El Sahara todavía
Un régimen personal siempre se funda en un principio: que uno lo sabe todo, y los demás no saben nada.
La no verdad de esta doble fórmula termina cuando el régimen dura mucho, por dejar de serlo en su segunda parte. Es decir, que si siempre es mentira que uno lo sepa todo, la actuación de ese uno y de sus auxiliares puede ocultar y falsear lo que sucede y dejar en definitiva a un país entero sabiendo muy poco, pues la privación de información normal trae consigo los fantasmas y las ilusiones más irreales. Sacudir el entontecimiento y necedad colectiva es uno de los trabajos más necesarios a la salida de una etapa larga de poder abrumadoramente personal.
Ejemplo de falta de información, y de sus malas consecuencias, ha sido sin duda la que los españoles han padecido en el largo proceso de casi veinte años de la descolonización africana. Problemas distintos como han ido siendo sucesivamente los de Marruecos, Guinea y Sahara Occidental, fueron tratados bajo la cortina de los secretos oficiales por una voluntad que parecía omnímoda, pero en cada caso, sometida a presiones y preocupaciones distintas, parece que actuó con poca brillantez y probablemente aún menos eficacia en la defensa de los intereses de España. Si en lugar del régimen de Franco tal liquidación la hubieran hecho gobiernos más democráticos, esos voceros que tanto proclaman los «logros» y la «eficiencia» de un sistema en el que sabían guardar silencios de años, nos tendrían ensordecidos.
Falta de información
El hecho es que la opinión española todavía está esperando una información suficiente sobre asuntos graves que han afectado al prestigio y a la economía del país. Por ello hemos visto con mucho interés en las páginas de este mismo diario una serie de artículos sobre el congreso que ha celebrado el Frente Polisario para la liberación del Sahara.
Si no recuerdo mal, la retirada de las tropas españolas del Sahara se hizo ante aquel gesto medieval del rey de Marruecos, que lanzó a su pueblo en masa a la invasión del territorio. Los Gobiernos españoles hablaban hace pocos años de un pueblo saharaui, compuesto de unos cuantos millares de nómadas en estado de civilización tribal; los cuales, convertidos en españoles y decorativamente representados por un par de pintorescos conciudadanos nuestros de chilaba en las Cortes, podían por sus pasos alcanzar la independencia.
Los secretos oficiales ocultaron lo que en realidad pasaba al final, pero ahora, con un poco de perspectiva y cuando se nos permite pensar en voz alta sobre ello, nos damos cuenta de que la ficción de un «pueblo saharaui», capaz de definir democráticamente sus destinos, cayó en manos de los argelinos, y desde ese momento el que se llamó Frente Polisario comenzó sin duda a ser una preocupación para los mandos militares españoles. Las pocas noticias que salían de detrás de la cortina daban cuenta de algunos legionarios muertos, de algunos paisanos secuestrados y de prisioneros españoles en Argel.
Cuando los marroquíes dramatizaron la situación, se hizo evidente que alrededor del vacío humano y político que era el Sahara, se establecía una pugna entre dos fuerzas con las que teníamos poco que ver. Pretendían el Sahara de un lado Marruecos, que imperialmente sostiene que esa tierra le ha correspondido alguna vez, y del otro, Argelia, heredera de la invención del «pueblo saharaui», lanzada primeramente quizá por Madrid. (Si fue o no Madrid el primero en lanzarla, estará claro cuando los informadores puedan disipar esas cortinas de humo que se llaman aún «secretos oficiales».) En realidad las minas de fosfatos y la situación geográfica, o sea, militar, de ese trozo de desierto hacen bien comprensible que detrás de Marruecos y Argelia se muevan respectivamente las dos superpotencias que no necesito nombrar.
Al reciente congreso del Polisario han asistido, según nos ha hecho saber oportunamente EL PAIS, representantes de varios de nuestros partidos y grupos de izquierda. La mayoría de ellos han comprendido y explicado que es esa pugna de superpotencias la que explica la situación actual, y Domingo del Pino, corresponsal de este periódico que ha asistido a dicho congreso, nos informa muy bien de que todos estos representantes de la oposición española han visto su voz silenciada y su presencia desconocida por la prensa argelina (pues aquel país también es de los de secretos oficiales: por ejemplo, el del actual domicilio del antecesor de Bumedian en el poder).
Una opinión de izquierda
Sólo uno de los grupos de nuestra izquierda presente en el congreso, el Partido Comunista de España (Internacional), alcanzó el nivel de representatividad necesario para que la prensa argelina diera resonancia a sus propuestas. La representante de este grupo dijo cosas que a mí me han obligado a llevarme las manos a la cabeza. Según ella, España, «por sus lazos históricos con el mundo árabe pertenece al Maghreb». Esos lazos son los que a Franco en sus mejores tiempos le llevaron a rodearse de una decorativa guardia mora, pero, fuera de esto, no parece sean tan fuertes como para que ahora, como ella propone, nos alistemos en las filas de la revolución que encabeza Bumedian, dispuesta, a lo quepa rece, a «transformar esta zona», dándonos la libertad a los saharauis y de paso, a los canarios y a los peninsulares. ¡Dios nos libre!
Aparte de estos desbordamientos de la anónima representante de lo que por la muestra, debe ser un grupo de locos, la presencia de representantes de las izquierdas en un congreso del Polisario, con todo lo que haya de ficción en un pequeño grupo de tribus nómadas, significa como subraya bien Domingo del Pino, un laudable afán de información, superando secretos oficiales. Los españoles que no queremos ser tratados como menores de edad, que no necesitan saber nada, saludamos ese empeño.
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