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Reportaje:Año cero del giscardismo / 1

El fracaso del "teatro" gaullista

El «dramatismo» fue unánime el último 25 de agosto cuando, por los alrededores del mediodía, se confirmó oficialmente la noticia de la dimisión de Jacques Chirac: el verdadero acontecimiento, de repente, no fue la baja del primer ministro, esperada hacía semanas, sino el «portazo» de Chirac, y a las ocho de la noche del mismo día, las explicaciones del presidente, Giscard d'Estaing, en torno a las divergencias graves que consumaron el «divorcio» entre los dos hombres de otra manera, el acontecimiento- lo constituyó el que por primera vez en los 18 años de la V República, fundada por De Gaulle los dos dirigentes supremos de la nación le dijeran la verdad al Pueblo sobre un hecho «muy importante», al decir del presidente.El general De Gaulle y Pompidou, antecesores de Giscard, licenciaron a sus cinco primeros ministros «amistosamente». En cada caso, los franceses «creyeron» las especuilaciones, chismes o interpretaciones de la clase política de la oposición y de la prensa. En este sentido, la democracia francesa parece haber dado un paso, no despreciable, hacia una cierta política-verdad que permitiría pensar, llegada la ocasión, entre otras, en la posibilidad, hasta hoy en Francia, de un «Watergate» , a la americana o, como ejemplo de actualidad a la holandesa.

El «convencinalismo» democrático

El retraso de la sociedad francesa en materia de desahogo democrático, respecto de otros países industrializados, a lo largo de la V República, ha sido ilustrado ampliamente: De Gaulle ya escribió en «el filo de la espada» que las armas insustituibles de un gran político eran «la astucia, la sorpresa», es decir, la ausencia de claridad ante el pueblo que lo había elegido. Toda su estrategia política durante los diez años que permaneció en el poder, consistió en la teatralización de los hechos, escamoteando la verdad con el si o el no de sus referéndums y amenazando en cada ocasión: O me respondéis «sí» o me voy: hasta que el 21 de abril de 1969, Francia le contestó no.

Ejemplos más recientes del «convencionalismo» democrático francés: cuando sus colegas Berlinguer y Carrillo desde hacía lustros ya trabajaban en sus «compromisos históricos» de alianza con democristianos y socialistas, Georges Marchais, el líder del PCF, en vísperas de las presidenciales del 74, con objeto de ganar unas docenas de votos que, en última instancia, no ganó, afirmó públicamente: Los gaullistas nunca han estado aliados con las fuerzas del dinero.

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La «derecha más tonta del mundo».

La «derecha más tonta del mundo», según expresión que hizo célebre el líder socialista, ya desaparecida Guy Mollet, «en su afán congénito de tomar al pueblo por ignorante», según apreciación de un diputado socialista actual, no se ha privado nunca de nada: durante las últimas elecciones cantonales, en marzo último, los Lecanuet, Poniatowski, Chirac y demás tenores de la mayoría gubernamental repitieron sin cesar, de la manera más seria, al electorado francés, que dichas elecciones, destinadas a elegir a los administradores del bien común local, no eran políticas. Los observadores. en gran número el pasado 25, en cuanto se conoció el nombre de Raymond Barre como primer ministro no dudaron en afirmar se trataba de un «técnico». Uno de los más escuchados de las antenas deemisora de Europa I afirmó de la manera más natural: Barre, nuevo primer ministro, es un hombre sin ambiciones políticas. El propio presidente, ese mismo día por la noche, en la pequeña pantalla, les aseguró a sus conciudadanos: Barre, primer ministro, no es un hombre político, pero es un hombre público.

¿Ha actuado a tiempo Giscard y Chirac?

La sociedad francesa, en gran parte al menos parece dar razón a su clase política, que es su emanación en definitiva: si en 1958 necesitó a un hombre «provindencial» (De Gaulle), solución política que, a lo largo de la historia de la humanidad, han encajado las sociedades subdesarrolladas para dar respuesta a sus situaciones críticas, en estos momentos de crisis aguda, económica y monetaria, Raymond Barre ya ha sido bautizado como el «hombre-milagro».

La seria crisis política que acaba de vivir Francia, sus razones y sus consecuencias, no podían escapar a este carácter de su funcionamiento político que un diputado durante los últimos tiempos de Pomopidu, resumió así: Somos un país en vias de desarrollo democrático, respecto a casi todas las democracias occidentales. De ahí, la pregunta clave después de todo lo ocurrido durante la semana «histórica» que culminó en la formación del nuevo Gobierno el 26 de agosto: ¿han actuado a tiempo el presidente Giscard d'Estaing y, el ex primer ministro Jacques Chirac?

Mitterrand, sembrador de la discordia

En primer lugar conviene recordar e lntentar comprerder la razón última, fundamental, que separó al presidente y a su primer ministro: metafóricamente podría decirse que Mitterrand el líder de los socialistas, fue el hombre que sembró el grano de la discordia, es decir, el 51,3 por 100 que gracias al empujón de los socialistas, totalizó la oposición de izquierdistas en las últimas elecciones cantonales. En términos políticos, la consecuencla eventual de esta «alerta», es decir, el posible fracaso de las legislativasdel 78 fue la cuestión que provocó el choque Giscard-Chirac.

¿Cómo seguir en el poder o, lo que es igual, cómo ganar las elecciones legislativas no por un 51 por 100, sino por un margen que borre del firmamento político la nube de «una Francia dividida en dos partes iguales y contrarias», que pesa sobre la acción cotidiana corno una espada de Damocles?

Acción de Lecanuet y Poniatowski

Los politicólogos franceses añaden aún otras dos razones suplementarias motivo del «divorcio» para algunos; la misión de Chirac, al ser nombrado primer ministro debía consistir principal mente en liquidar la UDR, el movimiento gaullista, pero Chirac, o no pudo, o no quiso. Para otros, el final de Chirac fue estimulado sin descanso por los otros dos «grandes» del Gobierno: Lecanuet y Poniatowsky, que responden a su «amor ciego» por Giscard y a su «odio» contra los gaullistas a los que consideran el obstáculo mayor para la creación de un centro amplio giscardiano que reduzca a su mínima expresión al gaullismo.

Pero estas dos últimas razones son complementarias o consecuencia de la fundamental: la estrateqia a seguir contra la izquierda para no perder el poder en 1978.

Chirac: «Hay que disolver la Asamblea»

Esta cuestión fue la que separó a Giscard y a Chirac. El primero pensaba, y sigue pensando por ahora que para vencer a la oposición de izquierda las elecciones deberían celebrarse al final de la legislatura actual en la primavera de 1978: el segundo opinó que para cortar por lo sano y vencer, había que adelantar las elecciones, como lo permite la Constitución, y celebrarlas en octubre próximo.

Las primeras fricciones ya surgieron en el fuerte de Bregançon, cuando hace algunas semanas el presidente invitó a Chirac a pasar en su compañía el fin de semana. Giscard seguía pensando que la política reformista y «dinamitar» la UDR mayoritaria en la Asamblea. seguían siendo una cuestión de actualidad Chirac opinaba de distinta manera: los que se irán no van a ser los más conservadores y esto no arreglará nada, sino lo contrario. Su solución, ya entonces, fue planteada claramente: hay que disolver la Asamblea. Yo me lanzo en la campaña y ganaremos, estoy seguro. Después con una mayoría específicamente suya, puede organizarla como quiera par ahacer la política que desee. Se aseguró entonces que Chirac añadió: Pero usted debe en intervenir en campaña unos días antes amenazando: Votan por mí o me voy. Las armas gaullistas, con el drama por medio, reaparecían una vez más.

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