Fomento de la exportación contra tentaciones devaluatorias
La posibilidad de nuevas revaluaciones del franco suizo y del marco alemán y devaluaciones del franco francés y franco belga, han hecho, otra vez, saltar a la palestra los rumores, nunca acallados totalmente, de una nueva devaluación de la peseta.La tentación que supone para los responsables de nuestra economía el engancharse al carro de las monedas que se devalúen y por tanto devaluar la peseta, es muy grande. Pero sería mejor que no cayesen en la tentación si no quieren ver como se derrumba a corto plazo «el ya en estado ruinoso» edificio de nuestra economía.
Si somos conscientes de la estructura de nuestro comercio exterior, del peso y necesidades de nuestras importaciones y de la edificiencia en nuestro sistema exportador, veremos que una nueva devaluación de la peseta ocasionaría la subida de la fiebre inflacionista y consumiría lo poco que hemos ganado desde la devaluación del 9 de febrero.
En comercio exterior, dada la interrelación de las economías, realiza la función de agente de contagio para determinados fenómenos económicos. Así por ejemplo, a través de comercio exterior, de nuestras importaciones recibimos inflación de los países que nos venden sus productos; inflación que viene incorporada en el precio de los mismos. Esta inflación exportada (que puede ser generada en el mismo país o a través de la compra de las materias primas o productos semiacabados que entren a formar parte del producto final que exportan) llega a nosotros a través del tipo de cambio de nuestra moneda con respecto a la moneda en la que está contratada la compra.
Si a esa subida de precio general que sufre el país con motivo de la inflación, le añadimos de golpe y porrazo la ocasionada por una devaluación de nuestra moneda, vemos claramente que el panorama se ennegrece, no tan sólo al consumidor directo, sino al productor que tiene que utilizar como base de su producción las materias primas importadas.
¿Por qué, en cambio, no se hacen más esfuerzos para proteger, promover y hasta primar nuestras exportaciones (¿Por que no?, muchos países lo hacen mas o menos descaradamente saltándose a la torera las normas de la OCDE).
Hay que cambiar los hábitos, tanto del exportador como de la Administración. Al exportador hay que quitarle el miedo al extranjero, a la dificultad de hacerse mercado, hay que aconsejarle en los medios monetarios, hay que acompañarlo y, sobre todo, protegerlo con todo el peso oficial de una Administración consciente. También hay que reprimir la táctica reprobatoria de algunos, que a través de evasión de capitales son causantes en parte del desequilibrio de nuestra balanza comercial.
La Administración, aún en un período de transición, debe poner las bases a un sistema que a medio plazo consolide el cambio de signo de nuestro comercio exterior. Para ello, sin romperse la cabeza, ni inventar nada, basta mirar a nuestro alrededor y escoger de entre los países en los que mejor funcione el apoyo a la exportación, un sistema o sistemas que adaptándolos y perfeccionándolos, formen un esquema que potencie nuestra actividad exportadora.
Nuestra exportación necesita incentivos, más créditos, más controles de la repatriación de capitales. (¿Por qué no se utiliza para esta labor a la Banca delegada? como es el caso de Francia). Y, sobre todo, una política coherente que sirva de guía y que fomente una tradición exportadora.
Un estudio atento de las partidas que compone nuestra importación y un apoyo incondicional, real y constante a nuestros exportadores son las dos acciones más válidas que podía realizar la Administración. Todo lo demás son parches, y si en 40 años de parches no hemos aprendido la lección, ya va siendo hora, porque si caemos en la tentación de devaluar otra vez la peseta para empezar de nuevo y con las manos limpias, estaremos dando la razón a la evasión de capitales y más aún, lo que es peor, estaremos beneficiando al que ha evadido capitales.
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