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Tribuna:Presente y futuro de la banca: los discursos de los presidentes de los "grandes" / 1
Tribuna
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Las quejas de los banqueros

El papel de la banca en la economía española ha sido objeto de larga polémica. Para algunos de sus detractores, los grandes bancos han constituido un monopolio tentacular cuyo control sobre una parcela importante de la actividad económica de la nación entregaba en manos de un reducido grupo de personas un poder decisivo e injustificado. En opinión de otros, que no suscribían tesis tan extremas, la banca representaba un oligopolio cerrado a toda competencia y dotado de una influencia excesiva sobre la política monetaria, lo cual se ha traducido en un sistema financiero hipertrofiado e incapaz de servir las necesidades del país. Por último, los propios bancos gustan de presentarse, frente a estos ataques, como auténtico motor del desarrollo económico del país, núcleo creador de riqueza para todos y, en estos últimos tiempos, como fervientes partidarios de la democracia política y el consenso social.Como es normal en cualquier polémica, resulta imposible atribuir toda la razón a una de las partes. Además, en los últimos meses los programas de ciertos partidos políticos han aportado un elemento nuevo a la discusión con su propuesta de nacionalizar la banca. Ante esta situación nos ha parecido interesante releer con cuidado los discursos que los banqueros suelen pronunciar con ocasión de la presentación de las memorias del ejercicio a sus juntas de accionistas -los examinados corresponden a los Bancos Atlántico, Bilbao, Central, Español de Crédito, Popular, Santander, Urquijo y Vizcaya-, tratando de extraer de ellos la visión de la banca sobre los temas de mayor interés.

El primero de estos tres artículos presenta y discute las opiniones de los banqueros sobre las limitaciones legales al ejercicio de la actividad bancaria. El segundo se ocupará de la actitud de los bancos con respecto a la libertad de tipos y su visión de la competencia en el negocio bancario, ligando este tema con sus críticas al sistema de apertura de oficinas bancarias. Para concluir, el tercer artículo tocará un conjunto de temas algo más heterogéneo: la inflación; la visión que del negocio bancario en el futuro tienen algunos banqueros, así como su defensa frente a las propuestas de nacionalización.

Las limitaciones legales y la «estatificación del crédito»

La unanimidad con que los banqueros critican las limitaciones al ejercicio de su actividad mediante el establecimiento de coeficientes legales no es, desde luego, sorprendente, aunque sí curiosa, pues nunca objetan contra otras limitaciones, tales como las referentes a los tipos de interés. Remonta a varios años atrás, pero la novedad acaso resida en el detalle con que en esta ocasión se han ocupado del tema.

Las críticas son diferentes en el caso del coeficiente de caja que en el de inversión. Respecto al primero se reconoce, en principio, que es un instrumento mediante el cual «las autoridades monetarias regulan el grado de liquidez que conviene que la banca tenga en cada momento y, en este aspecto, cumple una finalidad acorde con los intereses generales del país...» (Santander). Ahora bien, los banqueros presentan dos objeciones a su actual funcionamiento: primera, que está fijado a un nivel muy alto; segunda, que al implicar la congelación de unos activos supone pérdida de rentabilidad. Examinémoslas detalladamente por ese orden.

A juzgar por las estimaciones del señor Botín (Santander) y del señor Termes (Popular), el actual coeficiente de caja -6,75 por 100- debería situarse entre el 6,25 y el 6 por 100. Es probable que les asista parte de razón; técnicamente la banca podría funcionar con un coeficiente algo más bajo que el actual sin ocasionar problemas a la política monetaria. Es más, ese descenso supondría un paso hacia el objetivo de igualar los coeficientes impuestos a los distintos grupos de instituciones -bancos comerciales, industriales y cajas- que exigiría la correspondiente elevación del impuesto actualmente a las cajas de ahorro. ¿Cuánto podría rebajarse? Cabe pensar que tan ilustrados banqueros deben contar con estudios empíricos y experiencia suficientes para respaldar sus afirmaciones. Por otro lado, el Banco de España no encontraría problemas para bajar el coeficiente de forma que se reservara un cierto margen de seguridad respecto a las dificultades que a la política de control monetario pudieran plantearse.

En cuanto a la pérdida de rentabilidad que ocasiona el coeficiente, las opiniones de los banqueros son mucho más discutibles y traslucen una presentación interesada y parcial del problema. Acabamos de manifestar nuestro acuerdo con su petición de rebajar el coeficiente de caja -si es éste el momento oportuno, constituye tema aparte-; ahora bien, legal o consuetudinariamente impuesta, los bancos saben que el mantener una proporción de sus pasivos en forma de activos líquidos es una necesidad insoslayable que deriva de la mecánica del propio negocio bancario. Esto no lo niega ningún banquero, pero sus reproches se dirigen a la injusticia que supone el tener congelados unos fondos sin obtener rentabilidad alguna, cuando ellos han de pagar un 7 por 100 por los créditos a corto plazo del Banco de España; pues bien, precisamente en este punto discrepamos de los banqueros.

Para entrar en materia, lo primero que debemos señalar es que en ningún país, salvo en Italia, la banca recibe una remuneración por los activos afectos al cumplimiento de los diversos tipos de coeficientes de reserva existentes. A ello debe añadirse el que la mayor parte de esos fondos sí tienen una rentabilidad imputada indudable: exactamente la equivalente a la pérdida en que incurriría un banco si tuviera que convertir rápidamente otros activos rentables para allegar liquidez con que cubrir una necesidad de tesorería. Pero, es más, a través de la denuncia de esa aparente desigualdad en el trato, los banqueros parecen estar tirando por elevación contra el mecanismo de control instaurado por las autoridades mediante el mecanismo de créditos a corto plazo. Si es así, hay que decirles que se equivocan de medio a medio.

Y se equivocan, primero, porque de no existir esos créditos la banca tendría que soportar todo el peso del ajuste de las fluctuaciones en los factores autónomos de creación de base monetaria: sector exterior y sector público. Los créditos a corto constituyen, precisamente, un medio para acomodar las variaciones en la liquidez que aquéllos imponen. Segundo punto, ¿es un medio caro? Hablando con seriedad creemos que no. Los defectos del funcionamiento del actual sistema obligan al Banco Central a ofrecer, generalmente, créditos a un tipo inferior al del mercado interbancario; lo que sucede es que esos fondos subvencionados se distribuyen proporcionalmente entre todos los bancos, los necesiten o no. Existen, pues, instituciones que con una mano cogen dinero al 7 por 100 y con otra prestan al 22.

Posibilidades de mejora

En lo que sí tienen razón los banqueros para protestar es en que el actual sistema de inyectar liquidez sólo tiene en cuenta las necesidades generales del sistema bancario, pero no las de los bancos concretos precisados de fondos. Esta deficiencia es grave porque da dinero a quien puede no necesitarlo y no ofrece bastante a quien le falta; en buena lógica estas instituciones se sienten discriminadas y critican el sistema; o, lo que es peor, cuando son importantes, sus entradas en el mercado interbancario provocan tales tensiones en el mismo -con tipos «día a día » que pasan del 9 al 23 por 100 en cuestión de horas- que da la impresión de que éste no funciona, o que las autoridades monetarias son totalmente incompetentes para mantener la liquidez que el sistema bancario necesita.

Nos parece claro que los bancos serían los primeros en lamentar la desaparición de los créditos a corto del Banco de España; en tal caso el ajuste de las fluctuaciones de los «factores autónomos» recaería sobre la financiación neta del sistema bancario al sector privado y, a la larga, se traduciría en una merma de sus beneficios. Estos han debido ser en los dos últimos años superiores a los que se derivarían de la evolución estricta de los referidos factores de la base monetaria. Tema aparte es el de que el actual sistema no pueda perfeccionarse mediante su transformación en un sistema de subasta de los créditos por el Banco Central y, en consecuencia, dar una mayor movilidad al tipo de redescuento ordinario del Banco de España.

Respecto al tema del coeficiente de inversión estamos fundamentalmente de acuerdo con los banqueros; que es más, como nuestra posición es menos comprometida que la suya podemos decir sin rodeos lo que pensamos: dicho coeficiente debería desaparecer, pero a cambio de cierta contrapartida de los bancos que después indicaremos. Como bien señala el presidente del Bilbao, «la burocratización que acompaña a los circuitos privilegiados» supone «desconocer los condicionantes y el rigor de la técnica...» Aun cuando el señor Escámez, del Central, distingue entre el coeficiente de fondos públicos y el de efectos y créditos especiales, salvando a este último de la acerba crítica que reserva al primero, lo cierto es que los banqueros arremeten acertadamente contra lo que el señor Botín califica de «patente estatificación del crédito, en perjuicio general del país».

Nosotros pensamos que si existen «sectores de actividad que el Gobierno considera más interesante promocionar...» (Central), el medio tendría que ser otro. En primer lugar, la designación de esos sectores debería ser resultado de la libre discusión de un parlamento representativo y no producto de las presiones de «lobbies» ocultos y poderosos, como reconoce el señor Sánchez Asiaín. Pero, además, los bancos oficiales dedicados a este tipo de actividades habrían de ser instituciones bancarias especializadas, cuyos recursos provinieran de la colocación de sus propios pasivos en un mercado en libre competencia -y éste es un punto que tocaremos más adelante-, o de subvenciones presupuestarias explícitamente dirigidas a financiar inversiones socialmente prioritarias -adquisición de viviendas, equipamiento social, etcétera-, y no proyectos de la gran industria siderúrgica integral, construcción naval, electricidad, como actualmente sucede.

Resumiendo, discrepamos en parte de los banqueros cuando critican el sistema de apoyo a la liquidez montado por las autoridades, y creemos que olvidan razones fundamentales que justifican su existencia. Entendemos que prefieran un sistema basado en líneas de redescuento ordinario, que les asegure un bajo coste -o sea, tipos de interés inferiores a los del mercado libre- y amplios márgenes disponibles. Pero dicho mecanismo destruiría la posibilidad de que el Banco de España ejerciera un control regular sobre la liquidez de la economía. Como se discutiera en el tercer artículo al tratar de la inflación, esta propuesta se basa en la teoría de las «letras reales», cuya aplicarión en el estado actual de la economía exacerbaría la inflación. Estamos, en cambio, de acuerdo con sus afirmaciones respecto al coeficiente de inversión. Hubíéramos preferido, sin embargo, que toda su carga de razón no estuviese enturbiada por exageraciones y afirmaciones manifiestamente falsas. La frase de que «la banca no puede dar o crear una sola peseta más que las autoridades le permiten» (Santander) encaja en la primera categoría. Decir que «España, y éste es un caso único en Europa...» (Central) es el país donde los bancos deben dar cuenta de los créditos superiores a una cierta cantidad concedidos, es ignorar la existencia de centrales de riesgos en Francia, Italia, Holanda, Suecia o EEUU. La impresión general que uno saca después de leer varios discursos de los banqueros es su sincero convencimiento de que lo que es bueno para la banca es bueno para el país. Y esta es una deformación que puede resultar peligrosa. Sin negar su posición privilegiada, estos capitanes de empresa harían bien en reflexionar sobre la existencia de imperativos públicos cuya satisfacción puede exigir la puesta a punto de mecanismos o instrumentos que no necesariamente han de coincidir con sus intereses. Al hablar del mecanismo de control mónetario citábamos el ejemplo del redescuento ordinario; otro muy actual podría ser la baja del coeficiente de caja. Ya indicamos nuestro acuerdo con la tesis de los banqueros. Ahora deseamos matizarlo diciendo que, en base a consideraciones generales de política monetaria, nos parecería inoportuno bajarlo más en unos momentos en que, debido al fuerte déficit del sector público, ello implicaría la pérdida de todo posible control monetario. Esto es algo que los banqueros deberían comprender.

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