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Tribuna:El otoño caliente / 2
Tribuna
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La oposición

Juan Luis Cebrián

Hoy se reúne en Madrid, por primera vez en la historia del Régimen, una muy amplia representación de grupos democráticos y de oposición de izquierdas que tratará de aunar pareceres sobre el futuro político español. El esfuerzo es digno de elogio hasta desde las perspectivas oficiales, por más que éstas callen y no digan finalmente si la reunión será autorizada o solamente tolerada. Pero algunas reflexiones son precisas al hilo de la convocatoria y en torno al fenómeno de la oposición española.Esta ha sido en los últimos años, generalmente, muy bien tratada por la prensa. Hay motivos para la comprensión: la oposición democrática se ha movido entre el voluntarismo y la fe, sometida a una dura persecución política, despojada de intendencia y de garantías de funcionamiento, sin horizontes visibles no ya de conquistar el poder, sino ni siquiera de que le fuera permitido ejercer una crítica honesta y leal a la gobernación del país. Ya es un milagro que la oposición exista en estas condiciones, cuando ha tenido que valerse de algún periódico amigo. de algún comedor grato o de la tribuna de una conferencia, para hacer un proselitismo tantas veces medroso e irrelevante. La cárcel, las multas, las injurias, las amenazas, nada de eso ha valido para acabar con la existencia de numerosos grupos de hombres y personas que han seguido trabajando en la clandestinidad o en la tolerancia por construir una España democrática. El programa de convivencia que hoy propone el Gobierno no hubiera sido posible si quienes integran y dan forma al mismo Gabinete hubieran logrado sus propósitos de no muchos años atrás: monopolizar la versión del patriotismo y eliminar de manera definitiva de la vida española a los partidos políticos. Pero las ideas no mueren y no fue posible el empeño.

He aquí a más de doscientas formaciones políticas sobre el suelo de España dispuestas a acudir al contraste de las urnas. El régimen del único partido ha conseguido fomentar hasta la histeria lo que verbalmente tanto condenaba: el pluripartidismo personalista, los liderazgos ficticios, el maremágnum de siglas sin significado, la aparición de representaciones espúreas que dan pie para encontrarse en un mismo terreno con luchadores de la libertad, aventureros de la vida, agentes de la inteligencia extranjera, personalidades de relieve intelectual, idealistas y funcionarios del poder. El socialismo, la democracia cristiana, hasta el comunismo, se cuentan casi de ocho en ocho -quiero decir que hay al menos ocho clases de partidos para cada cosa- y eso sin hablar de las peculiaridades regionales, los movimientos autonomistas y nacionalistas o las posiciones de los independientes.

Desde esta perspectiva, el espectáculo de la llamada oposición democrática no es, desde luego, reconfortante. Pero bastarán unas elecciones libres para decantar las cosas en la vida española: quién representa algo más que su propia aventura personal y quién es un político dispuesto a gobernar y no sólo a boicotear a aquellos que no piensan como él.

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En efecto, por primera vez en su historia la oposición española al Régimen de Franco -que es lo que hoy se reúne en Madrid en una abultada mezcla de marxistas y neocapitalistas- tiene la oportunidad de participar, de intentar participar siquiera en la solución a los problemas del país. Algunos riesgos graves la acechan: primero, el de pensar que la caída del Régimen está tan próxima que su postura de rompimiento con el poder les llevará en breve plazo al gobierno provisional. Segundo, el anclarse en posiciones de prestigio o vanidad personal que imposibiliten el acuerdo genérico de todos los grupos. Tercero, el permanecer en el utopismo idealista, incapaces de presentar un frente de diálogo coherente y unido sobre un único problema: la construcción de la democracia en el país. Por último, en el entusiasmo del juego, perder la noción de que negociar es pactar, y pactar significa dejarse algo en el camino.

La reunión de hoy

A pesar de la ausencia de algunas representaciones nacionales, la oposición intenta con su reunión de hoy ofrecer una imagen, imposible, de frente coherente y unido. Conviene abandonar el espejismo. Coordinación Democrática es más un nombre que una realidad. Los periodistas sabemos demasiado sobre las intrigas de algunos de los que la integran, para seguir silenciándolo por más tiempo. No se descubre nada nuevo si se dice que la oposición hoy está desunida y hasta enfrentada en su seno. Y que, perdida en discusiones semánticas sobre el pacto o la reforma, no tiene apenas un consenso claro acerca de qué puede ofrecer y qué puede pedir en el diálogo con el Gobierno. Si éste tuviera la feliz idea. no ya de pactar. sino de encargar a estos partidos la redacción de una ley electoral, nos encontraríamos con que las discusiones sobre cómo ha de ser ésta serían del tenor de las que se escuchan entre los procuradores en Cortes o consejeros nacionales. En una palabra, no se buscaría un modelo teórico aplicable a la realidad española, sino aquel más acorde con las posibilidades electorales de cada grupo o minigrupo representado. Al final, el franquismo ha hecho sus estragos: algunos demócratas se mueven con andares dudosos y a lo que aspiran muchos es a poder manejar el teléfono de las órdenes sin necesidad del respaldo de las urnas.

Hay, además, dos características muy concretas entre los interlocutores de hoy, que es preciso tener en cuenta. Una es la diferencia de peso y representación de quienes se sientan en torno a la mesa. Junto a grandes partidos históricos, más o menos divididos pero con una potencialidad de representación grande y con una capacidad de movimiento de masas demostrada, pueden verse personajes irrelevantes que buscan en la fuerza ajena el consuelo de la propia debilidad. Para no citar nombres: pretender que el peso de la opinión de Felipe González, de Ruiz-Giménez, de Manuel Azcárate o del profesor

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Tierno sea el mismo que el de otros respetables pero pequeños comensales, es algo tan inútil que no se lo cree nadie ni dentro ni fuera de allí.

La otra cuestión es el tema de las representacilones nacionalistas, que tanto está dando que hablar, y en este periódico, por estas fechas. Si además de lograr una democracia de corte clásico nos metemos en la aventura de cambiar la naturaleza del Estado y reformar la estructura económica y social, todo de una vez, no hay que ser brujo para predecir que ninguno de los tres objetivos, se alcanzarán previsiblemente. Los federalistas. como los republicanos, deben tener un puesto, si obtienen representación suficiente, en, las Cortes futuras, y desde allí defender sus opciones. Pero anteponer sus proyectos a la conveniencia general de un problema común sería suicida para sus propias aspiraciones.

Las elecciones generales

Casi un año después de la muerte de Franco, y a pesar de las numerosas promesas al respecto, en este país seguirnos sin convocar elecciones generales. Esto no podrá hacerse sin el consenso de las fuerzas democráticas que hoy se reúnen, pero si se han vivido cuarenta años sin necesidad de votar, hay demasiada gente alineada en el poder que puede sufrir la tentación de decretar una prórroga. Las pretensiones de Coordinación Democrática de que sea un gobierno provisional quien convoque las elecciones pueden ser correctas desde el punto de vista del análisis político, pero no son coherentes con la realidad que nos rodea. El Gabinete Suárez, que está haciendo un alarde de dejación de autoridad. tiene no obstante suficientes resortes de poder para agotar durante un largo tiempo su política de dilatación. La oposición puede pensar entonces que el otoño caliente es el momento de cambiar las condiciones objetivas y tratar -en este caso los partidos de izquierda- de lanzar las masas a la calle en un intento de demostración final de la inutilidad de la vía reformista. El descontento laboral y la situación económica facilitarían este intento. Todo eso equivaldría a plantearse una dialéctica, guste o no la palabra, prerrevolucionaria. ¿Habrá que recordar entonces que la condición primera para empezar una revolución es saber que se puede ganar?

Si la oposición democrática es consciente de la responsabilidad histórica que hoy recae sobre sus hombros, debe tratar hoy de concretar su imagen y de hacerla más respetable desprendiéndose de adherencias no solicitadas por nadie y no representativas de nada. Debe, sobre todo, buscar una fórmula de diálogo real con las fuerzas sociales en las que reside el poder en España. Responder a la utopía oficial de la reforma (que lo cambie todo el Goblernosin ellos) con la utopía radical de la ruptura (tratar de cambiarlo ellos todo sin el Gobierno), es poner al país en el vértigo del futuro. Cuando en Portugal ya muchos dicen que allí la democracia es un carnaval entre dos dictaduras, sobre los verdaderos demócratas españoles recae hoy la obligación de un esfuerzo tan ingente que logre superar no sólo sus propios errores, sino los errores del poder.

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