¿Estamos preparados para un referéndum?
Aparte de ciertos negros augurios que nos hacen para el cercano otoño -caliente, movido y revuelto, son lo poco tranquilizadores términos con los que nos los adjetivan-, nos caerá encima en la rentrée el tan discutido referéndum. El temor que ante él exhiben numerosas fuerzas progresistas no es para menos. No se sabe en qué va a consistir esta consulta ni cómo se va a redactar; y lo que es peor, si se va a presentar de modo abierto e imparcial o si se va a arrimar el ascua a la sardina coyuntural, como ha sido corriente durante largos decenios. Si la consulta, como todos deseamos, va a ser breve, santo y bueno, pero si va a consistir en el acostumbrado «Yo, o el caos" vámonos con las urnas a otra parte. Si, por el contrario, va a ser complicada, peor aún. Sólo compensa en el enrevesado galimatías legal que engendraron las Cortes para penalizar al PC le dan a uno escalofríos.Y el caso es que el referéndum es un simple instrumento como cualquiera de los que se utilizan en una democracia; ni bueno ni malo. Todo depende del uso que se haga de él. Algunos teóricos de la política como es el caso de Duverger, no son muy partidarios de su utilización, por el hecho de que puede ser fácilmente adulterado. Es fácil darse cuenta de ello si se observar los 18 referéndums que se han realizado en Europa desde la terminación de la segunda guerra mundial.
Las consultas números 13, 14 y 17 fueron de carácter económico. Naturalmente se desenvolvieron en un perfecto clima de imparcialidad por parte del Gobierno o los que las propiciaron. La 16, la de la abrogación de la ley Fortuna, que había instaurado en Italia un divorcio muy limitado, se politizó agudamente a pesar de que se trataba de un problema moral y social. Todas las demás fueron políticas, aunque es conveniente matizarlas un poco. Hubo tres consultas, las 3, 4 y 18, en las que se trataba de una clara opción entre Monarquía o República, tema al alcance de cualquier electorado por poco politizado que esté. Las, realizadas en Francia en 1945 y 1946, demostraban, por el contrario, una gran madurez política en el pueblo francés. Las propuestas eran simples pero tocaban temas, que requieren cierto contacto con la democracia. Fueron los referéndums realizados bajo el general De Gaulle del tipo, precisamente, de los que resultan adulterados por la presencia de una fuerte personalidad. No sólo utilizó su prestigio para construir poco a poco su soñada república presidencialista, plan no muy popular en la vecina nación, sino que no se recató nunca de ofrecer a sus electores una especie de disyuntiva mesiánica, algo así como «el que no está conmigo está contra mí». Pero lo más aleccionador en esta materia es ver cómo los únicos referéndums que han sometido a consulta largas y complicadas leyes han sido los dos españoles de 1947 y 1966 y el de Grecia de 1973, realizado bajo el régimen de los Coroneles. De éstos, n i siquiera se puede decir que fueron «adulterados»; es que de referéndum sólo tenían el nombre. En todos ellos, el Gobierno monopolizó la propaganda; la voz de la oposición fue silenciada; no hubo control de las mesas electorales y ninguna facilidad para obtener papeletas negativas. En Grecia, hasta eran de distinto color las del «sí» de las del «no». En estos casos, lo abstruso de los temas propuestos y la forma antidemocrática de realizar la votación es coherente en grado sumo, pues este tipo de regímenes huye de propuestas concretas, cuyo rechace pudiera suponer una especie de voto de censura.
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