asientan estos edificios, la inclusión en el registro de solares por edificabilidad insuficiente o la declaración de ruina inminente son procedimientos que buscan materializar una doble rentabilidad. El nuevo edificio de oficinas y/o apartamentos que emerge en sustitución del antiguo viene gravado por la renta parasitaria del suelo que ha mediado en la operación de renovación. Las nuevas condiciones de explotación del edificio permitirán ganancias más actualizadas. Sólo hay un perdedor: los antiguos ocupantes del inmueble, que, en el mejor de los casos, obtienen una indemnización para poder pagar una entrada de un piso en las afueras.

Este proceso de sustitución se ve favorecido por un planeamiento y unas ordenanzas que cambian los usos y volúmenes edificables, convirtiendo determinadas zonas del centro en más vulnerables a la transformación (triángulo Pozas, antiguo ensanche, Juan Bravo-Castellana). Y cuando estos volúmenes no se ajustan totalmente a los intereses del nuevo promotor, se negocian con el Ayuntamiento (Torres de Colón, Torre de Valericia, etc.).

Del pequeño taller al gran almacén

También es verdad que el centro de la ciudad alberga un sinfín de pequeños talleres artesanales y multitud de pequeños comercios. A medida que se han ido desarrollando formas de producción y comercialización más dependientes de un desarrollo capitalista monopolizado, este tipo de actividades se ven condenadas en gran medida a su autodesaparición. Las grandes «plataformas» comerciales tipo grandes almacenes», los supermercados donde se amontonan los alimentos climatizados, los nuevos comercios de productos más sofisticados y acordes con nuestra sociedad consumista, satisfacen competitivamente mejor las necesidades de la población.

Este proceso de transformación inexorable, pero todavía no consumado, tiene también unos beneficiarios concretos (los accionistas e inversores de las «plataformas» comerciales que, como portaaviones gigantes, se han anclado en el centro urbano, ampliando sus instalaciones y captando nueva clientela) y unos costes sociales: la desaparición de unos modos de vida y de organización más primitivos desde el punto de vista productivo, pero de una mayor cohesión y riqueza social, y que constituyen, en definitiva, un obstáculo para la reproducción del propio capital.

La última razón: «la oficial»

El centro de la ciudad tiene que atender también las necesidades generales de la ciudad, dicen los máximos representantes de la alcaldía. La desaparición de los bulevares, el recorte de las aceras, la eliminación de plazas, arbolado y zonas verdes, el surgimiento de pasos a distintos niveles y la construcción de aparcamientos en el subsuelo son algunas de las decisiones más importantes que se han tomado en los últimos años «en favor de toda la ciudad» e indirectamente de la industria automovilística.

Bajo la pantalla de necesidades generales de la ciudad, lo que se encubre es una lógica de desarrollo capitalista, ajena y contraria a los intereses de los vecinos del casco antiguo. El centro es atractivo para la instalación de determinados negocios. La implantación de estas actividades provoca la renovación. La concentración de funciones genera congestión de tráfico. El centro pierde accesibilidad y empeora su atractivo. El aparcamiento subterráneo y el paso a distinto nivel buscan restablecer una nueva accesibilidad. Es un círculo vicioso.

La Administración cumple en este tipo de actuaciones un doble papel de orden técnico e ideológico.

Introduce en la trama urbana disposiciones legales que faciliten la inversión de la iniciativa privada a través del planeamiento y elimina los obstáculos lentamente -todo hay que decirlo- que retrasan la renovación. Ideológicamente estas operaciones se presentan ante la opinión pública como una necesidad de saneamiento de los viejos tejidos localizados en los barrios más antiguos de la capital y una consecuencia inevitable del «progreso», sin el cual sería imposible llevar a cabo la modernización y regeneración de la ciudad.

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