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Atletas de pago aplazado

En los Juegos Olímpicos de Montreal, la actuación de los atletas representantes de la República Democrática Alemana resultó abrumadoramente triunfal, si se tiene en cuenta el potencial humano de que dispone la nación, la mitad que España. Ateniéndonos a las medallas conseguidas en las pruebas olímpicas, no cabe duda que la DDR dedica al deporte bien tensas energías nacionales, porque su proporción de atletas en forma mundial es muy superior a la de Unión Soviética y Estados Unidos. Indicamos estas dos superpotencias no sólo porque ambas rebasan los 200 millones de habitantes, sino porque una y otra representan respectivamente las concreciones del deporte en un Estado socialista y en un Estado capitalista es decir, un tipo de atleta full time que patrocinado por el Estado o estimulado por la sociedad en varias formas puede entregarse al deporte en alma y vida, dejando atrás como una antigualla el concepto clasista del atleta amateur, en el que nadie cree ya a partir de un determinado nivel, pero que maquillado, aún ocupa uno de los altares mayores del culto olímpico. Bueno, pues la concepción de los alemanes orientales significa que el gran atleta no es, como es la bomba atómica, patrimonio de las superpotencias. Cuando en no pocos Juegos Olímpicos llegaba el caso de tener agujetas a fuerza de levantarme para oír The Star Spangled Banner en honor de los atletas norteamericanos que vencían, el complejo de inferioridad de escuchar sólo una vez cada una o dos Olimpiadas el himno español se podía eludir con facilidad con sólo comparar magnitudes relativas. Pero ¿cómo puede suceder lo mismo cuando nos hallamos con el caso de Alemania Democrática o de Cuba? Hasta soviéticos y yanquis no serán ahora inmunes a él.Ahora leemos que en Berlín, sector oriental, se ha celebrado un gran acto de homenaje a los triunfadores de los Juegos de Montreal, tanto atletas como directivos, a quienes han entregado condecoraciones y primas en metálico. Sí, en metálico, aunque frunza el ceño lord Killanin, cabeza de una religión que simula creer en el alibi amateur y hace la vista gorda con que se guarden las formas y ritos. Kornelia Ender, Ulrike Richter, Renate Stecher, Baerbel Eckert, Ruth Fuchs y el resto de la docena larga de walkyrias olímpicas, así como sus compañeros masculinos que por llevarse se llevaron hasta la medalla de oro en fútbol, han recibido aparte de diplomas y medallas, sustanciosas primas en marcos a bombo y platillo. Pero allí hacen las cosas bien por lo dos los lados y las sumas han ido a parar a cuentas bancarias congeladas hasta que las atletas se retiren del deporte activo.

Los alemanes orientales han llevado a la perfección el diseño del status del atleta del futuro y se permiten rizar el rizo con esta especie de pago aplazado. Su cuidado en respetar las rúbricas del amateurismo como si jamás conocieran otra cosa funciona como una máquina engrasadísima. La maquinaria estatal les provee de puestos de trabajo que no se interfieren o ayudan incluso a su máximo despliegue deportivo; su promoción social es indudable aun en un medio social muy unitario y hasta les engorda para la madurez sus cuentas bancarias. No debe ser esto sólo, pero todo ello forma parte de un sistema que resulta en todos los aspectos para la alta competición en que, a tuertas o a derechas, hemos decidido en que debe culminar el deporte.

En el periódico de la misma fecha resonaban los clamores de un olímpico español, premiado con la rara ave de una medalla olímpica en que pedía trabajo para él y sus compañeros si se quería que siguiese amarrado al duro banco de los enfrentamientos y la puesta en forma. Clamores de este género digamos práctico no son raros en nuestro deporte llamado amateur y abundan mucho más que los éxitos. Da la impresión de que balbuceamos como un torpe recién nacido lo que en otros países hablan de corrido y hasta dominan tanto el idioma, que hacen literatura y todo. Probablemente habría que pensar en mandar una hueste de estudiosos del deporte, para arreglar algo el nuestro, a la República Democrática Alemana lo mismo que hace un siglo y pico se envió a don Julián Sanz del Río a estudiar filosofía moderna con parecido destino.

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