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Marcuse interviene en un acto filosófico-electoral, en Düsseldorf

En la sala «Robert Schumann» de la ciudad renana de Düsseldorf no cabía ni un alfiler. Media hora antes de iniciarse el acto, celebrado ayer, centenares de personas solicitaban todavía la entrada con el único objeto de asistir a una discusión que enfrentaría a Herbert Marcuse, el filósofo alemán que hoy ocupa una cátedra en la ciudad californiana de San Diego, con el profesor Alexander Mitscherlich, el profesor Kurt Sontheimer y el profesor Kurt Biedenkopf, secretario general de la Unión Cristiano-demócrata. La espectación producida por el anuncio de la discusión pública entre los cuatro cerebros demostró que Herbert Marcuse no ha perdido nada de su poder de atracción. Luego confirmaría que a sus casi ochenta años de edad sigue en posesión de unas excepcionales facultades físicas e intelectuales, lo que no puede decirse de Mitscherlich, el psiquiatra de Francfort que ha entrado en una fase de franco declive.

La espectación tenía, sin embargo, otra causa adicional; la presencia de Kurt Biedenkopf la convirtió en un acto electoral, al enfrentarse el líder cristianodemócrata con el apóstol del movimiento estudiantil, que por los años sesenta haría temblar los estamentos de la sociedad alemana.Un político conservador-liberal se enfrentó a un filósofo que no ha perdido nada del fuego que poseyera hace más de quince años. A estos dos se limitaría en el fondo la discusión. Herbert Marcuse concentró su declaración inicial en su concepción de la verdadera revolución socialista, en relación con el problema de la alterabilidad de los hechos. En el intento de explicación de su tesis partió de la frase de Marx sobre Feuerbach de que hasta hoy «los filósofos no habían hecho más que ofrecer interpretaciones diferentes del mundo, mientras que en el presente se trataba de su transformación». En consecuencia, el pensar filosófico sólo tendrá sentido si se parte del supuesto de que «este mundo es transferible». Entonces, la filosofía se convierte en teoría de la sociedad. Arrancando de esta concepción, Marcuse intentó defender la frase atribuida a Hegel de que «cuando una filosofía, una teoría filosófica se oponía a los hechos, tanto peor para los hechos». Una tesis considerada por muchos como gesto de altanería y autosuficiencia de los filósofos.

Marcuse, por el contrario, la interpreta en el sentido de que lo existente, es decir, los hechos realmente pueden existir en contraposición a sus propias posibilidades. El que algo es, no significa que inevitablemente tenga que ser así. La teoría filosófica puede demostrar que bien pudiera ser de otra forma y, sobre todo, mejor. El profesor Sontheimer, que sin quererlo se había convertido en el moderador del extraño acto «filosófico-electoral» se esforzó, sin demasiado éxito, en convencer a Marcuse de que debía de aplicar esta tesis a su propia teoría en vista del fracaso del movimiento estudiantil cuya meta había sido la transformación total de la sociedad actual. Marcuse respondió que esta evolución, hasta cierto punto negativa, no representaba un fracaso absoluto para la nueva izquierda, que «este movimiento había puesto en marcha muchas cosas y que su trascendencia había sido comprendida mejor por las fuerzas establecidas que por la propia izquierda». Hecho que se confirma con el recrudecimiento de la represión por parte de los reaccionarios contra quienes profesan ese ideario.

Biedenkopf

Kurt Biedenkopf, cuya intervención fue esperada con sumo interés por los asistentes al coloquio, aludió especialmente a la frase en que Marcuse había basado sus exposiciones analítico-filosóficas de la alterabilidad de los hechos. Con suave sarcasmo recriminó al filósofo que «quien no reconoce los hechos no puede ser rebatido como es lógico». Además se expone automáticamente a la sospecha de emplear medios de represión ya que, según la teoría de Marcuse el mundo y los seres humanos no sólo son alterables cuantitativamente, sino también cualitativamente. En buena lid había que preguntar a Marcuse entonces en qué sentido habría que transformar al mundo y qué contornos debía de tener la nueva sociedad. En opinión del catedrático de San Diego, esta pregunta, por su mera simplicidad, no perseguía otro fin que invalidar cualquier teoría de la sociedad, reduciéndola a la utopía. Sólo un profeta sería capaz de responder a esta pregunta con la suficiencia necesaria. El no lo era. Para Marcuse hay que superar la enajenación del hombre por el trabajo, por la sumisión total a la presión ejercida por quienes la imponen.Según su visión y concepción, democracia y socialismo eran sinónimos, añadiendo que los órdenes sociales existentes en muchos países socialistas no se correspondían con su idea del verdadero socialismo. En este instante volvió a percibirse algo de la atmósfera electoral, que había caracterizado el comienzo de la discusión. Una discusión cuya justificación está en el hecho de que los conservadores alemanes se lanzaron a la campaña electoral prematuramente con el reto furibundo de Socialismo en lugar de libertad. Un slogan que ha enrarecido bastante la atmósfera y que inspiró a Willy Brandt a la elocuente sentencia: «Este lema de la oposición es una perfecta idiotez». Una idiotez sobre la que, desgraciadamente, habrá que volver en bastantes crónicas anteriores al 3 de octubre. Ese día los alemanes juzgarán, entre otros, también sobre la justificación de lo que, en opinión de los socialdemócratas y liberales raya en un insulto de pésimo estilo.

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