¿Hasta dónde puede llegar el endeudamiento exterior español?
A partir de un nivel inicial —afortunadamente— bajo, el endeudamiento externo español aumenta con gran rapidez. Desde 1974 nos hemos colocado muy en cabeza de las listas que ordenan a los países según el volumen de Los nuevos créditos tomados en el mercado de eurodólares: unos 1.150 millones de dólares, frente aun total de unos 21.000 en 1975; unos 1.500, frente a unos 16.200 en los siete primeros meses de 1976 período en que ocuparnos el primer puesto mundial. Las perspectivas de balanza de pagos hacen prever ulteriores y sustanciales incrementos de nuestras necesidades de financiación externa.
¿Hasta dónde podemos seguir endeudándonos con el extranjero? ¿Cuáles son los costes y los riesgos del endeudamiento? No hay respuestas inequívocas a estas peguntas. Todo depende, y de muchas circunstancias, unas controlables desde España, y otras no. Se cuenta, sin embargo, con algunos elementos de juicio menos discutibles a que recurrir en el examen de la cuestión.
Las posibilidades
Empecemos por los favorables a un cierto optimismo. Son muy grandes la amplitud y flexibilidad adquiridas a lo largo de la última década por el mercado internacional de capitales y. en especial por el llamado mercado de eurodólares, una buena invención —sea dicho de paso—de la iniciativa privada. Se ofrece así una oportunidad nueva muy considerable a los países que, por una parte estén necesitados de financiación externa —al hallarse todavía en una etapa intermedia de desarrollo—y por otra, sean capaces de mantener una adecuada solvencia. Caso que en principio, debiera ser el nuestro.
En síntesis, el crecimiento ya lo grado por este mercado permite a los países deudores rotar normalmente su deuda exterior. Es decir sustituir los créditos vencidos por otros nuevos, de igual (o similar) forma que las empresas sustituyen unos créditos y acreedores por otros y utilizan con ello, permanentemente, una financiación mediante «recursos ajenos». No se está del todo seguro del porvenir del mercado de eurodólares, sobre el que pesan incertidumbres y que ha debido hacer frente —con éxito— a más de una prueba. Es posible que no resulte tan brillante como su pasado y que el increado aminore su expansión. Parece, con todo, muy improbable, en un futuro previsible, que deje de funcionar, o que se enrarezca decisivamente el flujo de créditos que por él transita. La oportunidad, que es muy importante para la economía de la España actual y de la (deseada) próxima la tenemos, pues, ahí.
Solvencia externa
Para aprovecharla necesitamos ante todo, obviamente, mantener nuestra solvencia externa. Afortunada o desafortunadamente ello será, en no poca medida, cuestión de «imagen» —es solvente quien es considerado solvente.—; y de la fama que se tenga cerca de los medios financieros internacionales, que profesan opiniones a veces harto volátiles y hasta históricas. Sus alarmas pueden costarnos caras, especialmente si, después de todo resultan injustificadas.
Una cifra que se utiliza como primera referencia es naturalmente la magnitud del endeudamiento en que se ha incurrido. ¿Cuánto puede llegar a deber un país sin despertar por el sólo volumen de su deuda, la desconfianza de los acreedores? De nuevo la respuesta ha de ser francamente elástica. Una señal de alerta convencional puede o suele funcionar cuando la deuda externa supera los ingresos corrientes de divisas a grados en el curso del último año. Sin embargo con coeficientes muy superiores; a la unidad, Méjico. Yugoslavia o Brasil (con dificultades éste. en la actualidad) han logrado conservar su crédito y rotar su deuda. Con proporciones no tan altas, otros países ——Argentina. Uruguay. Chile — han estado al borde de a suspensión de pagos o os han suspendido. Grecia, Finlandia. Islandia son países europeos extremadamente endeudados con el exterior, y casi nadie lo sabe por suerte para ellos. La deuda externa italiana es proporcionalmente menor y siembra la alarma en e! mundo de las finanzas.
El ministro de Hacienda cifró nuestro endeudamiento exterior total A finales de 1975 en unos 8.500 millones de dólares lo que habría de compararse con los 13.600 que supusieron en ese año, nuestros ingresos corrientes totales de divisas. Es muy sospechable que el señor Villar Mir exagerara entonces el volumen de la deuda externa., resultando con ello el primer ministro de Hacienda de la historia universal —y probablemente el último— que así lo hacia, él sabrá porqué. Incluyó en ella, probablemente, créditos comerciales a corto plazo (que se rotan de forma automática y no se suelen tener en cuenta a estos efectos) y quizás también créditos contratados pero aún no utilizados (la deuda ya dispuesta que puede diferir considerablemente de la contratada, es la magnitud considerada crítica). Es sospechable además, que estimó al alza el componente privado de la deuda (una mitad del total) o. más bien, que se lo imaginó. No se han hecho públicas, hasta ahora, estadísticas que registren debidamente este componente y lo probable es que no existan, pese a los mil trámites y papeleos a que está sujeta su contratación. (Esta deficiencia estadística, en materia tan delicada, sería tan grave como el lector imagina.)
El cuento de la lechera
Con todo, habrá que dar por buena la falta de otras mejores, la cifra mencionada. Si le sumamos el incremento neto de la deuda externa este año digamos unos 2.500 millones de pesetas), parece que al final de él, no habremos acercado ya mucho al primer límite convencional utilizado por el mercado. Sin embargo, aún quedará margen de endeudamiento, y sustancial. En primer lugar, porque la cota es superable sin mayores dificultades si se sigue atendiendo puntualmente a las obligaciones contraídas y si se sigue conservando una masa de reservas de divisas adecuada (Los 5.000 millones actuales la constituyen, muy sobradamente). En segundo lugar-y esto es lo decisivo-porque nuestro techo de endeudamiento se irá ampliando en la medida en que lo hagan nuestros ingresos anuales corrientes de divisas.
Es fácil en este punto, inventar una nueva versión del cuento de la lechera. Supongamos como supone un reciente ejercicio del Servicio de Estudios del Banco de España que nuestros ingresos brutos por exportaciones, turismo y remesas, menos los netos por otras partidas corrientes. lleguen, en l980, a los 24.000 millones de dólares. Ello nos permitirá —repitamos y subrayemos, sólo en principio— aumentar el volumen de nuestra deuda externa -sin que se supere la proporción habitualmente aceptada entre ésta y aquéllos— en unos 15.500 millones de dólares, a lo largo del período 1976-80. Lo que saldaría —a un 94 por 100— el déficit acumulado de balanza corriente que dicho ejercicio prevé para el conjunto del periodo, en la hipótesis de que el crecimiento anual de nuestro PIB sea del 5% a partir de 1977.
Costes y riesgos
¿Se ha descubierto con ello, la fórmula mágica para la prosecución del milagro económico español? Naturalmente que no.
Es muy posible que en el recurso intenso y hábil al mercado internacional de capitales resida una de nuestras principales bazas económicas —no quedan muchas— para los años próximos. Dicho esto conviene añadir, acto seguido que los costes y riesgos que la deuda externa implica son muchos e importantes: que es sensato contraer la sólo cuando se utilice sensatamente, es decir, productivamente; y que incurrir en ella a la ligera constituiría un despilfarro gravísimo en un país que soporta ya muchos otros.
El coste más indubitable de la deuda es el de sus intereses. El tipo medio de interés va a girar —gira ya-— sobre cifras descomunales y supone enormes pagos al exterior. De aquí la trascendencia que tiene una utilización productiva de los créditos recibidos. El dinero es fungible y esta rentabilidad puede lograrse de forma directa o indirecta. La deuda contraída por las empresa (con menos seguridad, también por las públicas) se destina, normalmente, a financiar inversiones y es, en este sentido, autoliquidable. No tiene por qué ocurrir lo mismo con la adquirida por el Estado. Para el Tesoro, el endeudamiento con el exterior puede muy bien ser una alternativa cómoda y efímera a la contención y racionalización de los gastos públicos o al incremento de los ingresos impositivos. Este es el género de endeudamiento que nos llevaría más rapidamente a la insolvencia. El pago de intereses de la Deuda Pública interna conlleve una transferencia de renta desde los contribuyentes a los tenedores de los títulos, lo que constituye una suerte de consuelo macroeconómico. No hay tal consuelo en el caso de la Deuda Pública externa, cuyos intereses son transferencias al exterior, sin remedio,
Las divisas
Se ha mencionado antes la relación -que el mercado suele tomar como referencia— entre el volumen del endeudamiento y el de los ingresos corrientes de divisas. La referencia no es caprichosa: directa o indirectamente la deuda contraída hade generar los ingresos de divisas adicionales con que atender a su servicio. Una deuda creciente que se combine con una exportación de bienes y servicios estancada conduce también rápidamente a la insolvencia.
En la rotación de la deuda se encuentra el mecanismo —el truco, si se quiere— que permite utilizar a largo plazo. -y aumentar progresivamente un fondo de financiación exterior. Para conseguir la rotación sin accidentes —que en la materia suelen ser bastante mortales—conviene programar cuidadosamente los calendarios de vencimientos. Sus acumulaciones en un ejercicio determinado son peligrosísimas y tienen además una perversa tendencia a coincidir con ejercicios ya de por sí muy malos. El período medio de vencimiento de los créditos recibidos es una variable considerada muy crítica por los países deudores que se han dotado de una buena política de endeudamiento externo.
Deuda externa sin política de endeudamiento
Da la impresión de que éste no es por ahora, nuestro caso. Hemos incurrido ya en una deuda exterior voluminosa: hemos de seguir recurriendo al mercado internacional de capitales pero no contamos con una política de endeudamiento externo explícita, coherente y bien instrumentada.
Parece que empezamos por no saber, con la mínima precisión necesaria, ni cuanto debemos ni cuando lo tenemos que pagar. Si existen estadísticas sobre la deuda externa privada, son secretas y, por tanto, no sirven para nada, excepto para que algún burócrata se sienta importante. Denegaciones y utilizaciones ad hoc deben estar haciendo las veces de los bien meditados condicionamientos indirectos que han de emplearse para mejorar en lo posible-sus plazos y costes
La deuda contraída o garantizada por el Sector Público está mejor registrada (que exista un registro de ella es una exigencia del Banco Mundial para la concesión de sus créditos. Gracias a Dios). No da la sensación de que los registros existentes se utilicen demasiado para en base a ellos y a otras muchas informaciones necesarias, programar discreta y cuidadosamente la toma de nuevos créditos. La impresión es más bien la de que se avanza a grandes saltos bastante desordenados, con el solemne acto de la «firma» puesto muy en primer plano. En consecuencia, no seria muy extraño que nos estemos endeudando en términos bastante más duros que los precisos. A poco de haber contratado un crédito exterior masivo y, por lo que se sabe nada blando —el de los 1.000 millones de dólares—, se anuncia que se destinan doscientos, ya este año a la concesión de créditos al exterior superblandos y ultraconcesionarios, a través de un Fondo de Ayuda al Desarrollo que se crea en el momento más inoportuno. (Las exportaciones que es urgente fomentar hoy en España son las que se cobren, los plazos más breves posibles.) Nuestros financiadores externos pueden empezar a desconcertarse con ratón.
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