El antiguo sufragismo y los movimientos feministas
En un importante periódico liberal apareció hace poco un esperanzador artículo-editorial. Esperanzador para las mujeres, claro (y para todos aquellos hombres de buena voluntad e ideas claras), y sorprendente, dado que tenía todos los visos de haber sido escrito por democráticos varones españoles. El artículo editorial encajaba y comprendía el movimiento feminista y terminaba diciendo: «La lucha feminista tiene un sentido, aunque sesudos varones tomen a risa el nuevo sufragismo.»Aquello me hizo pensar ¿por qué los sesudos varones lo toman a risa? por otra parte la palabra sufragismo estaba en letra bastardilla. Se destacaba de esta manera visualmente de todo el contexto. Tomaba cuerpo. ¿Por qué en bastardilla? ¿Qué sutiles connotaciones lleva consigo esta palabra?
¡El sufragismo, aquellas locas!
En general la palabra sufragismo asusta, da miedo. El sufragismo, que según el diccionario es la denominación que se aplica a la lucha por los derechos de la mujer, trae a la memoria imágenes que, como mínimo, hacen sonreír, pero que en general provocan sentimientos más agresivos, más defensivos o más radicalizados.
Cuando decimos sufragismo, aquellas fotografías de principios de siglo, un poco borrosas, de blancos y negros suvamente desvelados, en las que aparecen un digno policía inglés cogiendo delicada pero firmemente a una mujer que se resiste, nos viene a la memoria. En él, en el hombre, aparece una actitud de benevolencia (evidentemente no tiene que hacer demasiada fuerza para reducir a la mujer y, además, la rebeldía de esta es un asunto enojoso, eso sí, pero no hay que tomarlo, no conviene tomarlo, demasiado en serio). En ella, hay un desesperanzado desafío de resistencia. El violento rechazo (ella, sí que tiene que hacer mucha fuerza) le ha ladeado el sombrero, le ha despeinado el cabello, el paraguas y el bolso están en el suelo y -¡Dios mio!- la falda se le ha levantado un poco y puede intuirse, o hasta descaradamente verse, la liga que, a mitad de muslo, sostiene todavía una media que debía estar tersa y sin arrugas, pero que ya no lo está.
Silenciosa e íntimimamente se piensa: «Estas pobres mujeres llegaron demasiado lejos.» Se enfrentaron a la policía, llegaron a perder la modestia y el decoro, se arriesgaron a confundirse, a pesar de su indumentaria elegante, con una mujer cualquiera. Verdaderamente, es demasiado. Son unas radicales y unas locas. Querían el voto para las mujeres -en eso tiene toda la razón, caramba- pero ¿era preciso llegar a ese extremo? Además, la verdad, incluso se ponen feas. ¿Era esto necesario? Las cosas siempre pueden hacerse con elegancia, sin descomponer hasta ese punto las actitudes. Es mucho más operativo un gesto suave, digno, modesto y sutil que esa actitud de franco enfrentamiento. ¿No hubieran conseguido más con una táctica dulce y perseverante que hubiera obrado como la gota de agua? La humildad, la dignidad, la belleza y la elegancia. ¡Son virtudes tan femeninas!
Ante las marchitas fotografías nos pueden venir mil ideas más. Y todas ellas suelen ir acompañadas en los hombres de un movimiento de repulsa y de irritación, y en las mujeres de vergüenza y de desconfianza. Ambos pueden coincidir en la desaprobación tajante: aquellas mujeres llegaron demasiado lejos, aquellas mujeres estaban algo locas.
La palabra sufragismo despierta sonrisas irónicas y miedo al ridículo. Sólo una salida: hacer historia, rehacer la historia, explicar los hechos, interpretar, a nuestra luz, aquellas actitudes. La historia, con toda la objetividad que se pueda, debe de estar contada e interpretada por sus propias protagonistas. «Aquella historia» debe de ser narrada de nuevo por las nuevas sufragistas.
Posiblemente es entonces cuando se comprenderá toda la dimensión heroica, toda la capacidad de lucha de aquellas mujeres. Comprenderemos el hecho histórico en su complejidad. Sabremos de su debilitamiento y de su fuerza.
Lo que es seguro es que ya no nos hará sonreír la palabra sufragismo, que ya no irá ligada a brumosas ideas de excentricidad y de cosa estrafalaria y que podremos sustituir el concepto de ridículo por el de heroico.
Y ante aquellas fotografías, ante aquellas actitudes, no acudirán a nosotros sentimientos irónicos disfrazados de benevolencia ¡Sentimientos que producen las causas perdidas! Porque no es una causa perdida, sino necesaria. Necesaria para la mejor convivencia de todos.
Aquella madeja enredada que nuestras tiernas y dulces abuelas comenzaron a desenredar -aquellas sufragistas- continúa en la misma línea. Las actuales sufragistas, las feministas, las sufragista de siempre, continúan con el hilo de la misma historia.
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